GRANDES ENEMIGOS DE LA ROMA ANTIGUA

 

Enemigos de Roma

La antigua Roma, a través de los siglos, pasó de ser una pequeña aldea del centro de la península itálica a un poderoso imperio y controlar tierras a lo largo de Europa, los Balcanes, el Medio oriente y el norte de África. Y eso no se consigue de forma pacífica. Por lo que, a lo largo de su existencia, la guerra ha sido consustancial a Roma y eso genera multitud de enemigos. Tanto durante el periodo de la República como del Imperio.

No pretendo aquí hacer una exhaustiva relación de todos ellos, sería muy complicado y extenso, algunos se quedarán en el tintero, seguro, solo se trata de un pequeño recordatorio por lo menos de los más famosos. 

Ni están por orden cronológico ni por orden de “importancia”. 

ANÍBAL BARCA Y CARTAGO

Comencemos por uno de los más famosos y que más dolores de cabeza provocó en Roma, sobre todo por la amenaza directa que supuso a la propia ciudad. Estamos hablando de Aníbal Barca y sus potente ejercito cartaginés.

El enfrentamiento de Cartago contra Roma podemos decir que nació con la primera guerra púnica (264-241 a.C.) pero sobre todo se agudizó durante la segunda guerra, en su desarrollo en la Península Ibérica, y especialmente cuando Aníbal cruzó los Alpes con sus temibles elefantes y pisó suelo itálico. Porque la guerra se ve de forma distinta si está lejana o si de pronto la tienes muy cerca de casa, como fue el caso.

Enemigos de Roma
Aníbal fue derrotando a cuantas legiones se ponían en su paso. Según iba avanzando el ejército cartaginés iba reclutando tropas desafectas a los romanos y aumentando de forma considerable sus tropas auxiliares paliando las pérdidas del periplo alpino. La impaciencia y temor de Roma al ver al poderoso ejército cartaginés moverse a sus anchas le llevó a presentar batalla antes de tiempo, como sucedió en Tesino, Trebia y Trasimeno. Pero lo peor estaba por llegar. En agosto del 216 a.C. Aníbal asestaría a las legiones romanas una de sus peores derrotas y lo hizo en Cannas. La victoria fue total para Cartago y hoy se sigue discutiendo el motivo por el que Aníbal no se dirigió a Roma, porque se le abrió ante sus ojos una auténtica autopista hacia la urbs. La cuestión es que no lo hizo y estuvo varios años merodeando por la península itálica, pero la guerra estaba en suspenso. Los romanos porque no querían más enfrentamientos directos y los cartagineses porque sus recursos eran limitados y esperaban ayuda, que nunca llegó. En realidad, Aníbal había sido abandonado a su suerte.

En el 204 la guerra se muda al norte de África, terreno cartaginés y el 19 de octubre de 202 Publio Cornelio Escipión consigue vencer al legendario general cartaginés y enterrar todos los fantasmas que habían campado a sus anchas por la península itálica tantos años, en la batalla de Zama.

HISPANIA Y VIRIATO

La guerra con Cartago trajo a los romanos a la península Ibérica, Hispania. En el 218 a.C., las legiones del águila desembarcaron en Ampurias y comenzaron la conquista que no fue fácil, aparte de los cartagineses aquí se encontraron con una feroz resistencia, que no esperaban, de los pueblos peninsulares.

Y ha destacado un personaje guerrero que se levantó en armas hacia el 147 a.C.: el lusitano Viriato. Tenemos referencias históricas de él, del historiador Diodoro Sículo por ejemplo. Pero su figura se ha visto envuelta en leyenda, en un mito. 

Sabemos que su origen era humilde, fue pastor, lo que le dio un conocimiento de la geografía muy útil luego en sus enfrentamientos con los romanos y que se casó con la hija de un rico lusitano. Ese conocimiento del terreno lo empeló para sus emboscadas y ataques relámpago por sorpresa. Consiguió reunir un nutrido ejército de guerreros dispuesto a luchar contra Roma. 

