EL DESASTRE DEL 98

 

El desastre del 98

El siglo XIX fue muy intenso en toda Europa, con revoluciones, levantamientos, cambios de rumbo, inestabilidad…. Y España no fue diferente, así lo contamos en el artículo “Pronunciamientos y revoluciones en la España del siglo XIX”, pero el final iba a ser un terremoto, lo que se ha conocido como «crisis de fin de siglo», con el epicentro en 1898. Fue el momento en el que España perdió los últimos restos de su Imperio en el Caribe y en el Pacífico.

La crisis colonial se agravó con unas graves insurrecciones en gran parte de sus territorios ultramarinos causadas por una errática política, incapaz de atender y entender las necesidades locales aderezado con un espíritu de independencia por parte de la población autóctona.

Todo ello observado detenidamente y, posteriormente aprovechado, por una incipiente potencia mundial como eran los Estados Unidos que veía una buena oportunidad de satisfacer su interés expansionista e ir afianzando su posterior liderazgo mundial.

¿Cómo afectó a la vida política española? Pues, no solo supuso un impacto negativo en nuestra política exterior con la pérdida total de peso en el ámbito internacional, si no que a nivel interno «la crisis de fin de siglo» supuso una convulsión interna en diferentes aspectos de la vida española. Se cuestionaron los objetivos de la nación, la situación política del país, se resaltaron los problemas sociales existentes, el papel del ejército y la marina, la propia configuración del Estado o la necesidad de sanear la economía. Surgió un movimiento regeneracionista decidido a corregir los errores cometidos, a reconducir la situación y a impulsar un proyecto modernizador de España. Sin embargo, el sistema político institucional dio muestras de solidez en situación tan adversa. Se perdería la guerra y las colonias, se inició una etapa de cuestionamiento, pero se mantuvieron la Constitución, la monarquía, el parlamentarismo. Tampoco hubo crisis económica.

Si que se produjo una crisis en la conciencia nacional que provocó una intensa reflexión sobre su futuro. Se hablaba de una España «sin pulso», que había entrado en fase de agonía. Se extendió el pesimismo y la palabra favorita parecía ser «desastre». Pero como he comentado no se correspondía con la realidad política y económica del momento. España podía incluirse en la normalidad de su entorno.

CRISIS EN LAS COLONIAS

En esos años finales del siglo XIX, la evolución económica, política y social de Cuba alejó progresivamente sus intereses de la metrópoli. Su economía, basada principalmente en la plantación azucarera buscaba nuevos mercados alejados de la metrópoli, Estados Unidos, Reino Unido y los países del norte de Europa, por ejemplo, lo que provocaría un alejamiento con la Península. Que también se viviría en el plano político. Aparecieron nuevas fuerzas políticas con distintos objetivos. Así nos encontramos con el partido de la Unión Constitucional, opuesto a cualquier solución autonomista, el partido Liberal Autonomista creado por la burguesía cubana con el apoyo de muchos intelectuales y profesionales. Ambos partidos apoyaban la continuidad de España como metrópoli. Posteriormente se fundo el partido Reformista por peninsulares que habían invertido sus capitales en Cuba, cuyos intereses chocaron con la política proteccionista española.

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Los separatistas encontraron su canal de expresión en el partido Revolucionario Cubano creado por José Martí en 1892, abiertamente defensor de la independencia, una formación de amplia base social.

En esa década comenzaron una serie de reformas que no satisfacían a nadie, con diferentes nombramientos de ministros de Ultramar (Romero Robledo, Antonio Maura, Abarzura...) por los distintos gobiernos españoles y con distintas políticas reformistas. Reformas que iban fracasando de forma progresiva lo que iba acelerando la insurrección. El proceso de lucha pro la independencia era imparable, ni siquiera la concesión de autonomía decidida por Sagasta , tras la muerte de Cánovas en otoño de 1897, y puesta en práctica a principios de 1898 consiguió frenar el proceso independentista y restaurar la paz.

El 24 de febrero de 1895 José Marti lideró un levantamiento en la isla en lo que se ha conocido como el Grito de Baire. Ya se había vivido en la isla otra guerra que se inició en 1868, la Guerra de los Díez Años, que terminó en la Paz de Zanjón en 1878.

