LOS ACUERDOS DE MUNICH

 

Los acuerdos de Munich

En septiembre de 1938 se escenificó uno de los dramas más significativos previo al comienzo de la guerra, cuando se legitimó el destino de los Sudetes, de Checoslovaquia y, en definitiva, el de toda Europa. Se conoció como la «traición de Múnich». Chamberlain regresó a Londres enarbolando la bandera de la paz, como héroe que había evitado la guerra. Y lo mismo hizo Daladier en París.

En realidad lo que pasó es que habían alimentado a la bestia que era insaciable. Porque Hitler jugaba esa carta, la del temor de sus enemigos a una nueva guerra. Mientras el presupuesto alemán para reforzar su arsenal iba creciendo, el de Francia y Reino Unido iba decreciendo. Y la guerra comenzaría justo un año después.

Y no sería porque no había avisos, la remilitarización de Renania en 1933, la anexión de Austria (marzo de 1938), la de los Sudetes checos (octubre de 1938), su apoyo al bando franquista en la Guerra Civil española (1936-1939), fueron muestras inequívocas de que no se iban a quedar solo ahí y que su idea de expansión era clara y sin ambages. 

CHECOSLOVAQUIA

Checoslovaquia era un país inventado al terminar la Primera Guerra Mundial, compuesto de territorios desgajados del extinto Imperio Austrohúngaro y uniendo a checos con eslovacos, siete millones de los primeros y dos millones de los segundos, sumados a tres millones y medio de alemanes concentrados en las tierras de los Sudetes.

Acuerdos de Munich


Este grupo considerable de alemanes siempre habían pretendido la reincorporación a su patria de origen, pero no todos reconocían esa patria dominada por el nacismo.

Hitler, empeñado desde Versalles al finalizar la Gran Guerra, en reconstruir Alemania a lo grande, tenía claro como uno de sus objetivos anexionarse esa parte de territorio checoslovaco, con el consentimiento general o por la fuerza. No solo tenía intención de apoderarse de ese territorio sino de todo el país con su industria.  El 5 de noviembre de 1937 celebró una reunión secreta en la que estaban los ministros de la Guerra y de Asuntos Exteriores y el Alto Mando alemán donde puso encima de la mesa su intención de anexionarse Austria y Checoslovaquia para cubrir cualquier ataque desde el Este si Alemania avanzaba hacia el Oeste. Esta reunión quedó plasmada en el protocolo Hossbach, un coronel presente en la misma, que se utilizó en el Proceso de Nuremberg una vez terminada la guerra y que condenaría a los criminales de guerra enjuiciados.

TEORÍAS

Hay que tener en cuenta que Checoslovaquia tenía firmados acuerdos y tratados de alianza con Inglaterra y Francia, por lo que un ataque al país debería ser contestado por sus aliados. Había dudas de si británicos y franceses acudirían en ayuda de Checoslovaquia en ese caso o si cederían y la abandonaría a su suerte para evitar la guerra.

Los historiadores de la época están divididos sobre este asunto. Unos creían que Hitler estaba seguro de que provocaría la guerra, cuestión que deseaba, cuestión que se desprende el Protocolo Hossbach. Y, por otro lado, los historiadores soviéticos pensaban que no solo Francia y Reino Unido, sino también Estados Unidos, pretendían canalizar esos sueños expansionistas de Hitler hacia donde les convenia, es decir, que Alemania se expandiera hacia el Este, hacia la URSS. De hecho, nada sorprendente porque en su libro Mein Kampf ya recoge esta idea conocida como Lebensraum, la de colonizar Europa del Este, sobre todo Ucrania y la Unión Soviética, y de ese modo resolver el problema de la sobrepoblación y abastecimiento, y que los estados europeos debían aceptar esta demanda geopolítica alemana.

INESTABILIDAD POLITICA EN FRANCIA

Francia, e incluso Reino Unido, vivía en aquel tiempo una crisis de la democracia, como se ha conocido, una desconfianza de sus ciudadanos en el sistema de gobierno y había cierta “comparación” con los emergentes sistemas totalitarios alemán, italiano, incluso soviético.

