LAS GUERRAS CARLISTAS

Guerras carlistas

Hablaremos de forma resumida sobre las guerras carlistas, porque el tema da para varios libros. Unas guerras civiles que desangraron al país y que se fueron alargando durante buena parte del siglo XIX

Primero situémonos y saber qué es el carlismo para a continuación conocer el motivo, el porqué de estas guerras. 

EL CARLISMO

El carlismo es un movimiento socio político de carácter antiliberal, surgido de los últimos momentos del Antiguo Régimen. Agrupaba a los partidarios del absolutismo y en general todos aquellos sectores que se veían amenazados por las reformas liberales, que comenzó a visibilizar la Constitución de 1812, la Pepa. Su nombre procede del nombre de Carlos María Isidro de Borbón, al que consideraban como Carlos V y que era hermano del rey Fernando VII. 

Recordemos que el absolutismo, pilar del Antiguo Régimen estaba ya en decadencia en toda Europa. Y se veía postergado, desde la Revolución francesa, por las nuevas ideas liberales.  El carlismo defendía la religión, el absolutismo monárquico, el foralismo (de ahí el apoyo que recibió en Cataluña, provincias vascas y Navarra) y los privilegios del Antiguo Régimen. Rechazaba las reformas liberales iniciadas en las Cortes de Cádiz, como hemos dicho antes, especialmente las que afectaron a la Iglesia.

Las revoluciones en Europa del siglo XIX

El carlismo tenía su mayor predicamento en la sociedad entre el campesinado, el artesanado, la pequeña nobleza y el bajo clero, especialmente el clero regular. Importante este papel. Su lema “Dios, Patria y Rey”, resumía perfectamente su ideario.

¿Dónde estaban más implantados? En Navarra, el País Vasco, el interior de Cataluña y la zona del Maestrazgo aragonés y valenciano.

CASUS BELLI

Guerras Carlistas
En principio es un problema sucesorio Conozcamos los antecedentes. Fernando VII falleció en 1833 dejando dos hijas de las cuales Isabel sube al trono con solo dos años por lo que su madre seria la regente, María Cristina (1833-1840). Y el hermano del rey, Carlos María Isidro no acepta esta solución, ya que se consideraba el legítimo heredero. Tres años antes, un Fernando sin descendencia y sabedor del problema sucesorio que se avecinaba y que la corona recaería en su hermano promulgó una Pragmática Sanción, que derogaba el Reglamento de sucesión de 1713 aprobado por Felipe V (comúnmente denominado como «Ley Sálica»), que impedía que las mujeres accedieran al trono. El 10 de octubre de ese mismo año nacería su hija Isabel.

En otoño de 1832 el rey cae gravemente enfermo y en esas circunstancias los partidarios de su hermano consiguen que el rey revocara esa Pragmática, en los conocidos como Sucesos de la Granja, y de esta forma Carlos María sería el nuevo rey, Carlos V para los carlistas.

Fernando se recupera y volvió a restablecer la vigencia de la Pragmática antes de morir. Ahora su hija podría reinar. Los carlistas con su líder a la cabeza no aceptan este restablecimiento que lo consideran ilegal y consideran que la ley Sálica sigue en vigor.

Es evidente que se trataba de un conflicto sucesorio pero detrás late el conflicto ideológico. Ya antes se había planteado la división ideológica por el tímido acercamiento del monarca a los planteamientos liberales a partir de 1826, una de las razones que provocó, en 1827, la rebelión de carácter absolutista de los «agraviados» o «malcontentos».

De esta forma nos encontramos con dos bandos bien definidos. Por un lado tenemos a los carlistas liderados por Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII: defensores de la tradición y del combate al liberalismo y absolutistas. Desconfiaban de la igualdad jurídica, las reformas tributarias, la separación de la Iglesia y el Estado y la abolición de los fueros tradicionales. Defensores de la tradición y del combate al liberalismo. Su lema: “Dios, patria y fueros” resume su ideología.

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Y por otro lado los isabelinos o cristinos: liberales. Defendían un cambio del modelo político, que desarrollase el ascenso de la nueva clase social, la burguesía, la industrialización y la modernización social con nuevos derechos. 

Hablamos de guerras carlistas, pero ¿Cuántas hubo? 

