10 PERSONAJES DE LA II GUERRA MUNDIAL

 

PERSONAJES II GUERRA MUNDIAL

¿Quiénes fueron los personajes más relevantes, no militares, durante la Segunda Guerra Mundial? Es imposible mencionarlos a todos, pero en este post vamos a destacar a mi juicio los 10 más importantes.

No irán mencionados por orden de importancia.

1. WINSTON CHURCHIL

La operación  León Marino diseñado por Hitler para conquistar Gran Bretaña no solo no asustó a Churchill, sino que le espoleó para volver a la primera línea de la que estaba alejado desde hacía un tiempo. Justo en el momento en el que no solo su país sino toda Europa vivían una situación límite frente al rodillo alemán.

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Ya había alzado la voz cuando en 1938, tras los acuerdos de Múnich, que en teoría eran un triunfo de la paz, Chamberlain se plegó a las intenciones de Hitler con su política de apaciguamiento. Y lo hizo para denunciar esa situación de miedo, inutilidad y cobardía. Empezaba a resurgir su capacidad de liderazgo.

Cuando comenzó la guerra en septiembre de 1939 Chamberlain era el primer ministro británico, pero en mayo del año siguiente tuvo que dimitir ocupando su puesto nuestro protagonista que dio un paso hacia delante ante una situación crítica y dramática.

El 13 de mayo de 1940 en la Cámara de los Comunes pronunció uno de los discursos más famosos, por no decir el más famoso:

«…no tengo otra cosa que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” (…) pelearemos en las playas, pelearemos en los sitios de desembarco, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas: nunca nos rendiremos».

Trabajó arduamente para conseguir la ayuda de los Estados Unidos en el esfuerzo bélico y los japoneses en Pearl Harbor se la pusieron en bandeja de plata. Fue frenética su actividad diplomática para adherir aliados a la causa como lo demuestran las conferencias del año 1943, especialmente con los estadounidenses y con los soviéticos. 

Con el desembarco de Normandía, 6 de junio de 1944, a parte de lo que supuso para el devenir de la guerra a él de forma personal le supuso quitar se una espina que perduraba desde el desastre en Galípoli en la Primera Guerra Mundial.

Su papel en la Conferencia de Yalta de febrero de 1945 fue clave enfrentándose a Stalin en su propio terreno. Distinto fue en la de Potsdam, una vez finalizada la guerra en su frente europeo y donde se dirimió el futuro de Europa, en julio de 1945, cuando se tuvo que retirar al haber perdido las elecciones frente al laborista Clement Attlee. Dejando solos a dos novatos, su sucesor y Truman frente al experimentando Stalin. Se daban los primeros pasos, sino se habían dado ya en Yalta, de la Guerra Fría.

Curioso este hecho, después de haber sido el líder de su país en la guerra fue derrotado en las urnas. Tras este traspiés se retiró a escribir y alcanzó el Premio Nobel de Literatura en 1953. En 1951 con 76 años ganó sus primeras elecciones, fue primer ministro por elección popular y protagonizó los primeros años de esa guerra fría.

Falleció el 24 de enero de 1965.

2. FRANKLIN DELANO ROSEEVELT

Antes de que EE. UU. entrara en la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt ya había escrito algunas páginas de la historia de su país como le había sucedido a Churchill. La depresión económica que se vivía en la década de los años 20 con la crisis bursátil de 1929 le dieron la oportunidad con sus propuestas y consiguió la confianza de sus compatriotas para ser presidente. Estas propuestas se resumen en lo que hemos conocido como New Deal una serie de recetas de política económica que por los mismos años teorizó John M. Keynes. Rompió con las teorías del capitalismo habituales en los EE. UU. para promover la intervención del Estado en cuestiones económicas, frenar los efectos sociales de la crisis aumentando el déficit público y abrir las puertas al Estado del bienestar.

Aunque no sería hasta la entrada en la guerra, con el rearme militar estadounidense, cuando

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consiguió relanzar el crecimiento económico.

A pesar de ser reacio a la entrada de su país en la guerra totalmente impopular entre sus ciudadanos que recordaban experiencias pasadas, si que se alineó desde el primer momento con el bando aliado en defensa de las libertades, al que apoyó desde el principio de la guerra con el acuerdo de Cash and Carry, suministrando al Reino Unido ayuda por valor de unos ocho mil millones de dólares.

