BREVE HISTORIA DE ESPAÑA: EL REINADO DE ISABEL II

 

El reinado de Isabel II

A la muerte de Fernando VII, dejando a su hija de corta edad como heredera, tuvo que reinar como regente su madre, María Cristina, entre 1833 y 1840, momento en el se empezaron ya a sentar las bases del modelo de liberalismo que iba a regir España durante el resto del siglo XIX. Y situación delicada por que entre otras cuestiones tuvo que lidiar con la primera guerra carlista, ya que el hermano de Fernando, Carlos María Isidro, no reconoció a Isabel como titular de la corona y consideraba que era él sobre quien debería recaer tal honor.

En esta etapa, se confirmó la división del liberalismo en dos corrientes que se mantendrían a lo largo de todo el reinado de Isabel II:

    • Los liberales moderados: partidarios de amplios poderes para la corona y de un sufragio censitario muy restringido, un liberalismo conservador.

    • Los liberales progresistas: partidarios de la labor legislativa de las Cortes de Cádiz y de una profunda reforma social y política que limitase el poder del rey en favor del Parlamento.

El primer gabinete que nombró M.ª Cristina fue de los moderados, que en realidad serian los favoritos de ella y de su hija  a lo largo del reinado. En este caso un gobierno partidario de la monarquía absoluta, por lo menos su líder, Cea Bermúdez. Y las únicas reformas las llevó a cabo Javier de Burgos, como ministro de Fomento, reconocido jovellanista y afrancesado. A él le debemos la distribución provincial de 1833, vigente en lo esencial hasta hoy.

La guerra empujó a la regente a tantear otras opciones y así forzó un cambio de gobierno y en enero de 1834 llamó a Martínez de la Rosa, que había estado en el exilio desde 1823, para formar un nuevo gobierno integrado por destacados políticos del trienio liberal. Fue él quien concibió el Estatuto Real de 1834, una constitución que, por influencia francesa, tenía el carácter de carta otorgada, es decir, una concesión gratuita del monarca.

EL ESTATUTO REAL DE 1834

El Estatuto Real propuesto por Martínez de la Rosa suponía que el rey cedía parte de su poder a las Cortes. Estas no podían legislar sino a propuesta del rey, que era quien las convocaba, excepto para el presupuesto, cada dos años. Eran bicamerales y ya la propia denominación de las cámara denotaba la idea de conectarlas con el Antiguo Régimen. La nobleza estaba representaba en el Estamento de Próceres y el resto de la población en el Estamento de Procuradores. Estos eran elegidos por sufragio que se limitaba a una minoría de rentas elevadas o capacidades, es decir, ciudadanos capaces de entender el sistema participativo del liberalismo: magistrados, catedráticos, médicos, empresarios, etc. Venían a ser unos 16.000 individuos sobre una población de unos 12 millones de habitantes.

Evidentemente que esta reforma constitucional no satisfizo a los liberales doceañistas, aquellos que habían intervenido en las Cortes de Cádiz entre 1810 y 1813, que reclamaban mayor participación ciudadana y el retorno al espíritu de Cádiz. Querían pasos mas decididos y rápidos en esta transición. Pero para los más moderados era suficiente, y para los sectores más reaccionarios simplemente inaceptable, pues defendían la vuelta al absolutismo de la mano de Carlos María Isidro. No querían oír nada de cambios.

Y para complicar el panorama, una epidemia de cólera apareció en escena que provocó una matanza de frailes en Madrid en julio de 1834, acusados de haber propagado dicha enfermedad. 

El reinado de Isabel II
En esta situación Martínez de la Rosa dimite al frente del gobierno y es sustituido por el conde de Toreno en junio de 1835. Durante su mandato de cuatro meses aplicó importantes reformas, con ayuda de Juan Álvarez de Mendizábal, ministro de Hacienda, de corte progresista.

Este gobierno disolvió los conventos con menos de 12 religiosos y la Compañía de Jesús en julio de 1835. Lo que inevitablemente llevó a la ruptura con Roma.

El principal problema era la guerra y se necesitaba dinero para afrontarla. 