Las victorias se iban sucediendo y los romanos no podían parar a estos guerreros lusitanos que se iban adentrando y conquistando territorio enemigo. En el año 145 a.C. ya había conseguido hacerse con toda la Hispania Ulterior y gran parte del sur de la Citerior. Y consiguió no solo derrotar a su poderoso enemigo sino en algún caso humillarlo, por ejemplo robando los estandartes del pretor Claudio Unimano. Ningún pretor conseguía detenerle, Plautio Hipseo, Claudio Unimano, Cayo Nigidio…, parecía invencible. Solo el cónsul Fabio Máximo Emiliano estuvo cerca de derrotarle definitivamente pero solo consiguió vencer en algún encuentro.

Servilio Cepión fue quien por fin consiguió derrotarle, pero no en un campo de batalla.

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Propuso a Viriato entablar conversaciones y llegar a algún acuerdo en un momento complicado para el lusitano. Este envió a tres de sus hombres de confianza (Audaz, Ditalcon y Minuro) pero Cepión les compró para que mataran a su líder, cuestión que llevaron a cabo y al ir a recibir su recompensa el romano les espetó aquello de «Roma no paga a traidores», aunque no existe constancia histórica de que fuera así.

Según sabemos, Viriato tuvo un funeral digno de un auténtico rey. Su cuerpo inerte ardió en una pira mientras sus soldados daban vueltas alrededor del túmulo. Fue reconocido por sus propios enemigos destacando su valor y liderazgo. Roma no aceptó aquel engaño de Cepión y le negó el privilegio de celebrar la victoria pues, para el Senado, no se la había ganado, sino que la había comprado.

VERCINGÉTORIX Y LOS GALOS

Saltemos de Hispania a la Galia. Allí nos encontraremos con Vercingétorix, el líder galo que consiguió reunir a toda una serie de tribus galas para luchar contra Roma. Ha pasado a la historia como un héroe nacional de Francia, precisamente encumbrado por su enemigo romano, Julio Cesar, al destacar su valor y fiereza en su célebre obra Comentarios sobre la Guerra de las Galias.

No sabemos su verdadero nombre, ya que Vercingétorix es un título que los galos daban a sus reyes: “el rey supremo de los que combaten al enemigo”. Seguramente nuestro protagonista estuvo enrolado como auxiliar en el ejército romano, como años más tarde conoceríamos de Arminio, donde conoció las tácticas militares de las legiones y del que hablaremos a continuación.

Con la unión de las tribus, ya mencionada, conformó un ejército debidamente entrenado que podía afrontar el gran reto: atacar a los romanos en la Galia Narbonense para alejar el peligro de sus tierras en el centro del territorio galo. Faltaba atraerse a las tribus neutrales y, lo más difícil, a las prorromanas.

Su estrategia era simple pero selectiva, practicó la guerra de guerrillas y de tierra quemada para dejar sin suministros a su enemigo, sabedor que era el punto débil romano. Sabía que no podía enfrentarse a las poderosas legiones a campo abierto. Unas prácticas que ya había puesto en marcha Viriato, como hemos visto, con muy buen resultado.

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La victoria en Gergovia, capital de los avernos, sobre las legiones, en la que hicieron que César tuviera que retirarse, hizo que la fama de Vercingétorix creciera como la espuma ante el resto de las tribus galas de las que muchas de ellas se sumaron a su causa. En ese momento se convirtió en una verdadera amenaza para Roma.

Pero una vez más salió a escena la audacia militar de Julio Cesar. Esta vez se vio beneficiado por un error de cálculo del líder galo, que, posiblemente envalentonado por su anterior victoria y sus numerosas fuerzas, incumplió con una norma que tenía grabada a fuego, no combatir a las legiones en campo abierto. Sin consumarse una derrota total, los galos pudieron atrincherarse en Alesia donde sufrieron un tremendo asedio y sitio. Y allí acabó sucumbiendo y rindiéndose.