Pero era consciente que con eso solo no sería suficiente, si Hitler ganaba la guerra y los japoneses se expandían por el Pacífico, EE. UU. tendría un gran problema. A finales de 1940 tenía prácticamente decidido entrar en el conflicto, pero había que “convencer” a sus compatriotas. Puso en marcha lo que se ha conocido como «Charlas junto a la chimenea» donde el presidente se dirigía por radio a sus conciudadanos de forma cercana, casi hogareña, hablando directamente a cada uno de ellos de forma familiar, sencilla, directa, tratando no solo de convencerlos con sus argumentos sino, también, de conquistar sus corazones. Así en la primera de ellas, el 29 de diciembre de 1940 les dijo: «no escaparemos al peligro metiéndonos en la cama y tapándonos la cabeza con las mantas. Una nación no puede alcanzar la paz con los nazis más que a costa de una abdicación total (…). Y aquí, en América, viviríamos ante la boca de un cañón nazi, de un cañón cargado de metralla que nos provocaría la ruina económica y el desastre militar (…). Es imprescindible que nos convirtamos en el gran arsenal de las democracias». El impacto en la ciudadanía fue tremendo e instantáneo. Miles de cartas y telegramas inundaron la Casa Blanca. El 70% de los estadounidenses había escuchado el mensaje y el 60% estaba de acuerdo. Roosevelt ya tenía el respaldo popular que lo aprovechó presentado en el Congreso la Ley de Préstamo y Arriendo prevista para ayudar a Reino Unido, Grecia y China, y de la que también se benefició la URSS. La Ley entró en vigor el 11 de marzo de 1941.

«Ayer, 7 de diciembre de 1941, una fecha que pervivirá en la infamia, Estados Unidos fue deliberadamente atacado por sorpresa por fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón. Estados Unidos estaba en paz con Japón y, a solicitud de esta nación, aún estaba en conversaciones con su gobierno y su emperador, buscando el mantenimiento de la paz en el Pacífico. Una hora después de que escuadrones aéreos japoneses comenzasen a bombardear la isla norteamericana de Oahu, el embajador japonés en Estados Unidos y su acompañante…».

«…Le pido al Congreso declarar, que debido al cobarde ataque no provocado efectuado por Japón el Domingo 7 de diciembre, existe un estado de guerra entre los Estados Unidos y el Imperio de Japón».

Protagonista con Churchill y Stalin en muchas de las grandes conferencias que se llevaron a cabo entre los aliados solo faltó a la de Potsdam de julio de 1945, había fallecido tres meses antes.

3. HITLER

Si tenemos que destacar a algún personaje de la Segunda Guerra Mundial inevitable y desgraciadamente tenemos que referirnos a Adolf Hitler, cuya locura y fanatismo llevó al mundo al caos. A diferencia de Churchill y Roosevelt que ya habían protagonizado páginas de la Historia, Hitler lo comenzó a hacer en la década de los años 30. Especialmente cuando en 1933 alcanza el poder y comienza el avasallamiento del sistema democrático alemán. Liquidó las instituciones democráticas de la república e instauró una dictadura de partido único (el partido nazi, apócope de Partido Nacionalsocialista), reprimió sin miramientos cualquier oposición (aprovechando el incendio del Reichstag, por ejemplo), puso en marcha de la mano de Goebbels un maquiavélico aparato de propaganda para justificar sus políticas hasta lograr el convencimiento de un devastado y humillado pueblo alemán: superioridad de la raza aria, exaltación nacionalista, sed de venganza, rearme militar, recuperación de territorios, políticas anticomunistas y, sobre todo, antisemitas.

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«Alemania será una gran potencia mundial o no será nada» O todo o nada, esa era su filosofía.

El 5 de abril de 1939, Roosevelt, temiéndose lo que se venía encima, escribió a Hitler y Mussolini pidiendo que finalizaran sus políticas agresivas y firmasen tratados que garantizasen la paz en Europa, prometiendo por su parte acuerdos de libertad de comercio. La respuesta no se hizo esperar mucho y el 28 de abril, Hitler pronunció un discurso en el Reichstag, en el que desarrolló todas sus quejas históricas, desde las afrentas recibidas por el Tratado de Versalles, los logros de su partido para sacar al país del paro y la ruina, sus esfuerzos para evitar la guerra en Europa y resolver los contenciosos por medio de tratados… Prueba evidente de su cinismo, mentira y falsedad que llevó al mundo a tirarse por un precipicio. 