Al poco tiempo de la toma de posesión del gobierno por Toreno, la oposición progresista, que solicitaba la vuelta a la Constitución de 1812, retomó la vía revolucionaria y de la mano de la Milicia Nacional protagonizó revueltas en Barcelona, Zaragoza, Valencia, Málaga o Cádiz, donde se formaron juntas locales. 

La situación se volvió insostenible y la regente llamó a Mendizábal para formar gobierno, aunque solo durante siete meses porque después volvió a nombrar a un presidente moderado. 

Desde 1835 hasta 1837 se aceleró el final del Antiguo Régimen y se consumó la transición política hacia el sistema liberal. Mendizábal consiguió apaciguar a los exaltados y que los miembros de las Juntas se incorporaran al sistema. Una de las medidas mas famosas de este periodo fue la desamortización de Mendizábal.

LA DESAMORTIZACIÓN DE MENDIZÁBAL

Que consistía en la nacionalización de las propiedades rústicas y urbanas de la Iglesia y su venta posterior en subastas públicas a particulares. Con ello se pretendía crear una clase de nuevos propietarios afines a la causa liberal y sanear la deuda pública, que superaba la mitad del presupuesto estatal de ese mismo año a causa de la guerra.  Pero los planes de Mendizábal, acabar con la guerra en seis meses,  no dieron resultado, pues esta se alargó y la deuda no se saneó.

La Corona tuvo que elegir entre cambiar de gabinete o disolver las cámaras y convocar elecciones. Y se decantó por esta segunda. Así los progresistas ganaron las elecciones de febrero de 1836. Sin embargo, la situación política no se estabilizó. Y en mayo el gobierno tuvo que dimitir y la regente nombró presidente a Istúriz, un antiguo progresista que se había pasado al moderantismo. La mayoría progresista presiona a Istúriz que al final tuvo que convocar de nuevo elecciones en el mes de julio que dieron mayoría moderada en las Cortes que nunca llegaron a reunirse.

EL MOTÍN DE LOS SARGENTOS DE LA GRANJA

A finales de julio la Milicia Nacional se declaró a favor de la constitución de 1812, pero la corona se negó a aceptar este cambio y el 12 de agosto se produjo la rebelión de un grupo de suboficiales del palacio de La Granja (Segovia).

Este episodio conocido como el «motín de los sargentos de La Granja», dio lugar a un cambio de gobierno de signo progresista. Mª Cristina confió el poder a los progresistas en la persona de Calatrava quien hizo de Mendizábal su más estrecho colaborador. El nuevo gobierno restableció parte de la legislación de las Cortes de Cádiz y del trienio liberal sobre propiedad señorial y desamortización, y sobre los gobiernos municipales. Los ayuntamientos pasaron a ser elegidos por sufragio universal masculino, lo que significaba democratizar la vida política a nivel local. Pero lo más importante fue la convocatoria de unas Cortes que elaboraron una nueva constitución, aprobada en junio de 1837.

LA CONSTITUCIÓN DE 1837

La Constitución de 1837, de carácter progresista, recuperaba algunos aspectos de la del 12, como la soberanía nacional, la separación de poderes o el reconocimiento de ciertos derechos individuales. En algunos de sus postulados se moderó buscando el consenso entre las dos corrientes liberales. Así se reforzó el poder de la corona. Reconocía el principio de soberanía nacional, pero esta se atribuyó conjuntamente a las Cortes y al rey. La corona también tenía derecho de veto, es decir, podía rechazar una ley, y tenía potestad para disolver las Cortes. Y estas pasaron a ser bicamerales. El Parlamento se dividió en dos cámaras, que se llamaron, por primera vez en la historia de España, Congreso de los Diputados y Senado.

En cambio la ley electoral de 1837 tuvo un carácter moderado. El sufragio universal masculino de la Constitución de Cádiz se sustituyó por un sufragio censitario, por el que solo los mayores contribuyentes tenían derecho a voto. Así, en las elecciones de octubre de 1837 únicamente votó algo más del 2% de la población. Esta ley además inauguró una práctica común y extendida a lo largo de todo el siglo XIX: el falseamiento de los resultados electorales y el control del proceso por el gobierno.