Vercingétorix decidió ahorrar inútiles sacrificios a su pueblo sabedor de la imposibilidad de una victoria y depuso las armas esperando clemencia. Pero la soberbia de Cesar lo impidió e impuso humillantes condiciones: el líder galo tuvo que postrarse arrodillado ante el trono del vencedor entregando sus armas. Fue hecho prisionero, pero tuvo que esperar seis años a desfilar encadenado ante el pueblo de Roma en el espectáculo triunfal de Cesar en el año 46, para posteriormente ser ejecutado. 

ARMINIO, LOS GERMANOS Y TEOROBURGO

Volvemos a dar un salto geográfico y nos situamos en Germania, vamos a hablar de Arminio. Cayo Julio Arminio o Hermann fue un caudillo querusco, germano de nacimiento, pero ciudadano romano. Dato diferenciador a los anteriores protagonistas.

El incipiente Imperio romano vio como a las primeras de cambio fue sorprendido en una emboscada en el limes germano, perdiendo tres de sus poderosas legiones, la XVII, la XVIII y la XIX. Augusto no daba crédito al recibir la noticia de la derrota en Teotoburgo (septiembre del año 9), Arminio y Quintilio Varo pasaron a engrosar la relación de nombres nefastos para Roma.

Enemigos de Roma
Arminio, al igual que hiciera Viriato y Vercingétorix, fue reuniendo una coalición temporal de tribus como los Queruscos, Marsi, Chatti, Bructeri y otros pueblos menores, sin levantar las sospechas de Varo.

Consciente de que un enfrentamiento con las legiones a campo abierto sería la perdición, optó por aprovechar sus ventajas en un frondoso bosque, lo que permitió que hostigara al enemigo de forma constante, desgastando su capacidad física y psicológica.

Siempre le recordaremos por aquel fatídico grito de Augusto al conocer la derrota de sus legiones en Teotoburgo: «¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!»

Arminio pasó su juventud en la capital de sus enemigos junto a su hermano menor Flavus, cuyo auténtico nombre también ignoramos. Ambos recibieron la ciudadanía, siendo integrados y entrenados como équites (una clase social por debajo de la senatorial que combatía a caballo). Flavus siempre permaneció fiel a Roma.

Por último, un dato relevante, Arminio estuvo estrechamente relacionado con Varo, pues este le eligió al llegar a Germania y necesitar ayudante nativo que le aconsejara debidamente y le orientara a la hora de tratar con las tribus.

BOUDICA O BOADICEA, LA GUERRERA BRITANA

Volvemos a volar y llegamos a Britania, nuestra protagonista, una de las mujeres que desafió a Roma, fue una reina guerrera de los icenos, que acaudilló a varias tribus britanas durante el mayor levantamiento en la gran isla contra la ocupación romana sobre los años 60 del siglo I, durante el reinado del emperador Nerón. De sus andanzas tenemos noticias principalmente por dos historiadores como Tácito y Dion Casio.

Viuda del rey Prasutago, rey de los icenos, que había gobernado con el apoyo de los romanos, en su testamento repartió́ sus dominios a partes iguales entre el emperador Nerón y sus hijas para asegurarse de que Roma apoyaría también a sus sucesores. Pero esa voluntad no fue respetada por el procurador imperial, Cayo Deciano. Sus tropas saquearon el país, despojaron a los nobles de sus bienes, les expulsaron de sus predios ancestrales y esclavizaron a sus familias. También violaron y humillaron a Boudica y a sus hijas, creyendo que con su deshonra acabarían con su línea dinástica. Craso error.

Boudica no solo era la viuda del rey, sino que también era sacerdotisa de la diosa Andraste lo que le confería un gran ascendiente sobre su pueblo. La reina lo empleó, como relata Dión Casio, para liderar a los suyos convenciéndoles de que era preferible la muerte a soportar por más tiempo la opresión romana.

Consiguió que las tribus se levantaran comenzando una sangrienta revuelta. Arrasando a todos y a todo lo relacionado con Roma que se encontraban y enardecidos se dirigieron a Londinium (Londres), el principal enclave comercial romano.