Su delirio pangermanista y su teoría del «espacio vital» fueron el sustento de su agresivo expansionismo. Para ello, a pesar de las limitaciones y restricciones impuestas en Versalles, modernizó y reorganizó un potente ejército. Todo ello, digámoslo también, con la convivencia de Reino Unido y Francia que fueron aceptando pequeños pasos alemanes (anexión de Austria, los Sudetes…) para evitar la guerra pero que lo único que consiguieron fue alimentar a la fiera.

De esta forma se llegó a la fatídica fecha del 1 de septiembre de 1939 cuando la Werhmacht invadió Polonia.

Pero sus ideales y teorías no eran desconocidos, todo ello venía detallado en su libro Mein Kampf (Mi lucha) que escribió, con la ayuda de Rudolf Hess, cuando estaba en la prisión de Landsberg, tras su fallido Putsch de Múnich en noviembre de 1923. En él se aprecia el proceso de su ideología hasta llegar a su profundo antisemitismo advirtiendo del «peligro judío», su temor a una conspiración judía para dominar el mundo. Plasma lo que para el eran los grandes males del universo: el comunismo y el judaísmo. Y expone las primeras líneas para ganar Lebensraum («espacio vital») hacia el este, especialmente en Rusia. Avisada estaba la humanidad, pero no se le hizo caso a tiempo.

Ya asentado en el poder comenzó su guerra con estos dos “males” no si antes ocuparse de limpiar su casa y purgar a sus enemigos internos como hizo la famosa «noche de los cuchillos largos» en 1934. Las agresiones contra la comunidad judía estaban al orden del día apoyadas en las leyes racistas de Nuremberg y la «noche de los cristales rotos» fue su puesta en escena que llevaría a su teoría de la «Solución Final», es decir, el exterminio sistemático de los judíos europeos.

Su política internacional preguerra también fue un buen indicio de sus intenciones. La configuración del eje con la Italia de Mussolini y el Imperio del Sol Naciente no dejaba dudas, no tampoco su apoyo indiscutible al bando de los rebeldes de Franco en la guerra civil española (1936-1939) que le sirvió de paso para probar parte de su maquinaria bélica como fue la Luftwaffe.

Los primeros años de la guerra mundial no auguraban nada bueno para el mundo libre y democrático. La «guerra relámpago» (Blitzkrieg) de su moderno ejército arrollaba a quien se ponía delante y estuvo cerca de conseguir su diabólico objetivo, después de ocupar gran parte de Europa occidental y ganarse otros países como aliados. Dirigió casi de forma personal la guerra desde el inicio a través del OKW (Mando Supremo de la Wehrmacht) aunque su idea de la guerra no era respaldada por gran parte de sus generales, aterrados ante la perspectiva de una guerra en dos frentes imposible de ganar por lo que fue sustituyendo a los principales responsables de la Wehrmacht por que los encontraba dubitativos o pusilánimes.

Fracasó en su intento de doblegar al Reino Unido invadiendo su territorio ni conquistado su cielo en la batalla de Inglaterra y su vista giró hacia la URSS en 1941, poniendo en marcha la búsqueda de su «espacio vital» y su odio al comunismo. Objetivo del que también estuvo cerca hasta que en 1943 tras la derrota en Stalingrado todo se volvió en su contra y el ejército rojo, no solo echaría a los alemanes de su territorio, sino que llegaría de forma demoledora a Berlín en mayo de 1945. A todo ello hay que sumar el avance de británicos y estadounidenses principalmente desde las playas de Normandía (junio de 1944) con el mismo objetivo.

Acosado por todas partes, Hitler veía desmoronarse su castillo de naipes, con sus ejércitos en franca retirada no aceptaba la rendición en sus últimos delirios de grandeza, arrastrando a su país a la catástrofe total. Después de haber llevado al mundo al caos, provocando una guerra mundial y un genocidio sin precedentes, dejando una siniestra huella con sus campos de concentración, acabó suicidándose en el búnker de la Cancillería donde se había refugiado, pocos días después de la entrada de los rusos en Berlín.

El mismo día de su boda, dictó a su secretaria su testamento político, en el que nombraba canciller al almirante Donitz y designaba un nuevo gobierno. En ese ultimo documento, Hitler trataba de engañar a la Historia: él quería la paz, pero Europa se había lanzado por el camino del rearme en el periodo de entreguerras, empujada por comunistas y judíos. Ni sombra de reproches o autocrítica, murió inmerso en su delirio.