Pues hay diferentes opiniones. Hay historiadores que hablan de dos, una primera desde 1833, justo cuando muere Fernando VII hasta 1840 y un segunda desde 1872 hasta 1876 y todo lo que hubo entre medias lo consideran insurrecciones, algaradas, pronunciamientos y conflictos bélicos menores. Y otros que hablan de cuatro, estas dos mencionadas y esas insurrecciones las consideran la segunda y tercera guerra carlista. Vamos a verlo

PRIMERA GUERRA CARLISTA  

El rey fallece un 29 de septiembre y  el 1 de octubre de 1833 Carlos María tomó el título de rey de España y comenzó el enfrentamiento

La guerra pasó por tres fases y la primera fase estuvo protagonizada por el general carlista

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Zumalacárregui

Los carlistas no perdieron tiempo y al día siguiente de la muerte de Fernando VII, nos encontramos los primeros chispazos en apoyo de su hermano. Estos tuvieron lugar en Talavera y Valencia, sin mayor importancia porque fueron sofocados por el ejército realista. Pero hubo efecto llamada y siguieron otros en Castilla, Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya y Álava.

No se trataba de un ejército formal sino de partidas de fieles seguidores carlistas que fueron militarizándose de la mano del general Zumalacárregui que los organizó en tiempo récord para hacer frente al ejército isabelino.

Dos meses después de los primeros levantamientos podemos hablar ya de guerra civil en algunas provincias, porque los carlistas fueron expandiéndose por Guipúzcoa, sin llegar a controlar San Sebastián, por Vizcaya, salvo Bilbao, el norte de Álava y Navarra, excepto Pamplona.

Esto ha dado pie a considerar la dicotomía ciudad y mundo rural, campo - ciudad en la distinción carlismo-liberales, pero también hay historiadores que lo rebaten argumentando que si estas ciudades no pudieron ser tomadas por el ejército carlista durante la guerra se debió a que en ellas estaban las principales fuerzas cristinas que las defendieron. Bilbao, por ejemplo, tuvo en algunos meses tantos soldados como paisanos.

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En esta primera fase también ocuparon la zona alta de Cataluña. Además de estas dos zonas, había partidas o grupos guerrilleros por otras partes de España: Aragón, el Maestrazgo, Galicia, Asturias y Santander o La Mancha. 

En junio de 1835, Zumalacárregui se planteó cómo continuar la guerra: avanzar hacia Madrid o completar la ocupación del territorio vasco tomando las principales ciudades, las capitales vascas que se les resistían. Lo necesitaban, entre otras cuestiones, para adquirir el prestigio internacional que le era necesario por razones financieras. Y optó por el asedio de Bilbao. Esta ciudad se convirtió en una auténtica obsesión en todos los conflictos del siglo.

Bilbao seria la tumba del general carlista. Esta fase finaliza con la muerte del general Zumalacárregui en el asedio de Bilbao el 23 de julio de 1835. Los enfrentamientos mas relevantes se habían producido generalmente en el norte y en Cataluña.

En una segunda fase la guerra se expandió por todo el territorio nacional, desde el verano de 1835 hasta octubre de 1837.

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Así, al principio de la guerra el general isabelino o cristino, como queramos llamarlo, que estaba al frente del ejército gubernamental era Luis Fernández de Córdova. Posteriormente lo haría Espartero, quien lograría romper el sitio de Bilbao, al que hicimos referencia, en la batalla del puente de Luchana a principios de diciembre de 1836.

Los isabelinos se sentían “a gusto” en una guerra convencional. Y no tanto en una guerra de guerrillas. Las partidas carlistas no eran fáciles de combatir ni reducir, sobre todo en el área montañosa del Maestrazgo y el Bajo Aragón, territorio dominado por el general Cabrera, que se configuró como la tercera zona de dominio carlista.

En esta fase se produjeron algunas expediciones carlistas que camparon por España sin dificultad, alejados de su zona de influencia y alguna llegó a las puertas de Madrid, como Aníbal en Roma. 

Comenzaremos con la expedición del general Gómez que con menos de 3.000 hombres, aunque apoyado por las tropas de Cabrera en algunos momentos difíciles, atravesó España desde Santiago de Compostela a Cádiz, entrando en Cáceres, Córdoba, Almadén, Algeciras y otras y haciendo miles de prisioneros. Pero sin consecuencias en la guerra. Su objetivo inicial era crear un foco bélico en Asturias.

Una acción carlista, dirigida por don Basilio, puso en estado de alarma el Real Sitio de La Granja en julio de 1836. 