Los britanos arrasaron la ciudad ensañándose con sus pobladores. La espiral de odio continuó en la ciudad de Verulamium (Saint Albans), que también fue reducida a cenizas. Las bajas romanas, aliados y civiles se podían contar por decenas de miles, se calcula que unos 70.000 y lo más grave si cabe, Roma corría el riesgo de ser expulsada de Britania.

Roma no podía retroceder y se llega a la batalla final, cuando los romanos consiguen atraer a los britanos a un terreno angosto cerca de Lichfield favorable a sus intereses. Ya en el campo de batalla la reina Boudica recorrió́ las líneas animando a sus hombres. Los romanos arrasaron a los britanos y no hicieron prisioneros en venganza por las anteriores masacres britanas. Y peor fue la represión posterior. 

Boudica se refugió́ con sus hijas en el territorio de los icenos, donde se suicidaron mediante veneno. La política posterior de Roma fue la del acercamiento a las élites locales. La rebelión de Boudica había demostrado que sin su apoyo era imposible mantener el dominio romano en Britania.

PIRRO, EL ÁGUILA DE EPIRO 

Pirro ha estado considerado como uno de los grandes estrategas de la Antigüedad sin nada que envidiar a Alejandro Magno, Aníbal o el propio Julio César. Su sueño era crear un gran imperio mediterráneo y emular a Alejandro Magno, hasta que se topó con Roma contra la que combatió en el siglo III a.C. cuando ésta intentó ocupar las ciudades de la Magna Grecia en su proceso de expansión territorial. 

Los habitantes de Tarento, una ciudad griega del sur de Italia, le pidieron ayuda para enfrentarse a Roma, el rey de Epiro no dudó. Pirro atravesó el Adriático para imponerse a ese pequeño Estado en el centro de la península Itálica que entonces estaba expandiendo sus dominios y amenazaba a Tarento y otras ciudades.

Pirro también utilizaba elefantes, como haría Aníbal, que le ayudaría a conseguir la victoria

Enemigos de Roma
en Heraclea, aunque a un altísimo precio, pues perdió un buen número de efectivos. Comenzaba la leyenda de sus «victorias pírricas». Al año siguiente volvió a enfrentarse a Roma y volvió a vencer, esta vez en la batalla de Ásculo, pero de nuevo a un altísimo precio: perdió más de tres mil soldados, frente a seis mil por parte romana. Fue entonces cuando se dice que dijo: «Otra victoria como ésta y estamos perdidos». También luchó y venció a los cartagineses, estaba convencido de crear ese imperio mediterráneo. Hasta que fue derrotado por Roma en Beneventum (275 a.C) gracias a sus abundantes recursos.

No murió en batalla, para su desgracia, y de camino al Peloponeso para someter a Esparta, murió en Argos, herido por una teja que una anciana le tiró desde un balcón en medio de disturbios durante su avance. Así terminó Pirro, el más grande militar después de Alejandro, señor de Epiro y soñador de imperios, el más infortunado entre los generales victoriosos.

MITRIDATES VI EL GRANDE, REY DE PONTO

Sigamos en el mundo helénico y vayamos con Mitridates VI de Ponto: el último gran rey helenístico. También soñó con emular a Alejandro Magno y a Pirro, desafiando al poder romano en Asia Menor y Grecia en el siglo I a.C. para crear su imperio.

Apiano escribió: "Era sobrio y sufrido en los trabajos y sólo cedió a los placeres de las mujeres". Tuvo, en efecto, numerosas esposas y concubinas, mujeres de todas clases de las que se encaprichaba durante sus viajes.

Pero el sueño expansionista de Mitrídates se vio frenado por Roma quien también aspiraba a seguir creciendo y se encontraba al oeste de Anatolia, zona que pretendía Mitrídates y donde los romanos poseían la zona costera del Egeo –la provincia de Asia– y mantenían bajo su protección a un reino de gran importancia estratégica, Bitinia. Roma perdió la batalla y Mitrídates alcanzó gloria y prestigio. A pesar de ser un bárbaro se presentó como el salvador y libertador de la opresión romana.