4. JOSEF STALIN 

Stalin gobernó la URSS de forma tiránica desde 1929 hasta su fallecimiento en 1953, transformando un país semifeudal en una potencia económica y militar. Eso sí, al precio de una represión sanguinaria y de inmensos sacrificios impuestos a la población. Implantó un régimen totalitario, anulando todo tipo de libertades, negando el más mínimo pluralismo y aterrorizando a la población instaurando un régimen policial. Puso en marcha contra sus compañeros comunistas sucesivas purgas que diezmaron el partido, eliminando a la plana mayor de la Revolución. Pero no solo el partido, el ejército también estuvo afectado, cuestión que afectó decisivamente la participación soviética desde el minuto uno de la Segunda Guerra Mundial.

Ese fue el motivo por el que no tuvo reparos en firmar un pacto de no agresión con la

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Alemania nazi para asegurarse la tranquilidad en sus fronteras, el reparto de Polonia y la anexión de Estonia, Letonia y Lituania (Pacto Germano-Soviético de 1939). La cuestión era ganar tiempo, tres o cuatro años que le permitieran armarse, fortificarse y prepararse para el combate. Pero la invasión alemana de junio de 1941 echó por tierra esos planes.

Según el historiador Dimitri Volkogonov, Stalin no había recibido una impresión similar en toda su vida y aquella mañana (22 de junio) abandonó el Kremlin murmurando: «Lenin nos dejó una gran herencia y nosotros la hemos jodido toda». No entendía nada, pero comprendió de repente la disparatada política que había seguido respecto al III Reich y su lunático dirigente, y su propia insensatez al no haber hecho caso a las mil evidencias que desde comienzos de la primavera le avisaban del peligro.

A pesar de ello, supo reaccionar y movilizó al país apelando a sus sentimientos nacionalistas. El 3 de julio de 1941, una vez digerido la invasión alemana, se dirigió por radio al pueblo soviético y, tras justificar el motivo por el que había firmado el tratado con Alemania, les pedía que acudieran a las armas para salvar a la patria. Y con un calor desconocido en él daba varias directrices concretas: tierra quemada, no dejar que nada útil cayera en manos del enemigo, guerrilla generalizada en la retaguardia alemana, que el invasor no tuviera ni un minuto de respiro y de tranquilidad mientras permaneciera en tierra soviética y les instaba a la guerra patriótica: «Esta es una guerra de todo el pueblo soviético, una elección entre la libertad soviética y la esclavitud alemana»

Fundamental para el devenir de la guerra fue la inmensa movilización que puso en marcha. No solo reclutamiento militar llamando a filas a todos los hombres entre los 19 y 40 años, lo que supuso 15 millones de soldados, sino también un reclutamiento laboral, para los hombres a partir4 de los 40 años y de las mujeres entre los 18 y los 40 años, con un rígido horario de trabajo. Con la movilización militar consiguió frenar y rechazar a los alemanes y con la movilización laboral logró el traslado de millares de industrial más allá del alcance alemán y mantuvo una producción que logró alimentar durante un año la resistencia.

Combatió en esa primera fase a los alemanes apoyado en la climatología, las grandes distancias y de esa lucha guerrillera de los partisanos. Hasta la batalla de Stalingrado (1942-1943) que supuso su punto de inflexión y el inicio de su contraofensiva que no pararía hasta llegar a Berlín.

Protagonista indiscutible de las grandes Conferencias aliadas junto a Churchill y Roosevelt, estableciendo la estrategia de la guerra. En Potsdam se sentía el gran vencedor de la guerra situando a la URSS como gran potencia y él mismo como líder rocoso, poderoso y difícil de manejar. Además, ahí se las tuvo que ver con dos novatos, el estadounidense Truman que sustituía en la presidencia del país al fallecido Roosevelt y al británico Attlee sucesor de Churchill como primer ministro. Sus aliados tuvieron que aceptar la influencia soviética en la Europa oriental, donde Stalin estableció un cordón de «Repúblicas populares» con regímenes comunistas satélites de la URSS.

Fue así mismo protagonista de los primeros años de la guerra fría, hasta su muerte el 5 de marzo de 1953.