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Y el mismo Don Carlos dirigió un ejército de 14.000 hombres en la conocida como «expedición real», que llegó hasta las puertas de Madrid sin dar la orden de ataque. Decidiendo volver a Navarra. En el camino le abandonaron un buen número de desertores. No encontró el apoyo popular que esperaba. Cruzó el Ebro en octubre de 1837.

M.ª Cristina y don Carlos habían entablado conversaciones en plena guerra. La regente no comulgaba con los principios liberales. Y la idea era concertar un matrimonio para el futuro entre los hijos de ambos. Pero M.ª Cristina no se llegó a decidir y don Carlos volvió grupas pensando que era la mejor solución.

Desde el punto de vista militar  pudo haber tomado la capital pero el problema era qué hacer al día siguiente sin el acuerdo con M.ª Cristina.

Lo que está claro es que este nuevo fracaso pesó en el descrédito de la causa carlista dentro y fuera de España.

Y desde octubre de 1837, cuando don Carlos cruzó el Ebro hasta el final de la guerra, entraríamos en la tercera fase, que estuvo dominada por el ejército isabelino.

Con el regreso de don Carlos se generó en los medios militares carlistas cierta disensión interna. Por un lado se procesó a los generales que habían protagonizado incursiones y acciones militares fuera de esas zonas de influencia y dominio carlistas Gómez, Zariátegui o Elío y el bando oficialista liderado por el general Guergué, un «apostólico» (el sector mas reaccionario del carlismo) que fue nombrado general en jefe de todas las tropas.

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Y se comenzó a notar con esa disensión, una ideología más moderada, por ejemplo, se alzaron voces que no deseaban restablecer la Inquisición, como  Erro y los padres Cirilo Alameda y Gil frente a los «apostólicos» intransigentes (el obispo de León, Arias Tejeiro o el padre Lárraga querían volver al absolutismo más rancio). Estas discusiones se daban en la denominada Corte de don Carlos, en la que se turnaban para darle consejos contradictorios. También eran constantes las guerras de camarillas para obtener más influencia en el pequeño poder que representaba el gobierno carlista. Los moderados se impusieron para que don Carlos reemplazara al general Guergué por el mas «templado» general Maroto

Maroto, sabedor de los enemigos internos que tenía y que seguían presionando a don Carlos, decidió en febrero de 1839, tomar una radical decisión y firmó el fusilamiento en Estella de quienes se le oponían (entre otros los generales Guergué y Carmona). 

Don Carlos, desde su cuartel de Vergara, primero declaró traidor a Maroto, pero tres días después justificó su acción y desterró de España a los principales «apostólicos» de su corte (el obispo de León, Arias Tejeiro, Lamas Pardo y otros). 

En realidad este cambio de actitud era reflejo de una evidente división que llevaba a una actuación errática, lo que aumentó el descrédito de don Carlos en los gobiernos extranjeros, en España y entre sus propios seguidores carlistas.

La brecha era evidente. Así encontramos a Muñagorri, un escribano vasco, que organizó un partido político dispuesto a negociar con el lema «Paz y Fueros», solución que fue bien vista y apoyaron en las cancillerías diplomáticas los gobiernos de Londres y París. Aunque el éxito personal de Muñagorri fue escaso, su idea es la que finalmente se impuso en parte del carlismo, el pactismo y la negociación.

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De esta forma llegamos al final de la Primera Guerra Carlista con el famoso abrazo de Vergara entre el general Espartero y el carlista Maroto, que escenificó el Convenido de Vergara, el 31 de agosto de 1839. En él se reconocieron los empleos y grados del ejército carlista y se recomendó al gobierno propusiera a las Cortes la devolución de los fueros de las tres provincias vascas y Navarra, armonizándolos con la Constitución. Esta promesa acabaría siendo incumplida por Espartero.

En realidad ahí no acabó la guerra, porque el ala radical del carlismo representado por el general Cabrera y el mismo don Carlos no aceptaron este acuerdo y la guerra se prolongó, casi un año mas,  en Cataluña y Aragón hasta la derrota definitiva en Morella en junio de 1840, de las tropas del general Cabrera, conocido como el «tigre del Maestrazgo», por su resistencia en ese territorio.  Don Carlos se vio obligado a cruzar la frontera el 14 de septiembre de 1839 con unos 6.000 hombres. Estuvo vigilado en una población francesa, Bourges, y allí permaneció hasta el final de la guerra. Los últimos leales carlistas, un ejército de mas de 25.000 hombres, fueron obligados a cruzar la frontera el 6 de julio de 1840.