Cruel como pocos dio órdenes en el año 88 a.C. para que en un mismo día fuesen asesinados todos los ciudadanos itálicos de la provincia de Éfeso, con sus esposas, hijos y libertos. Fue una de las masacres más terribles de la historia. Según las fuentes antiguas, unos 80.000 itálicos murieron en aquella sangrienta jornada. Siguió demostrando su crueldad con el legado romano Manio Aquilio al que había capturado y a quien ejecutó en Pérgamo vertiendo oro recién licuado en su garganta. Según un historiador romano, Mitrídates clamó: "Belicosos contra toda nación, pueblo y rey bajo el sol, a los romanos sólo los mueve un motivo: la arraigada codicia de imperio y riquezas".

Pero Roma no perdonaba y clamaba venganza. Esta empezó a encauzarse cuando Sila llegó a Grecia con sus legiones en el año 87 a.C. y comenzó a derrotar a los ejércitos de Mitrídates sin mayor problema. El rey del Ponto firmó una paz por la que renunciaba a sus conquistas y pagaba una indemnización por los gastos de guerra, pero mantenía intacto su reino. El objetivo era que Sila volviera a Roma. Pero Roma no olvidaba y se repitieron las guerras que se han conocido como guerras mitridáticas. Entre 83-81 a.C. se desarrolló la segunda guerra mitridática. El general Licinio Murena invadió el Ponto, pero tuvo que retirarse. Al final sería Pompeyo quien le ganaría en su ultima batalla, aunque todavía pudo huir y morir, perseguido y acorralado por Roma le pidió a un oficial de su guardia que lo atravesara con su espada. 

CLEOPATRA VII, LA REINA DEL NILO

Plutarco dijo de ella “no se podía decir que tuviera una belleza extraordinaria, ni que uno quedara impresionado nada más verla, tal que asombrara a cuantos la veían; más la interacción con ella era arrobadora y su apariencia, junto con su habilidad para persuadir en un coloquio y el temperamento con que acompañaba cada intercambio, resultaba muy estimulante. También daba placer con el tono de su voz, pues su lengua era como un instrumento de varias cuerdas». Pero la verdad es que sedujo a dos de los hombres más poderosos de Roma, primero a Julio Cesar con el que llegó a tener un hijo y después a Marco Antonio, junto al cual luchó contra Octaviano, después Augusto. Marco Antonio controlaba las provincias orientales dentro del segundo triunvirato y en Roma temían que ella dominara Oriente y lanzara una campaña para acabar dominando todo el Mediterráneo. Fueron derrotados en la batalla naval de Accio.

Enemigos de Roma


Cuando las tropas de Octavianos entraron en Alejandría el verano del año 31 a. C. la reina egipcia decidió resguardarse tras las puertas colosales de su mausoleo, rodeada de oro, plata, perlas, arte y numerosos tesoros, jurando que les prendería fuego para evitar que cayeran en manos romanas. Allí moriría también Marco Antonio y Cleopatra lo haría diez días después suicidándose supuestamente con el veneno de un áspid. Tenía 39 años.

El historiador romano, Dion Casio, cuenta que, por orden de Octaviano, el cuerpo de Cleopatra fue embalsamado y depositado junto al de su derrotado consorte romano. Inspirado en ese cuadro, Shakespeare proclamó 16 siglos más tarde: «Ninguna tumba de la Tierra encerrará una pareja tan famosa».

ATILA Y LOS HUNOS

Al igual que Aníbal, Atila se presentó a las puertas de Roma en su campaña de 452-453 d.C. y al igual que Aníbal no tomó la ciudad. Si bien el cartaginés no lo hizo por falta de recursos, o esa es la teoría mas extendida, Atila, dice la tradición, lo hizo por una cuestión de superstición. Retiró a su ejército tras una reunión con el Papa León I y no quería enfrentarse a un hombre con nombre de animal. Hay otras teorías más reales como que su ejército ya estaba saciado de botín o el estallido de una epidemia entre sus filas. 