5. BENITO MUSSOLINI

Mussolini se hizo con el poder en Italia en 1922 imponiendo una dictadura de partido único, era el auge de los totalitarismos, favorecidos por la crisis de las democracias y el avance de la crisis económica a partir del crac bursátil del 29. El régimen fascista italiano se convertiría en el principal aliado de Adolf Hitler en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y corrió su misma suerte tras la derrota.

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Las decisiones adoptadas en los acuerdos de paz de Versalles no atendiendo demandas territoriales italianas con respecto al desaparecido Imperio austrohúngaro radicalizó su ideología y en 1919 creó los fasci di combattimento, escuadras o grupos armados de agitación que actuaban casi con total impunidad contra militantes de izquierda y que fueron el germen del futuro Partido Nacional Fascista, fundado por el mismo Mussolini en noviembre de 1921.

Mussolini no solo iba ganando adeptos entre el pueblo llano, sino que además consiguió la confianza de los grandes propietarios, pero las urnas no refrendaban este avance. Y si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña, como dice el dicho popular, y de eta forma el 22 de octubre de 1922 inicia su Marcha sobre Roma. Seis días después cuarenta mil fascistas, los camisas negras, provenientes de toda Italia llegan a Roma, provocando la dimisión del primer ministro y consiguiendo su nombramiento de la mano del rey Víctor Manuel III, cuestión que sucedió el 29 de octubre y el día siguiente formó un gobierno de coalición. En las elecciones de abril de 1924 consiguió la victoria en las urnas de forma un tanto sospechosa y comenzó el proceso de transformación a régimen dictatorial eliminando cualquier forma de oposición.

Una de sus bases ideológicas fue el militarismo y el expansionismo colonial, con cierto retraso respecto a otras potencias europeas, y su recuerdo al pasado glorioso del Imperio romano.

Apoyado por un fuerte y eficaz aparato de propaganda impregnó en la población italiana la idea de recuperar viejas glorias y la resurrección nacional, basado principalmente en sus proyectos expansionistas: invadió Abisinia en 1936 (actual Etiopia) y anexionó Albania en 1939.

Vio en la Alemania de Hitler el modelo a seguir y poco a poco fue acercándose al nazismo. La alianza agermano-italiana se selló en el Pacto de Acero de 1939. Declaró la guerra a los aliados cuando vio que el avance demoledor de la Werhmacht parecía imparable y que los alemanes ganarían la guerra en pocos meses. Se subió al carro y pretendió aportar su granito de arena, pero su ejército no estaba preparado y fue de fracaso en fracaso siendo un lastre para Hitler.

Trató de hacerlo en Francia, atacándola en la frontera alpina cuando casi estaba derrotada, haciendo el ridículo; lo intentó en África, pero sus tropas se atascaron en Sidi Barrani, camino de la frontera egipcia, frenadas por unas modestas fuerzas colonias británicas. Y pensó que al tercera iría la vencida cuando decidió atacar Grecia sin el conocimiento y aprobación del Führer, que en materia militar no le tenía ninguna consideración. Hitler se enteró de esta campaña en el viaje que hizo al sur de Francia para entrevistarse con Franco y Pétain por separado. Por eso decidió viajar con urgencia a Italia y entrevistarse con su aliado en Florencia para disuadirle. Cuál fue su sorpresa cuando llegó el 28 de octubre y el Duce le recibió diciéndole: «Führer, esta mañana, al amanecer, las tropas italianas han cruzado victoriosamente la frontera greco-albanesa».

El momento no podía ser más inoportuno para la estrategia alemana, este nuevo frente agitaría el avispero balcánico y terminaría por proporcionar al Reino Unido un campo de actuación en el continente, a parte de que complicaba su planificación de ataque de invadir la URSS. De hecho, ese final de año y la primavera de 1941los alemanes tendrían que desplegar todo su poderío militar para imponerse en los Balcanes y Creta y echar a los británicos de Grecia.

La campaña de Grecia supuso poner en evidencia las deficiencias militares italianas convirtiendo la experiencia en una tragedia para sus tropas. Y no fue el único desastre que sufrieron, pues sus reveses se sucederían en todos los teatros de operaciones: fueron destrozados en Libia, obligando a Hitler a enviar al Afrika Korps para evitar la derrota, y en el teatro naval, la Armada italiana mostró su incapacidad frente a la Royal Navy en el Mediterráneo.