En definitiva, las aspiraciones políticas, económicas y sociales de los cubanos no habían encontrado ni respuestas, ni solución suficiente para ser aceptadas. Las reformas administrativas de los años 90, reforzando el poder central; el creciente peso político de las clases medias y trabajadoras de la isla cuyo malestar iba creciendo al no ver evolución en la política colonial de la metrópoli; la progresiva dependencia de la economía cubana de los Estados Unidos y la divergencia entre los intereses de los grupos económicos cubanos y peninsulares pusieron de manifiesto la necesidad de reformas mas profundas respetando los intereses de todos. Cuestión francamente complicada a esas alturas. Los distintos gobiernos españoles fueron incapaces de encontrar una salida efectiva que resolviera todos esos problemas. Las soluciones autonomistas llegaron demasiado tarde. El distanciamiento entre cubanos y españoles cada día era más grande. Y la gota que colmó el vaso fue la injerencia estadounidense en todo este proceso y la consiguiente guerra.

En Puerto Rico la política aplicada fue diferente. Su sistema económico estaba basado en el cultivo y exportación del café. España compraba una tercera parte, otra tercera parte se exportaba a Cuba y el resto se enviaba a puertos europeos y caribeños.

Gracias al buen funcionamiento de este sistema, los grupos agroexportadores puertorriqueños apoyaron, en líneas generales, el mantenimiento de los vínculos con la metrópoli. Pero no eran tan ideal en el ámbito político, con unas demandas muy parecidas a la cubanas. Los puertorriqueños reclamaron una participación mas representativa en el sistema político español y una relaciones comerciales mas comprometidas e igualitarias para los dos ámbitos. En 1887 se creó el partido Autonomista Puertorriqueño que acabaría fusionándose con el partido Liberal de Sagasta quedando el partido Autonomista Ortodoxo como oposición. Este proceso posibilitó que al subir Sagasta al poder, en octubre de 1897, se otorgara a Puerto Rico la Carta Autonómica, alcanzando así una situación colonial mas avanzada que la del resto del ultramar español. Por eso, Puerto Rico fue el escenario menos problemático y el único que al que no se asomó la guerra.

En Filipinas tras la crisis política y económica de los años setenta, se evidenció necesario acometer una profunda reforma de la Administración y potenciar un nuevo modelo económico. De esta forma el cambio se basó en la conversión de Filipinas en una economía de exportación agraria de productos tropicales. Por otro lado en los años ochenta y noventa, el gobierno decidió fomentar las inversiones e importaciones peninsulares a las islas, así aumentaron de forma considerable las compañías peninsulares implicadas en el archipiélago, como la Compañía General de Tabacos de Filipinas, que seria la mas importante.

Pero la metrópoli no supo o no pudo, convertirse en el mercado preferencial de las exportaciones filipinas, lo que creó un grave desequilibrio en los intereses españoles y filipinos, y provocó que las burguesías de negocios filipinas acentuaran la tendencia a establecer sus relaciones internacionales con Gran Bretaña, China o Estados Unidos, antes que con España.

En el ámbito de la Administración se potenciaron las atribuciones del gobernador general, acaparando todos los poderes y convirtiéndose en la piedra angular del ordenamiento político. En este intento para mejorar el gobierno colonial se agilizó la Administración provincial, y se procuró acabar con la corrupción. Por otro lado, se lanzó una potente ofensiva colonizadora hacia el interior del país. Lo que implicaba un nuevo modelo en el cual era indispensable el dominio del territorio, de la población y de sus actividades. Ese dominio lo debían ejercer, ya no solo las élites locales, sino funcionarios españoles. Evidentemente, esa reorganización del poder colonial provocó grandes reticencias, comenzando las primeras revueltas.

Las autoridades españolas no supieron adaptar la política colonial a los nuevos tiempos, en el momento preciso en el que en Filipinas se estaban afirmando nuevos sectores que todavía no reclamaban la independencia, sino solamente la introducción de reformas y que podrían haber sido de gran ayuda.

El gobierno español no supo reconocer a tiempo que, a lo largo del siglo XIX, se habían producido una serie de transformaciones fundamentales dentro de la sociedad filipina. Una élite de hacendados y comerciantes habían adquirido una importante capacidad económica y avanzado en cuestiones políticas. Su mercado no era España, sino otras potencias con las que comerciaban directamente, como ya hemos comentado. Se había formado también una clase ilustrada que frecuentemente completaba su formación en instituciones europeas y americanas. Este grupo fue esencial en la formación de una conciencia nacional filipina.

También fue cobrando importancia una clase de campesinos filipinos y obreros concienciados de la necesidad de una reivindicación de sus derechos. Sin olvidar al clero nativo que había sido apartado para restar su influencia sobre la población.