En Francia el débil y dubitativo Frente Popular de León Blum acabó desmoronándose por cuestiones internas y externas. Édouard Daladier formó un moderado gobierno. Sabedor a nivel internacional que Francia no estaba preparada para un nuevo conflicto y mucha presión interna. Que no estaba alejada de la externa, por ejemplo, siempre estuvo evasivo a las llamadas de ayuda que hacia el presidente checo Edvar Barnés.

REINO UNIDO Y CHAMABERLAIN

A Chamberlain se le acusó desde el primer minuto no saber nada de los asuntos exteriores, no solo europeos, sino del mundo moderno. Mal aval para ser dirigente británico en los años 30. Además, no creía en las fuerzas aéreas, clave después en el inicio de la guerra, y su confianza radicaba en la tradicional Navy británica.

Para aderezar la atmósfera político social del Reino Unido habría que hablar de las relaciones familiares con Alemania. Que ya levantaron susceptibilidades en la Gran Guerra con cambio de nombre de la Casa Real incluido.

El efímero Eduardo VIII no ocultaba ciertas simpatías por Hitler con el que llegó a mantener relación política a través del duque de Coburgo e incluso Churchill admiraba al Duce. Pero este rápidamente vio el peligro que se cernía, no solo sobre su país sino sobre el mundo.

Cuando los movimientos de Hitler comenzaron a ser visibles, el Anschluss, los Sudetes o el rearme, por ejemplo, la prensa británica, tradicionalmente conservadora trató de aislar a país de los problemas europeos. El Times publicaba una editorial el 7 de septiembre en la que proponía de forma directa que los Sudetes fueran entregados a Alemania. El propio Chamberlain confirmaba esta corriente cuando dijo que Checoslovaquia era: «un lejano país cuyos habitantes se pelean entre sí y nosotros ni siquiera sabemos por qué». Esta actitud del primer ministro fue criticada por Churchill por no ser contundente y hacerle el juego a Hitler, «su única ambición era la de pasar a la historia como el creador de la paz».

ENTREVISTAS PREVIAS

En estas circunstancias Chamberlain escribió a Hitler pidiendo una audiencia y en Berchtesgaden, el «nido de las águilas» se encontraron el 15 de septiembre. El objetivo disuadir a Hitler de sus propósitos. El tono que le dio Hitler a la entrevista no auguraba nada bueno y Chamberlain se volvió a Londres si nada en su carpeta. El 22 del mismo mes volvió a volar a Alemania, Hitler le esperaba en Bad Godesberg, una ciudad-balneario sobre el Rin, nunca quiso recibirle en Berlín. Lo que llevaba la delegación británica era un completo plan para la entrega de los Sudetes a Alemania sin necesidad de referéndum. Francia había aceptado disolver pura y simplemente su alianza con Checoslovaquia y el Reino Unido garantizaría la independencia del país después de la amputación. Pero Hitler sorprendería a propios y extraños no aceptando esta propuesta y realizó su contra contraoferta, sus ejércitos ocuparían inmediatamente esa zona de Checoslovaquia. ¿Farol u órdago en toda regla?

Hitler había exigido a los checos que abandonaran la zona de los Sudetes antes del día 28, que luego aplazaría hasta el 1 de octubre. Chamberlain ya no volvió a Londres. En un discurso en al Palacio de Deportes de Berlín, el 26 de septiembre, el dirigente alemán había dicho: «es la última reclamación territorial que tengo que formular a Europa y en esto no cederé»

LA CONFERENCIA DE MUNICH

El 29 de septiembre comenzaba la pantomima de la conferencia internacional que estuvo compuesta por cuatro potencias, Reino Unido y Francia por un lado y Alemania e Italia por otro. Era evidente que faltaba una quinta, la que iba a sufrir el daño, Checoslovaquia, pero su presidente, Edvar Benes, no fue invitado, ya no solo por la negativa del anfitrión si no por que ni Francia ni Reino Unido consideraron precisa su presencia.

Acuerdos de Munich


Hitler cedió el protagonismo a Mussolini quien fue el encargado de exponer la situación. Hitler solo hablaba alemán mientras que su aliado italiano dominaba el francés, el inglés y el alemán. Esta inferioridad de Hitler le crispaba los nervios. Mussolini pensó que el memorándum que iba a presentar era obra de su embajador Attolico cuando en realidad se trataba de un documento netamente alemán. Todo era una farsa, Hitler no solo tenía decidido este asunto si no el inicio de la guerra. A la madrugada todo el texto de memorándum estaba aceptado por las partes y a primeras horas de la madrugada del 30 de septiembre los funcionarios de las delegaciones redactaban el documento.