Todas estas derrotas sellaron el futuro de Mussolini. Su prestigio quedó por los suelos y su estrella iba paulatinamente remitiendo. Sobre todo, a partir del 10 de julio de 1943 cuando los aliados desembarcaron en Sicilia, con el propósito de invadir Italia), lo que llevó al Gran Consejo Fascista a destituir a Mussolini (25 de julio de 1943). Al día siguiente Víctor Manuel III ordenó su detención y encarcelamiento. Dos meses después el nuevo primer ministro, Pietro Badoglio, firmaba un armisticio con los aliados.

Pero este no sería su fin, Hitler, de nuevo, volvió a echarle un capote y paracaidistas alemanes le liberaron en la conocida como operación roble el 12 de septiembre de 1943. Aprovechó su libertad para crear la República de Saló en el norte de Italia, territorio ocupado por los alemanes. Pero el avance aliado sobre Italia era imparable y no le quedó otra salida que la huida siendo descubierto en Dongo por miembros de la Resistencia el 27 de abril de 1945, y ejecutado al día siguiente junto a su compañera Clara Petacci; sus cadáveres fueron expuestos para escarnio público en la plaza Loreto de Milán, colgados por los pies.

6. HIROHITO

¿Cuál fue el papel real del emperador de Sol Naciente, Hirohito, durante la II Guerra Mundial? Ha habido mucha polémica sobre ello, sobre todo cuando finalizada la guerra el emperador no se sentó en el banquillo de los acusados en los Juicios de Tokio. Todo ello gracias al general estadounidense Douglas MacArthur que, desoyendo las voces que pedían se le enjuiciara como criminal de guerra, insistió en mantener a Hirohito como emperador, para de cara al pueblo japonés hacer la ocupación mas “amable”, dando imagen de continuidad y manteniendo la cohesión del pueblo. Eso sí, su figura varió sustancialmente asemejándose en cierta medida a la de los monarcas europeos.

La imagen dada a partir de ese momento era la de un monarca que luchó contra el ascenso

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de los militares que llevaron a Japón a la guerra por el temor a caer del trono y se vio envuelto en la vorágine imperialista de esos mismos generales. Adornado por la mística de que durante los bombardeos de Tokio permaneció fiel a su pueblo y no huyo de la ciudad.

Pero ¿realmente fue así? Muchos historiadores no se creen esa versión del emperador y le acusan de ser tan responsable como sus militares de las atrocidades cometidas por el ejército japonés en Asía durante su ocupación y de haber dado luz verde al ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor que provocó la entrada de los EE. UU. en la guerra.

Entre esos autores podemos mencionar a Edward Behr, Peter Wetzler, Herbert Bix, Ian Buruma, el español Manuel Leguineche o los japoneses Akira Yamada1 y Akira Fujiwara, sostienen que fue Hirohito quien condujo a Japón a la guerra.

El día 15 de agosto de 1945 dimitió el gobierno japonés, tras el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki,  y el emperador designó primer ministro al príncipe imperial Naruhiko Higashi Kuni, tío de la emperatriz, siendo la primera vez que un miembro de la familia imperial ocupaba tal cargo. Ese mismo día se produce un hecho insólito en Japón, el emperador Hirohito pronuncia por Radio Tokio un discurso, sería la primera vez que lo hacía y que sus súbditos escuchaban su voz:

«...el enemigo ha comenzado a emplear una nueva y cruelísima arma, cuyo poder dañino es incalculable, y causa víctimas entre muchas vidas inocentes. Si continuásemos luchando, el resultado sería, no solo el derrumbamiento y aniquilamiento del pueblo japonés, sino que llevaría también a la extinción total de la civilización humana».

Con este discurso el emperador comunicaba a su pueblo que aceptarían las condiciones de paz.

7. CHARLES DE GAULLE

De Gaulle cogió rápidamente la bandera de su país y lideró la «Francia libre» cuando peor pintaban las cosas para los franceses al inicio de la Segunda Guerra Mundial. De esta forma el 18 de junio de 1940 se dirigió a ellos desde la BBC británica: "¡franceses! Los jefes que, desde hace muchos años, están a la cabeza de los Ejércitos franceses, han formado Gobierno. Este gobierno, alegando la derrota de nuestros Ejércitos, negocia el alto el fuego con el enemigo".

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En clara referencia a Pétain, quien acabaría firmando la paz con Hitler, aceptando la ocupación alemana de gran parte del país y estableciendo en lo que quedaba el régimen colaboracionista de Vichy. A su vez, en aquel discurso radiofónico, manifestaba su enérgica decisión de continuar la lucha.