Todos estos grupos manifestaron su creciente descontento ante el gobierno colonial, la desigualdad legal en que vivían y la ausencia de derechos que consideraban fundamentales.

La intransigencia de las autoridades españolas a la hora de negociar empujaría al movimiento de afirmación nacional filipino a radicalizar sus posiciones hasta contemplar como única fórmula posible para conseguir sus aspiraciones la lucha por la independencia, lo cual conduciría a la Revolución filipina iniciada en 1896

GUERRA EN CUBA

El 24 de febrero de 1895 El Grito del Baire inició la última etapa de la lucha contra España. La rebelión estuvo capitaneada por Máximo González y apoyada por José Martí. Cánovas en principio no quiso negociar, exigía primero que debía restablecerse la paz, y a partir de ahí estudiar las reformas precisas pero siempre para una Cuba española. No se planteaba la independencia.

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El primer objetivo pues, era la pacificación del escenario. Y nombró gobernador al general Martínez Campos que procuró desarrollar una política negociadora, que finalmente fracasó. El siguiente paso fue la respuesta militar para la que reclamó más tropas hasta disponer de más de 100.000 hombres. Consiguió atravesar la isla pero el contraataque cubano recuperó posiciones.

Se necesitaba una vuelta de tuerca, mas firmeza y Cánovas recurrió al general Valeriano Weyler. Este reagrupó las tropas y decidió combatir los apoyos que pudiera recibir la guerrilla; concentró a la población civil en zonas controladas y dividió la isla en compartimentos estancos mediante líneas fortificadas. El gobierno llegó a llevar a la isla 300.000 soldados, no fue suficiente por la gran cantidad de bajas en lucha y por enfermedad y actuaron con poca efectividad.

Los políticos españoles, tanto Cánovas como Sagasta, no estaban dispuestos a renunciar a aquel rico territorio de ultramar, al que consideraban parte indisoluble de la nación. Estaban dispuestos a destinar a la guerra hasta el último esfuerzo y la última peseta.

Estaban convencidos de su superioridad militar en hombres y equipamiento, y dominando, como lo hacían, las ciudades y las principales vías de comunicación todo estaba de cara. Sin embargo, no contaron con el fuerte espíritu que genera una lucha independentista, ni con las dificultades del clima y del terreno interior de la isla, plenamente dominados por los cubanos. Si olvidar el apoyo popular.

A pesar de los esfuerzos de Weyler, los insurrectos consiguieron aumentar sus efectivos y fortalecer sus posiciones. Controlaban la selva y actuaban en una guerra de guerrillas muy desfavorable para los soldados peninsulares. Contaban además con la ayuda exterior que les proporcionaba Estados Unidos con armas, municiones e incluso voluntarios.

En primavera de 1897, en un debate parlamentario, se escenificó la ruptura de posiciones entre conservadores y liberales. Sagasta declaró que el triunfo militar en Cuba seria imposible y que debía optarse por una política autonomista, y Cánovas seguía apostando pro la solución militar.

Llegó el verano de 1897 y Cánovas se dio un margen en la guerra, si a finales de año no

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había avances significativos, habría que buscar otra vía. Pero en agosto fue asesinado en un balneario guipuzcoano cuando disfrutaba de sus vacaciones.

Sagasta tenia la oportunidad de poner en marcha su idea autonomista y Weyler fue sustituido por el general Ramón Blanco. El gobierno español aprobó una ley concediendo la autonomía a Cuba, y por extensión a Puerto Rico. También estableció la igualdad de derechos políticos entre los peninsulares y los residentes en las Antillas, extendió a ambas islas el sufragio universal y reguló las nuevas instituciones del régimen autonómico. Pero todas estas medidas llegaban demasiado tarde.

Desde entonces se fue incrementando la presión de los Estados Unidos por hacerse con el control de Cuba.

GUERRA EN FILIPINAS

En 1896 también había estallado la guerra. La insurrección filipina tuvo un triple origen: en primer lugar la cuestión de las libertades, igualdad y derechos políticos, sociales y económicos; en segundo lugar, la situación de poder de las ordenes religiosas españolas; y en tercer lugar, la disconformidad con el sistema de propiedad de la tierra, controlada en gran medida por las órdenes religiosas.