En el plano político la guerra contribuyó a que la monarquía se decantara por el liberalismo, lo que convirtió a los liberales en el único apoyo de Isabel II. El protagonismo de los militares en la política, los conocidos como espadones, quedó reforzado y se convirtieron en elementos fundamentales para la defensa del sistema liberal. Los más representativos del sistema fueron Espartero, Narváez, O’Donnell, y Serrano. Los cuatro generales que controlaron la política española desde 1840 hasta la Restauración borbónica en 1875.

La idea carlista se podía haber desmoronado pero no cayó en el olvido con esta derrota. Se convertiría en un punto y seguido para aquellos carlistas que no reconocieron el famoso Acuerdo de Vergara y un punto y aparte para los seguidores de Maroto, artífice carlista del mismo. Por tanto había una buena parte del carlismo preparado para volver a los campos de batalla.

Una de las soluciones viables a la guerra era la matrimonial. De hecho ya se había planteado y fracasado en 1837 cuando Isabel tenía apenas 7 años. En esta ocasión, una vez finalizada la guerra, don Carlos y M.ª Cristina se encontraron exiliados en Francia desde 1840 hasta 1844 y tuvieron oportunidad de tratar el acuerdo dinástico.

Pero en realidad el problema de la búsqueda de la solución en un matrimonio  no era dinástico, ni familiar, ni internacional, pues no rompería el equilibrio europeo. El problema era ideológico. Y estaban muy distanciados y con pocas posibilidades de entendimiento y poco confiados, especialmente los carlistas, en un matrimonio que no solucionaría nada.

En 1845 don Carlos abdica en su hijo primogénito Carlos Luis que seria en línea de

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sucesión Carlos VI del carlismo.

LA SEGUNDA Y TERCERA GUERRA CARLISTA

Algunas partidas carlistas volvieron a levantarse en la conocida como Segunda Guerra Carlista. Conflicto que tuvo lugar entre mayo de 1846 y junio de 1849. Se desarrolló de forma discontinua y disperso en su espacio territorial. Por ejemplo en  Cataluña en 1846; en Valencia y Toledo en 1847; de nuevo en Cataluña y otras zonas en 1848 y principios de 1849.

Los primeros chispazos tuvieron lugar en Cataluña, en mayo de 1846. Era una respuesta de algunos grupos frente a los intentos cada vez menos creíbles,  de la Casa Real y del gobierno liberal encaminados al matrimonio entre Isabel II y don Carlos Luis, conde de Montemolín e hijo de don Carlos, en el que este había abdicado el 18 de mayo de 1845. De hecho,  Isabel II terminó casándose con su primo Francisco de Asís de Borbón.

El resultado de la guerra fue una nueva derrota del carlismo. Mismo resultado que llegaría con la tercera.

Y ya entre 1854 y 1856 podríamos hablar de una Tercera Guerra Carlista, con una acción guerrillera sobre todo en el norte de España. 

Volvíamos a la justificación de la guerra en la defensa de las ideas «católicas». Tengamos en cuenta que muchas partidas estaban organizadas o alentadas por sacerdotes. Y por supuesto otro banderín de enganche fue la lucha contra las «revoluciones». La guerra se inició con el Manifiesto de Montemolín y tuvo lugar el primer chispazo en agosto de 1854 en Palencia. Se difundió, en 1855, por Castilla, Santander y la zona este desde Aragón a Cataluña y Levante, con un importante foco en el Maestrazgo. La guerra no se dio por concluida hasta 1856. 

Y antes de la cuarta y última guerra carlista, que seria ya en el Sexenio Democrático, y de la que luego hablaremos, se produce en 1860 un acontecimiento clave en esta historia.

Pues si, en abril , en La Rápita (la desembocadura del Ebro), fueron apresados el conde de Montemolín (Carlos VI) y su hermano Fernando cuando, con apoyo del capitán general de Baleares, que fue fusilado, intentaban introducirse en España. Ambos renunciaron a sus derechos de sucesión, decisión de la que se retractarían después, lo que dio lugar a una curiosa disputa en el seno de la familia carlista pues el tercero de los hermanos, Juan de Borbón, un interesante personaje, asumió los derechos y terminó en Madrid pidiendo jurar fidelidad a la reina Isabel. Juan era un convencido anticlerical y  proclive al liberalismo.

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Carlos y Fernando, los dos primeros hijos de don Carlos María Isidro, murieron de tifus en 1861. Don Juan, el tercero, asumió definitivamente la herencia dinástica hasta que su hijo mayor, con el nombre de Carlos VII, tomó la dirección de la causa e inició en 1872 la Cuarta Guerra Carlista.