Churchill reconoció a De Gaulle como el verdadero líder de la Francia libre y este, desde Londres empezó a organizar la resistencia tanto en el interior del país como consiguiendo el control de algunas colonias francesas desde donde poder atacar al enemigo.

Con un fuerte carácter y personalidad exigió a los aliados tener el mismo protagonismo y papel que Reino Unido o los Estados Unidos cuestión que le granjeó buen número de problemas, especialmente con los estadounidenses y su presidente, Roosevelt.

Este confiaba más en otro general francés, Henry Giraud, lo que hacia la relación entre los generales galos muy tensa. Ambos asistieron como invitados a la Conferencia de Casablanca en enero de 1943. En esta conferencia, como fleco a las reuniones, se gestionó la reconciliación entre ellos por el bien de la estrategia aliada. No estaba claro el tema del liderazgo francés entre ambos generales y tanto Churchill como Roosevelt no le tenían simpatía alguna a De Gaulle. Pero al final la opción De Gaulle ganó enteros por su popularidad ganada a través de las ondas de la radio alentando en todo el momento al pueblo francés y porque se había ganado también la confianza de representantes de los antiguos partidos (incluidos los comunistas) con sus promesas de restablecer la democracia siendo elegido jefe del gobierno francés en el exilio.

En otoño de 1943, fuerzas francesas liberaron Córcega y combatían en el sur de Italia junto a británicos y estadounidenses. A finales de 1943, De Gaulle reunía la adhesión de todas las colonias francesas, salvo las que estaban en poder japonés. Por primera vez disponía de una considerable escuadra, con dos portaaviones, dos acorazados, dieciséis cruceros, catorce destructores y ocho submarinos. Además, contaba ya con medio millar de aviones. El punto débil lo tenía en el cuerpo de infantería.

Con el desembarco de Normandía de junio de 1944 volvió a pisar suelo francés y a liderar, ya desde su terreno, la lucha final, presionando a Eisenhower para que los aliados liberaran Paris a la mayor brevedad posible.

El 26 de agosto junto a Lecrerc, Juin, Koenig y Parodi, encabezó una marcha triunfal por los Campos Elíseos.

Tras la victoria final recogió sus frutos y Francia fue reconocida como potencia vencedora de pleno derecho consiguiendo incluso una zona de ocupación en Alemania y un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. 

8. HARRY S. TRUMAN

El protagonismo de Truman en la Segunda Guerra Mundial llegó casi al final de la guerra, cuando sucedió a Roosevelt fallecido en abril de 1945, pero llegó de forma contundente. Aunque durante la guerra se haría famoso como presidente del comité parlamentario encargado de supervisar la economía de guerra, moderando los gastos y evitando discriminaciones (el Comité Truman), su relevancia llegó primero en la conferencia de Potsdam en julio de 1945 y luego firmando el lanzamiento de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

Truman era un novato en política internacional, llegaba timorato e indignado con la URSS

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por el incumplimiento de sus acuerdos sobre Polonia firmados en Yalta. Pero llegaba con un as bajo la manga, la bomba atómica.  El mismo día del comienzo de la Conferencia recibe un telegrama: «babies satisfactorily born» (los niños han nacido felizmente) mediante el cual se le notificaba el éxito de la prueba atómica realizada en Alamogordo.

«Hago este viaje decidido a ganar la paz» escribía Truman en el viaje hacia Berlín. Intentó asumir el papel de Roosevelt, organizando veladas musicales donde se interpretaron piezas favoritas del dignatario soviético, pero no consigue la atmósfera deseada. Se dio cuenta de primera mano de la ambición de poder de Stalin y se propuso ser freno del expansionismo soviético en lo que se ha conocido como doctrina Truman.

Respecto al Proyecto Manhattan y la decisión de lanzar las bombas atómicas, Truman en sus memorias no enumera razones, pero, tras haber albergado muchas dudas sobre esta arma, cargó con la responsabilidad sin volver la vista atrás.

Esta fue la primera gran decisión como presidente, las otras dos fueron iniciar el Plan Marshall, el programa de ayuda económica para la reconstrucción de Europa, y frenar a los comunistas en Corea en plena guerra fría.