El primer líder del movimiento nacionalista filipino fue José Rizal cuyas reivindicaciones iniciales eran moderadas, era un reformista convencido. Su posterior racionalización política tuvo mucho que ver con cuestiones personales, cuando en 1890 le fueron requisadas a su familia sus tierras y su causa fue rechazada por la justicia española. Es cuando comprendió que los derechos de los filipinos nunca serían reconocidos frente a los de los españoles. Ya no esperaba que el gobierno de la metrópoli hiciera las concesiones demandadas, era necesario preparar al pueblo filipino para el autogobierno y seguía pensando que ese camino debía hacerse de manera pacífica. Con este objetivo funda en junio de 1892 la Liga Filipina lo que le acarreó ser detenido por orden del gobernador general y ser exiliado a Dapitán.

Otro sector de la población se hizo con el liderazgo de la lucha independentista. Fue el Katipunán, formado por Andrés Bonifacio, de ideas más radicales, partidario del uso de la violencia para lograr sus objetivos. Apoyado por la pequeña burguesía y la población urbana y rural menos favorecida.

El movimiento fue creciendo ayudado por la propaganda del periódico Kalaayan y paulatinamente fueron organizando una lucha de guerrillas. El 26 de agosto de 1896, Bonifacio, en una reunión conocida como el Grito de Balintawak, y en un gesto simbólico contra la autoridad colonial, rompió su cédula personal y manifestó su decisión de levantarse en armas contra el gobierno español. Cuatro días más tarde la rebelión había estallado en las islas, comenzando en Manila.

El gobernador, Ramón Blanco, declaró el estado de emergencia cuatro días después y pidió refuerzos a Madrid. El 30 de diciembre de 1896 fue fusilado José Rizal, craso error porque era el símbolo de la lucha por la independencia y lejos de amedrentar a los filipinos supuso aumentar su confianza en la victoria. Su fusilamiento le convirtió en el héroe de la Revolución y símbolo de la lucha de al libertad y los derechos de los filipinos.

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Con su muerte se abría el problema del liderazgo del movimiento de independencia. Bonifacio no era militar ni un gran estratega y comenzó a perder posiciones. Es cuando emerge la figura de Emilio Aguinaldo. En marzo de 1897 se crea un gobierno revolucionario del que Aguinaldo seria presidente y Bonifacio ministro del Interior.

Pero las luchas internas iban creciendo, así el 10 de mayo de ese año un pistolero asesina al fundador de Katipunán quedando Aguinaldo como líder indiscutible del movimiento independentista filipino.

Desde principios de 1897 un nuevo gobernador general había llegado al archipiélago, Camilo Polavieja. Manila y Cavite serían recuperadas por los españoles. Lo que había provocado que Aguinaldo tuviera que refugiarse en las montañas de Biac-Na Bató, desde donde reagruparía sus fuerzas y en noviembre de 1897 promulgaría la primera Constitución filipina declarando al independencia como República.

La situación se agravaba para ldo españoles y se nombrará un nuevo gobernador general, Fernando Primo de Rivera que intentó una nueva vía para terminar con las hostilidades: la negociación de la paz. El 14 de diciembre de 1897 se llegó a un acuerdo definitivo entre las partes, el Pacto de Biac-Na Bató. En él se acordó que España pagaría 800.000 pesos a los rebeldes a cambio de que entregasen las armas y reconocieran la soberanía de España. Con la promesa añadida de introducir reformas, no especificadas, una vez que la paz se hubiera restablecido.

Si bien el acuerdo acabó, a priori, con la Revolución, sus cláusulas no fueron cumplidas, ni llegó el dinero, las reformas no fueron las esperadas y, por el otro lado, no se entregaron todas las armas y la lucha se mantenía viva.

Todos los proyectos de reformas que se presentaron a partir de ese momento llegaron tarde, Asamblea Constitutiva, milicias de voluntarios filipinos, posibilidad de gobierno autónomo, incluso la ansiada representación en Cortes a los filipinos. Para complicar el asunto, por aquellas fechas el gobierno del estadounidense McKinley ya había decidido intervenir en Filipinas.

Los filipinos aceptaron encantados a los estadounidenses como ayuda para conseguir la independencia pero se dieron cuenta tarde de que no iba a ser una independencia real y comenzaron, a partir de febrero de 1899 una nueva lucha, esta vez, contra ellos.

GUERRA HISPANO-ESTADOUNIDENSE

En 1898 Estados Unidos decidió entrar de lleno en el conflicto hispano-cubano y declaró la guerra a España que no afectaría solo a esa isla, sino que puso en jaque a las posiciones españolas en el Caribe y en el Pacífico. Esta intervención puede explicarse en clave política, estratégica y económica.