LA CUARTA GUERRA CARLISTA

Llegamos así a la Cuarta Guerra Carlista que iría desde 1872 a 1876, con la reina Isabel destronada y huida, ya en el «Sexenio Democrático», como consecuencia de la revolución de la “Gloriosa”

Es una época que en carlismo cree ver una buenísima oportunidad al quedar España sin rey y dedicarse el gobierno a buscar uno. Parecía que el carlismo revivía como fuerza política. 

Pero cuando vieron que el elegido era un extranjero, Amadeo de Saboya volvieron a la vía de la insurrección armada, por lo menos una parte del carlismo. El pretendiente era Carlos VII, y el conflicto, que comenzaba en abril de 1872, acabará con la definitiva derrota del carlismo, ya durante los primeros años del reinado de Alfonso XII. Los generales artífices de la victoria realista serían Martínez Campos y Fernando primo de Rivera, que derrotaron a los carlistas en Cataluña, Navarra y País Vasco.

Desde finales de 1868 la actividad propagandística y preparativos militares conspiraciones políticas para asaltar el poder por parte de una conjunción de tradicionalistas, neocatólicos y ultraconservadora fue in crescendo.

Fue la princesa de Beira, M.ª Teresa de Portugal o de Braganza, viuda de Carlos María Isidro, la que organizó la presentación del su nieto Carlos en París, en contacto con los legitimistas franceses en una campaña de popularización de su persona a nivel internacional. 

Cabrera, asumió las riendas políticas, creó una Junta Central con personajes destacados del carlismo y organizó el periódico La Fidelidad, pero la vía política no era contemplada por un sector del carlismo que anhelaba volver a las armas. En febrero de 1870 ya era el pretendiente Carlos el único líder, afanándose en conseguir recursos económicos. Se entrevistó con los soberanos europeos afines al ideario absolutista,

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En todo este tiempo la agitación periodística de la prensa carlista fue extraordinaria, hasta periódicos menos radicales y virulentos como el Pensamiento español, de Navarro Villoslada, cambió de rumbo y sus paginas eran cada vez mas apocalípticas contra el sistema democrático, el gobierno y las Cortes. La demagogia encontraba caldo de cultivo tanto en sectores acomodados, en pequeñas burguesías amedrentadas por el impulso de los federales e internacionalistas, como en los sectores empobrecidos.

El 21 de abril de 1872 se produjo un levantamiento, en el que fallaron muchas de las guarniciones en las que el carlismo había fijado sus esperanzas. Dos semanas después el pretendiente Carlos VII cruzaba la frontera, pero rápidamente fue derrotado por las fuerzas liberales del general Moriones, que le obligó a volver a Francia. A principios de diciembre de 1872 comienza la actividad la partida del cura Santa Cruz que se convertiría en uno de los principales mitos de la guerrilla carlista. Durante el primer semestre de 1873, la convulsa situación política, con la abdicación de Amadeo y la implantación de la Iª República, permitió la consolidación de las partidas carlistas que acabaron convirtiéndose en muchos casos en un ejército regular. En julio de ese año Carlos VII regresó a España. Y de nuevo Bilbao se convertiría en foco y objetivo carlista, comenzando su asedio en enero de 1874 con la toma de Portugalete. Pero el Pronunciamiento de Sagunto, el 29 de diciembre de ese año, trastoca los planes carlistas. El restablecimiento de la monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII, supuso para el carlismo la pérdida de los grupos que habían encontrado en su causa una forma adecuada de oposición a la Revolución de 1868.

El resultado fue un nuevo fracaso de la causa carlista y el 28 de febrero de 1876 Carlos VII regresaba a territorio francés.

NUEVA ETAPA

Aquel 1876 significó para los carlistas el inicio de una nueva etapa, cuando dejaron la lucha armada sustituyéndola por la política y convertirse en un grupo más entre los que competían políticamente dentro del sistema. 

Aunque ciertamente divididos. Unos acaban reconociendo a Alfonso XII y se integran en el sistema. Otros que siguen a Nocedal, nuevo jefe del partido desde agosto de 1871, mantuvieron su ideología tradicional y antiliberal, y acabaron creando un partido, el partido carlista, que, con cambios ideológicos importantes, ha llegado a nuestros días. Otros, se integraron en partidos nacionalistas del País Vasco y Cataluña. Pero lo que está claro es que el carlismo se adaptó mínimamente a las transformaciones políticas y sociales de aquella España de la Restauración.