El azote de Dios, como se le conocía en occidente, fue uno de los enemigos mas encarnizados de los Imperios romanos, el de Occidente con capital en Rávena y el de Oriente con capital en Constantinopla. Sus dominios se extendieron desde la Europa central hasta el mar Negro, y desde el río Danubio hasta el mar Báltico.

Como decíamos no pudo o no quiso tomar Roma ni tampoco Constantinopla, aunque si invadió el imperio romano de Oriente (o imperio bizantino), lo que le animó a hacerlo también con el imperio romano occidental pero el general romano Aecio lo obligó a retroceder en la batalla de los Campos Cataláunicos en el 451. Invadió la península itálica devastando las provincias septentrionales y logró hacer huir al emperador de Occidente Valentiniano III de su capital, Rávena, en el 452. 

Sus poderosos ataques al imperio de occidente están considerados como uno de los factores determinantes para la caída del imperio romano en la actualidad.

Siempre se ha pensado en Atila y los hunos como un pueblo bárbaro sediento de sangre y riquezas. Y si bien es cierto que fueron feroces y violentos guerreros no fue por esa causa. Gracias a los estudios de un equipo de historiadores clásicos de la Universidad de Cambridge ahora sabemos que como otros pueblos que buscan apropiarse de recursos para subsistir, los hunos huyeron de sus tierras en un contexto de hambruna y escasez. 

ALARICO I SAQUEADOR DE ROMA

Y para terminar lo haremos con Alarico, quien si entró en Roma y la saqueó.

En el 378, la sublevación de los visigodos dio lugar a la batalla de Adrianópolis, que supuso el reconocimiento por las armas de la presencia goda en el Imperio. Esta derrota supuso un duro golpe para el imperio, además de la muerte del emperador Valente en el campo de batalla constató la decadencia romana en todos los órdenes en gran parte de las zonas que se hallaban bajo dominio visigodo.

Los visigodos en ocasiones actuaban como escudo frente a otros pueblos, y en otras luchaban contra los romanos. Alarico I dirigía una de estas incursiones de visigodos contra Tracia y los romanos de Oriente pactaron con él ofreciéndole un asentamiento en Iliria. En el 400, Alarico descontento con sus tierras atacó la península itálica. El general Estilicón consiguió detenerlo, pero Alarico volvió a la carga unos años después aprovechando las disputas internas romanas. En el 410 y tras tres asedios, saqueó Roma, durante el decimoquinto año de reinado del emperador Honorio, y raptó a la hermanastra del emperador, Gala Placida. 

Roma fue saqueada por las tropas de Alarico durante tres días, lo que produjo una inmensa conmoción en el Imperio. Muchos historiadores colocan aquí el punto final a la historia de Roma.

Llegamos al final y no nos podemos olvidar de otros enemigos a los que me referiré en pocas líneas. Yugurta, el rey de Numidia entre 116 y 106 a. C. Estuvo asignado a las tropas auxiliares romanas en la guerra numantina, esto ya nos suena, combatió a Roma y fue derrotado por Sila quien le capturó para ser ejecutado en Roma; otra mujer, Zenobia de Palmira, se hizo famosa por dirigir personalmente a sus tropas. Aprovechó la inestabilidad en el trono de Roma en el siglo III d.C. para afianzar su dominio sobre Oriente e incluso ocupó Egipto; Sapor I, que protagonizó el resurgir de Persia, también en el siglo III d.C., con grandes conquistas en Mesopotamia y Siria. Su gran triunfo fue en el asedio de Edesa cuando consiguió capturar al emperador Valeriano, era el primer César en caer prisionero. Valeriano moriría en cautiverio; y el peligro no solo venia del exterior, Espartaco sembró de terror parte de la península itálica son su sublevación junto a miles de esclavos en el año 73 a.C., convirtiéndole en un icono de la lucha contra la opresión.

Enemigos de Roma


Para saber más:

Los enemigos de Roma: De Aníbal a Atila el Huno (Historia) de Philip Matyszak

Viriato

Arminio

Boadicea

Pirro

Mitridates

Cleopatra

Atila

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