Calatrava dejó la presidencia en agosto de 1837 y fue sustituido por Bardají, un moderado quien convocó elecciones en octubre, ya regidas por la nueva ley electoral elaborada por los progresistas. El triunfo de los moderados fue arrollador. Y en diciembre el nuevo presidente era el conde de Ofalia. 

EL TRIENIO MODERADO 1937-1840

Comenzaba el trienio moderado entre 1837-1840 y se puso fin al espíritu de conciliación de la Constitución de 1837. En estos años, los gobiernos moderados se vieron condicionados por el poder militar, encarnado en los generales más prestigiosos: Narváez, en el liberalismo moderado, y Espartero, en el progresista. La rivalidad entre ambos se prolongó todo el reinado de Isabel II. Espartero tenía todo el poder en el Ejército del Norte liderando la guerra con los carlistas y veía con recelo el ascenso de Narváez en un ejército de reserva en el centro. Narváez tuvo que exiliarse a París por involucrarse en un intento fracasado de sublevación.

A lo largo de 1838 y en los primeros meses de 1839, hubo dos tendencias entre los liberales en lo que se refería a la guerra. Los de tendencia progresista que pedían la aniquilación del carlismo y sus privilegios y los conservadores que pedían una paz pactada con los carlistas.

En junio de 1839, próximo a firmar el Convenio de Vergara que daría fin a la primera guerra carlista, Espartero pidió a Mª Cristina la disolución de las Cortes, a la que esta accedió. Las elecciones tuvieron lugar en verano, casi al mismo tiempo que el acuerdo de paz pactado con los carlistas, que Espartero presentó como una victoria propia y del progresismo. Los progresistas obtuvieron mayoría. Pero Espartero se encontró con la sorpresa de que esa mayoría le discutía la forma en la que había llegado al acuerdo con el general carlista Maroto, acusándole de haber seguido teorías moderadas. Se dio la circunstancia que se trató de las pocas veces que un gobierno pierde las elecciones convocadas, en este caso el moderado, pero de poco les sirvió a los progresistas.

El reinado de Isabel II


Parte del pueblo madrileño tomó las puertas del Congreso en noviembre de 1839, exigiendo una correspondencia entre el gobierno y la mayoría parlamentaria, es decir, un gobierno progresista de Espartero que los propios diputados progresistas no aceptaban.

El presidente Pérez de Castro convoca elecciones para diciembre y esta vez no hay “error” y gana el partido que gobernaba y las convocaba. Como era lo habitual.

El gobierno envió al Congreso varias leyes de importancia, como las relativas a las elecciones, la libertad de prensa y el gobierno de los ayuntamientos. Esta ley fue sancionada por la regente en julio 1840, con la oposición de los progresistas. Los alcaldes progresistas promovieron revueltas populares contra el gobierno y a favor de Espartero. 

Terminada la guerra el poder de Mª Cristina se tambaleaba. En verano proliferaron las manifestaciones en contra de la regente, hostigadas por los progresistas. De perdidos al rio, debió pensar, y decide entrevistarse con Espartero en busca de una solución. Y este le manifestó la necesidad de retirar la Ley de Ayuntamientos, disolver las Cortes y sustituir el gobierno. La regente le ofreció la presidencia del gobierno que no aceptó el espadón.

Este tiene un as en al manga. En el testamento de Fernando VII prohibía a su viuda casarse de nuevo, bajo pena de perder la herencia que suponía la tutela de su hija y la regencia. Y Mª Cristina lo había hecho en secreto tres meses después.

La regente a pesar de todo ratifica la Ley de Ayuntamientos lo que supone la dimisión de Espartero de todos sus cargos.  Dimisión que no fue aceptada.

Otra vez volvemos a las revueltas y el 18 de julio de 1840 se produce el levantamiento de la Milicia Nacional en apoyo a Espartero quien «recomienda» a Mª Cristina el cambio de gobierno por otro progresista, que esta acepta y el día 20 nombró un gobierno presidido por Antonio González y González, amigo de Espartero. A pesar de esta concesión la regente no dio su brazo a torcer con la Ley de Ayuntamientos y provoca la dimisión del presidente un mes después. Fue sustituido por Modesto Cortázar.