EL CARLISMO EN EL SIGLO XX

Los carlistas aprovecharon la ocasión de la guerra civil del 36 y sus partidarios se unieron al bando insurrecto. Y por primera vez en un siglo no sufrían una derrota, pero la verdad es que, había una sensación extraña entre ciertos sectores del carlismo y era la de ser los vencidos entre los vencedores. 

Javier de Borbón Parma fue el regente carlista desde 1936. Tuvo dos hijos varones y cuatro hijas (Francisca, Maria Teresa, Cecilia y M.ª de las Nieves) y los hermanos estuvieron a punto de repetir la historia de 1833. Fueron Carlos Hugo, el mayor y sucesor y Sixto Enrique.

Carlos Hugo provocó un giro izquierdista en el carlismo y antifranquista, en la década de los 60 el carlismo formuló las bases de su revisión ideológica. El Partido Carlista se convirtió al socialismo autogestionario y federal. Es cierto que otra facción no aceptó ese giro y continuaron con su ideario tradicionalista y muy cercano a la ultra derecha siendo Sixto Enrique su líder.

Llegando el momento mas álgido de tensión entre ambas facciones en 1976 en Montejurra, monte cercano a Estella en Navarra. Un enfrentamiento que terminó a tiros provocado por los tradicionalistas y donde hubo dos muertos y varios heridos.

Pero esa es otra historia.

LAS GUERRAS CARLISTAS EN LA LITERATURA

Y no puedo terminar sin escribir sobre la repercusión que tuvieron estas guerras en el campo de la literatura española. Miguel de Unamuno escribió en 1897 Paz en la guerra donde retomaba recuerdos de la infancia vividos en la ciudad de Bilbao sitiada por los carlistas. Benito Pérez Galdós concluyó la segunda serie de sus Episodios Nacionales con Un faccioso más...y algunos frailes menos, y veinte años mas tarde volvería a la temática abriendo la tercera serie con Zumalacárregui (1898) seguida de otras novelas ambientadas en la guerra como De Oñate a La Granja de ese mismo año, Luchana, 1899, y en ese año tiene otras dos La campaña del Maestrazgo y Vergara. 

Valle Inclán, por otro lado, abordaría el tema con su gran apuesta histórica en la trilogía La guerra carlista compuesta por Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de antaño (1909). Y acabamos con mi favorito, Pio Baroja con su famoso Zalacaín el aventurero escrito en 1909. Aunque posiblemente su personaje Eugenio de Aviraneta representó su mayor aproximación a la contenida en sus libros Aviraneta o la vida de un conspirador y Memorias de un hombre de acción.


Fuentes: 

La herencia del carlismo (Legitimismo e ideología; las guerras carlistas) Germán Rueda Hernanz). Historia contemporánea de España 1808-1923. Coordinadora Blanca Buldain Jaca. Editorial Akal, 2011

Av Historia n.º 67 (2004) Las razones de don Carlos, Por mi honor (pags 62-68) Jordi Canal

Av. Historia n.º 77 (2005) El rompecabezas carlista.

Carlismo y contrarrevolución (pags 46- 53). Jordi Canal

Orgía de Sangre (pags 54-58) José Ramón Urquijo Goitia

Una guerra literaria (pags 59-63). Pedro Rújula

Av. Historia n.º 91 (2006). Montejurra. Mayo de 1976: una fiesta fratricida. Jordi Canal 

Av. Historia n.º 98 (2006). Ramón Cabrera, el Tigre. Mito y realidad de un carlista ambicioso. Conxa Rodríguez.

Para saber más:

La primera guerra carlista, edit Actas, Madrid, 1992. Alfonso Bullón de Mendoza.

Las guerras carlistas,  edit Actas, Madrid, 1993. Alfonso Bullón de Mendoza

El carlismo y las guerras carlistas. Hechos. Hombres e ideas. La esfera de los libros, 2003. Julio Aróstegui, Jordi Canal y Eduardo G. Calleja.

El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España. Alianza Editorial, 2000. Jordi Canal

Tríptico carlista. Estudios sobre historia del carlismo, Ariel 1973. C. Seco Serrano

Breve historia de las guerras carlistas. Ediciones  Nowtilus, 2011. Josep Carles Clemente Muñoz

Las guerras carlistas. Edit. Silex. Antonio Manuel Moral Roncal 

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