9. PHILIPPE PÉTAIN

Pétain pasó en pocos años de héroe nacional de la Primera Guerra Mundial para los franceses al gran traidor colaboracionista de los nazis invasores en la Segunda. Lideró el armisticio con los alemanes y creó un Estado con capital en Vichy, un estado títere, en la parte francesa no ocupada por los alemanes en total colaboración con estos. Si en un principio parte de los franceses siguieron confiando en su héroe porque pensaba que les había librado del desastre total, la emergente figura de De Gaulle hizo que esa sensación y pensamiento le dieron la espalda dejándolo en evidencia.

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Tras el desembarco de Normandía siguió al ejército alemán en su retirada hasta que se entregó a las autoridades francesas. Fue juzgado por alta traición, degradado, desposeído de sus condecoraciones, de su plaza en la Academia, de sus bienes y condenado a cadena perpetua en la isla de Yeu.

«He guardado silencio voluntariamente, después de haber explicado al pueblo francés la razón de mi actitud. Mi pensamiento fue quedarme con él en la tierra de Francia, según había prometido, para tratar de protegerle y atenuar sus sufrimientos. Pase lo que pase, el pueblo francés no lo olvidará. Sabe que le he defendido lo mismo que defendí Verdún. Señores jueces, mi vida y mi libertad están en sus manos. Pero mi honor se lo he confiado a la patria. Dispongan de mi según sus consciencias; la mía nada me reprocha porque, durante toda una vida ya larga y llegando por mi edad al umbral de la muerte, puedo afirmar que jamás he tenido otra ambición que servir a Francia».

Palabras de Pétain el de 14 de agosto de 1945 en el Palacio de Justica de París durante su juicio. 

10. CHAMBERLAIN y DALADIER

El último apartado de este trabajo está dedicado a dos personajes claves en estos momentos de la Historia, no uno como en los casos anteriores, y que han pasado a la Historia fundamentalmente por su recuerdo y papel en los Pactos de Múnich. Aquellos en los que Hitler consiguió incorporar a Alemania los Sudetes, que pertenecían a Checoslovaquia con el argumento de que la mayor parte de sus habitantes eran de habla alemana. En aquella reunión estuvieron presentes Arthur Neville Chamberlain primer ministro británico, Édouard Daladier primer ministro francés y los dictadores Hitler y Mussolini.

Se pretendía por la parte anglo-francesa evitar una nueva guerra sacrificando

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Checoslovaquia, pero lo único que se consiguió fue alimentar a la bestia. De hecho, el 15 de marzo de 1939 la Werhmacht invadió el resto de Chequia, y convirtió a Eslovaquia en un Estado títere de Alemania. Esto daba alas a Hitler y ponía de manifiesto la fragilidad de las potencias occidentales, Reino Unido y Francia principalmente. Hitler llegó a pensar que ni franceses ni británicos estaban dispuesto a entrar en guerra y oponerse a sus pretensiones.

Chamberlain, firme defensor de la política de apaciguamiento, regresó a Londres aclamado por la multitud y triunfante como garante de la paz. Después de informar en Buckingham al rey Jorge VI se dirigió a Downing Street desde donde se dirigió a la multitud: «Mis buenos amigos, esta es la segunda vez que regresa de Alemania a Downing Street la paz con honor. Creo que es paz para nuestro tiempo. Os agradecemos desde el fondo de nuestros corazones. Ahora os recomiendo volved a vuestras casas y dormid tranquilamente en vuestras camas».

Dimitió el 10 de mayo de 1940 siendo sustituido por Winston Churchill.

Por su parte Daladier no estaba tan convencido, se vio empujado a las negociaciones por el primer ministro británico. «Hoy, es el turno de Checoslovaquia. Mañana, les tocará a Polonia y Rumanía. Cuando Alemania haya obtenido el petróleo y el trigo que necesita, volverá contra el Occidente. Ciertamente, debemos multiplicar nuestros esfuerzos para evitar la guerra. Pero eso no se obtendrá salvo que el Reino Unido y Francia permanezcan juntos, interviniendo en Praga para nuevas concesiones, pero declarando al mismo tiempo que salvaguardarán la independencia de Checoslovaquia. Si, por el contrario, las potencias occidentales capitulan de nuevo, sólo precipitarán la guerra que quieren evitar»

En marzo de 1940 dimitió y fue reemplazado por Paul Reynaud


Fuentes

La Segunda Guerra Mundial como nunca se la habían contado (La Aventura de la Historia)

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