Durante esos días un grupo de generales alemanes habían preparado un golpe de estado contra Hitler, pero al ver el posicionamiento británico y francés ni lo intentaron.

Acuerdos de Munich
Mientras se preparaba la redacción del documento definitivo, Chamberlain se reunió en privado con Hitler, al que presentó un borrador de una declaración que había preparado, según la cual «la cuestión de las relaciones anglo germanas es de la máxima importancia para los dos países y para Europa» y que «consideramos que el acuerdo firmado anoche y el acuerdo naval anglo germano representan el deseo de nuestros pueblos de no volver a combatir entre ellos nunca más». Hitler lo leyó y lo firmó sin cambiar una sola coma, sabedor que eso era ya papel mojado. Triste consuelo del primer ministro británico.

Hay una teoría positiva en todo este entramado. La firma de este pacto retrasó la guerra porque si Hitler decide empezarla en ese septiembre, un año antes, tal vez la hubiera ganado. Franceses y británicos no hubiera sido rivales y Estados Unidos no estaba por la labor. Solo la URSS estaba segura de que el pacto iba contra ella, que la idea de franceses y británicos era en realidad empujar a los alemanes hacia el Este y ser ellos meros espectadores de la guerra, pero Stalin se guardaba un as en la manga. El pacto germano-soviético que lanzaría a los alemanes hacia el Oeste, pero por poco tiempo.

Pero Churchill no pensaba así: «…el año de respiro que se supone se “ganó” en Múnich, colocó a Reino Unido y a Francia en una posición mucho peor, con respecto a la Alemania de Hitler, que la que tenían durante la crisis de Múnich (…). Por último, quiero hacer constar un hecho sorprendente: que, durante un solo año, 1938, Hitler anexionó al Reich y colocó bajo su dominio absoluto la friolera de 6.750.000 austriacos y 3.500.000 sudetes, que suman un total de más de diez millones de súbditos, trabajadores y soldados. De hecho, el pavoroso equilibrio se había decantado a su favor».

El 1 de octubre los alemanes entraban en Checoslovaquia

Chamberlain, firme defensor de la política de apaciguamiento, regresó a Londres aclamado

Acuerdos de Munich
por la multitud y triunfante como garante de la paz. Después de informar en Buckingham al rey Jorge VI se dirigió a Downing Street desde donde se dirigió a la multitud: «Mis buenos amigos, esta es la segunda vez que regresa de Alemania a Downing Street la paz con honor. Creo que es paz para nuestro tiempo».

Dimitió el 10 de mayo de 1940 siendo sustituido por Winston Churchill.

Por su parte Daladier no estaba tan convencido, se vio empujado a las negociaciones por el primer ministro británico. «Hoy, es el turno de Checoslovaquia. Mañana, les tocará a Polonia y Rumanía. Cuando Alemania haya obtenido el petróleo y el trigo que necesita, volverá contra el Occidente. Ciertamente, debemos multiplicar nuestros esfuerzos para evitar la guerra. Pero eso no se obtendrá salvo que el Reino Unido y Francia permanezcan juntos, interviniendo en Praga para nuevas concesiones, pero declarando al mismo tiempo que salvaguardarán la independencia de Checoslovaquia. Si, por el contrario, las potencias occidentales capitulan de nuevo, sólo precipitarán la guerra que quieren evitar»

En marzo de 1940 dimitió y fue reemplazado por Paul Reynaud



Fuentes:

Los grandes hechos el siglo XX. El Pacto de Múnich. Eduardo Haro Tecglen. Editorial Orbis (fascículos) 1982

Segunda Guerra Mundial 1939-1945 Las claves de la mayor contienda de la Historia. Vol. 1 Alemania desafía a los vencedores 1919-1939 biblioteca el Mundo 2009

La Segunda Guerra Mundial, editorial Argos, 1969

Recopilación de las memorias de Winston S. Churchill. La Segunda Guerra Mundial volumen I 

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