A finales del siglo XIX los estadounidenses había consolidado su modelo político y se estaba convirtiendo en uno de los países económicamente mas poderosos del mundo, lo que favorecía la aparición de grupos de opinión que reclamaban una política exterior más activa, que les permitiera desempeñar el papel de gran potencia en la escena internacional. Por lo que al final la presión de estos sectores consiguieron que los Estados Unidos, desde un punto de vista estratégico y comercial, pusieran el foco en el Caribe, Latinoamérica y el Pacífico y Asia. Por eso la guerra en Cuba fue observada con enorme interés y con una buena campaña propagandística la opinión publica estadounidense se inclinó en favor de la causa cubana. Lo que no quería decir que desearan una intervención activa y directa en el conflicto.

Por otro lado los sectores del mundo de los negocios en una gran mayoría eran reacios a entrar en guerra pues pensaban que podría perjudicar a su economía frenando su avance. Solamente los inversores que tenían propiedades en Cuba y los comerciantes y navieros que operaban con la isla tenían verdadero interés en esa intervención, pero ese sector no tenia peso de relevancia dentro de la economía estadounidense. Sin embargo, la guerra de Cuba acabaría por afectar a toda la comunidad de negocios, así a principios de 1898 lo que se quería era que el problema cubano se resolviera a la mayor brevedad posible, siendo preferible una guerra corta a que se mantuviera la incertidumbre.

El posicionamiento respecto a la guerra fue entonces cambiando. Durante la presidencia del demócrata Cleveland (1893-1897) la ayuda a los insurrectos cubanos fue constante, pero no se hablaba de intervención directa. Ya con McKinley en el gobierno, aunque inicialmente trató de negociar con España para que se acabara la insurrección cubana y modificar su política, viró su política y se fue radicalizando a partir de 1897.

McKinley empezó a ser consciente de que Cuba era fundamental tanto para la seguridad y defensa de los Estados Unidos como para la estrategia que pretendía desarrollar en el área del Caribe, sobre todo ante la inminente apertura de un canal interoceánico. Además le interesaba frenar el problema económico que estaba causando la guerra a las inversiones estadounidenses.

Asimismo, una guerra con España le serviría para posicionarse también en el Pacífico, arrebatando las pocas posesiones que allí les quedaban a los españoles. Era el momento idóneo, por que las grandes potencias parecían estar a punto de iniciar la distribución definitiva del Extremo Oriente. Se extendió entonces por el país una corriente en favor de la intervención estadounidense en oriente. Algunas de las islas españolas en el Pacífico podrían convertirse en bases militares desde las que proteger sus intereses.

Solo faltaba una justificación y esta llegó en febrero de 1898 con la explosión del acorazado estadounidense Maine anclado en el puerto de la Habana, con 266 víctimas, que al final provocó la declaración de guerra. EE UU rápidamente se encargó de culpar a España de aquel incidente, tratándolo como un atentado y fue caldeando el ambiente en su país, porque, como ya hemos dicho, en principio aquello de Cuba y España les pillaba muy lejos. Pero consiguieron encender la mecha patriótica hasta que el clamor de la venganza hizo insostenible no declarar la guerra. Muchos años después salió a la luz que se había tratado de un accidente y no un atentado español.

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El 9 de marzo de 1898 McKinley convenció al Congreso para autorizar un desembolso de 50 millones de dólares para reforzar la marina y el ejército. A partir de ahí comenzaría la guerra diplomática, instando a España negociar la paz, pero siempre con unas exigencias inaceptables para Madrid. El 11 de abril, nuevamente se dirigió a Congreso solicitando, esta vez, autorización para comenzar una guerra basándose en razones humanitarias. Solicitud que fue aceptada por el Congreso el día 19 y dos días después declaró la guerra a España, que como querían iba a ser corta y contundente.

La primera acción bélica fue atacar Filipinas. El escuadrón naval comandado por el comodoro Dewey se enfrentó en Cavite a la escuadra española en el Pacífico mandada por el contraalmirante Montojo. En la batalla naval del 1 de mayo de 1898 España perdió las naves que protegían las islas. Se pasó a combatir en tierra, pero el 13 agosto capituló Manila que arrastraría la capitulación de todo el archipiélago.

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Por otro lado, desde España salió de forma precipitada otra escuadra al mando del Almirante Cervera con dirección al Caribe. Con problemas de abastecimiento durante la travesía la flota se refugió en Santiago de Cuba pare reponer carbón, víveres y agua. Allí fue bloqueada por la escuadra de Simpson en el mes de mayo. Cervera viendo las escasas posibilidades de victoria en el mar, era partidario de inutilizar sus buques y contribuir con su tripulación a la lucha por tierra, pero obligado por el gobierno tuvo que abandonar puerto y enfrentarse a la potente escuadra estadounidense. El 3 de julio perdió todos sus barcos en un combate desigual. En tierra la lucha se alargó hasta el 12 de julio cuando cayó Santiago.