La inestabilidad persiste y hay constantes levantamientos urbanos contra la regente que se organizan en Juntas.

Hasta que M.ª Cristina cae ante la presión de Espartero y el 16 de septiembre le nombra presidente del consejo de ministros que compone un gabinete progresista 100%. Y el 12 de octubre de 1840 M.ª Cristina renuncia a la regencia marchándose a París, donde empezó a  conspirar, apoyada sobre todo en Narváez.

LA PRIMERA GUERRA CARLISTA

La guerra carlista duró desde 1933 cuando murió Fernando VII y 1840 con ese famoso acuerdo en Vergara entre los generales Espartero y Maroto. El carlismo defendía la religión, el absolutismo monárquico, el foralismo (de ahí el apoyo que recibió en Cataluña, provincias vascas y Navarra) y los privilegios del Antiguo Régimen. Rechazaba las reformas liberales iniciadas en las Cortes de Cádiz, especialmente las que afectaron a la Iglesia. Sus bases sociales fueron el clero, el campesinado pobre, gran parte de la nobleza y sectores de las clases medias defensoras de los fueros.

Podemos distinguir tres fases en la guerra:

    • Una inicial protagonizada por el general carlista Zumalacárregui. Desde finales de

El reinado de Isabel II
septiembre de 1833 hubo brotes armados en Valencia, Castilla, Navarra y las provincias vascas, con partidas rurales del jefe carlista Zumalacárregui. Y con la muerte de este en el asedio de Bilbao en julio de 1835 finalizó esta fase. Capitalizados los enfrentamientos generalmente en el norte peninsular y en Cataluña.

    • Una segunda etapa de la guerra discurrió de julio de 1835 a octubre de 1837, con su difusión a todo el territorio nacional. La marcha del conflicto fue variando entre uno y otro bando. Destacaron las expediciones carlistas del general Cabrera, que lograron escaso apoyo popular.

    • Y una final, de octubre de 1837 a agosto de 1839, que acabó con el triunfo de las tropas gubernamentales. El carlismo se escindió en dos facciones, una con los más conservadores (apostólicos) y otra con los menos radicales, partidarios de negociar.

Triunfó esta última postura, lo que permitió la firma del convenio de Vergara (29 de agosto de 1839) entre los generales Espartero, como ya hemos dicho, del ejército isabelino, y Maroto, de las fuerzas carlistas. En él se prometía el mantenimiento de los fueros vascos, que Espartero incumplió.

Pero la facción mas radical del carlismo y el propio Carlos no aceptaron este acuerdo y la guerra se prolongó, casi un año mas,  en Cataluña y Aragón hasta la derrota definitiva en Morella (junio de 1840) de las tropas del general Cabrera, conocido como el «tigre del Maestrazgo», por su resistencia en ese territorio.

LA REGENCIA DE ESPARTERO 1840-1843

El reinado de Isabel II
Espartero se caracterizó por su talante autoritario y se le considera como el primer «populista» español. Nunca tuvo mayoría en el congreso de los Diputados y cuando no consiguió apoyo entre los progresistas no dudó en recurrir a los moderados para aprobar leyes.

Mientras se formaban las nuevas Cortes, se nombró un gobierno presidido por Espartero, regente provisional hasta mayo de 1841.  Derogó la ley de ayuntamientos y organizó un poder de tipo populista, cuya base social eran las clases medias y los «ayacuchos», militares que lucharon con él en la guerra de las colonias americanas.

Lo primero que debía resolverse era si la regencia era única o de tres personas, recogido en la Constitución de 1837, como defendían la mayoría de los progresistas. Espartero exigió ser regente único y así lo consiguió el 8 de mayo de 1841, con el apoyo de ayacuchos y moderados. Gobernó apoyándose en hombres incondicionales a su persona más que en miembros del ala progresista. De hecho los principales progresistas se siente alejados de Espartero. Nombró presidente a Antonio González y González, que ya lo había sido y entre sus ministros destacaron Evaristo San Miguel y Facundo Infante.