El 12 de agosto se firmaba el Protocolo de Washington que significaba el fin de las hostilidades y el comienzo de las negociaciones diplomáticas que fijarían el precio de la paz.

El 10 de diciembre de 1898 se firmaba el Tratado de París, por el que España reconocía la independencia de Cuba, y cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam a EE UU, a cambio de una compensación de 20 millones de dólares. Los representantes españoles apenas pudieron negociar, ya que les fueron impuestas las condiciones. Unos meses después, en febrero de 1899, España entregó al Imperio alemán las islas Carolinas, las Marianas (excepto Guam) y las Palaos, a cambio de 25 millones de dólares. Quedaba así liquidado el Imperio español.

CONSECUENCIAS DE LA DERROTA

Sorprendentemente la derrota no produjo un cambio de gobierno ni hizo peligrar la monarquía, como decía al principio del artículo. Eso sí, supuso un revulsivo colectivo, en el que se cuestionaron los objetivos de la nación, la situación política, los problemas sociales existentes, el papel que deberían jugar ejército y armada después de todo esto, la orientación internacional, la propia configuración del Estado o la necesidad de sanear la hacienda.

Hubo quien habló entonces de una España «sin pulso» y se extendió el sentimiento de que la nación había entrado en agonía. Fue el pesimismo generalizado de ciertos sectores el que originó la idea del «desastre». Pero esa visión catastrofista no se correspondía con la realidad.

Surgió el movimiento regeneracionista, fue una corriente ideológica de orientación reformista con una importante carga utópica. Pretendió potenciar la modernidad política, social y económica de España. Sus defensores más activos fueron políticos como Francisco Silvela y  Antonio Maura. Como resultado de ese ambiente y de los debates en la prensa de la época, se formó en marzo de 1899 un gobierno presidido por Francisco Silvela y con el general Polavieja como ministro de la Guerra. Ambos pretendía regenerar el país sin modificar el sistema ni el papel de la corona, el ejército y los partidos. A pesar de las buenas intenciones, el fracaso de ese gobierno mostró la incapacidad del sistema para evolucionar.

Por ello hubo otro movimiento regeneracionista al margen del sistema: el de los intelectuales, como Macías Picavea, Lucas Mallada o Joaquín Costa, y unos escritores con los mismos principios, la llamada Generación del 98 (Unamuno, Valle-Inclán, Machado, Ramiro de Maeztu, Azorín, Baroja…) Para ellos, España estaba en un estado de postración. Partiendo de postulados pesimistas, intentaron formular un diagnóstico y unas soluciones que denominaron «regeneración nacional». Cuestionaban la capacidad del pueblo español para progresar, consideraban la falta de educación una de las causas fundamentales del atraso del país y criticaban el sistema de la Restauración y su funcionamiento.

Para finalizar, me parece muy interesante es el artículo «La vida es sueño (reflexiones sobre la regeneración de España)», de Miguel de Unamuno que apareció en La España Moderna en noviembre de 1898: «Cuando estalló la guerra, los españoles conscientes, los que saben de esas cosas de Historia y de Derecho, y de Honra nacionales, les quitaron muchos hijos, a quienes sus padres vieron ir con relativa calma, porque era una salida, porque muchos hubieran tenido que emigrar (...). Y ahora le van con la cantinela de la regeneración, empeñados en despertarle otra vez de su sueño secular (...). Si en las naciones moribundas sueñan más tranquilos los hombres oscuros su vida, si en ellas peregrinan más pacíficos por el mundo los idiotas, mejor es que las naciones agonicen».


Fuentes

Historia contemporánea de España (1808-1923) Coord. Blanca Buldain Jaca. Capítulo 23 La «crisis» de fin de siglo, 1895-1902 por M.ª Dolores Elizalde Pérez-Grueso. Editorial Akal

Memoria del 98, de la guerra de Cuba a la Semana Trágica. El País, colección de fascículos publicados por el periódico en el centenario, 1998

España con honra. Una historia del siglo XIX español 1793-1923. David Aquillué. La esfera de los libros

El desastre del 98 en la literatura. Clara María Molero Perea (Universidad de Alcalá) Centro Virtual Cervantes


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