Una de las primeras acciones del gobierno fue la venta de bienes del clero secular, de trayectoria tortuosa. Con el lógico malestar en Roma cuyas relaciones eran nulas entre otras cosas por el apoyo papal a los carlistas. Así en 1840 el nuncio en Madrid fue expulsado. 

Otro aspecto decisivo para la economía del país fue la orientación librecambista del gobierno siguiendo la política iniciada por Mendizábal. Esto mas las habituales intromisiones del embajador británico en nuestra política le merecieron a Espartero la fama de anglófilo y de haberse vendido a los ingleses. 

Espartero sufrió una derrota en el parlamento en agosto de 1841. Así como levantamientos fallidos en septiembre y octubre de ese mismo año, O’Donnell protagonizó el de septiembre huyendo junto a  la mayoría de los conspiradores y los que quedaron fueron fusilados.

El declinar de Espartero comienza el 28 de marzo de 1842 en el que pierde una votación y las Cortes le obligan a cambiar de gobierno. Su situación era complicada: con reducido apoyo parlamentario, basado su gobierno en su influencia sobre el ejército y la Milicia Nacional, y aislado internacionalmente propiciado desde París por la conspiración de los moderados y Mª Cristina, con la ayuda del general Narváez.

En el otoño de 1842 se produjeron los sucesos de Barcelona. Los dueños de las fábricas y comercios se sintieron amenazados por la política económica librecambista del gobierno y se le acusaba de no interesarse por terminar con el contrabando que afectaba seriamente a la industria textil y anunció además un tratado comercial con Inglaterra.

En este contexto de malestar social, una recluta de soldados derivó en tumultos callejeros., lo que se denominaba «motines de quintas». Más de 15.000 milicianos se manifestaron contra el regente. El propio Espartero se ocupó de la represión del motín y ordenó bombardear Barcelona: 400 edificios fueron destruidos y hubo centenares de muertos. Esto fue el derrumbe de Espartero.

EL PRONUNCIAMIENTO DE NARVÁEZ EN 1843

Perdió las elecciones de abril de 1843, y tuvo que afrontar una etapa de gran inestabilidad. Desde las ultimas semanas de mayo los pronunciamientos se difundieron por España.  El general Narváez, recién llegado de París, se enfrentó y venció al ejercito esparterista en Torrejón de Ardoz (22-23 de julio). Espartero, muy desprestigiado, renunció a la regencia y se exilió en Londres el 30 de julio.  Había sido derrotado el populismo esparterista pero no el progresismo.

Entre julio de 1843 y mayo de 1844 hay un periodo de indefinición, de transición. Lo que todos los españoles tenían claro es que el vencedor de Torrejón, Narváez, era el nuevo general dominante en la escena política.

El reinado de Isabel II


ISABEL II REINA

En este periodo de inestabilidad se «adelanta» la mayoría de edad como reina e Isabel II jura la constitución el 10 de noviembre de 1843, con tan solo 13 años de edad.

Nuevo cambio de gobierno y es Olózaga el nuevo Presidente que hace un gabinete de signo progresista. Modificó la famosa Ley de Ayuntamientos, rehabilitó la Milicia Nacional pero no pudo disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. Le sustituyó Luis González Bravo de corte moderado que volvió a suprimir la Milicia Nacional y disminuyó la libertad de   prensa. Y crea la Guardia Civil, como hecho reseñable de su gobierno.

M.ª Cristina vuelve en abril de 1844, fin del gobierno de González Bravo y Narváez decide asumir personalmente el gobierno el 8 de mayo.

LA DÉCADA MODERADA 1844-1854

Al inicio del reinado de Isabel II la situación política estaba protagonizada por cinco grandes partidos: el demócrata (que apostaba por la soberanía popular representada por las Cortes y el sufragio universal), el progresista (la soberanía  nacional representada por las Cortes y el rey ejerciendo el poder ejecutivo, y el sufragio censatario), La Unión Liberal (término medio entre progresistas y moderados), el moderado (soberanía compartida Cortes y rey, reconciliación con la iglesia y representaban a las clases altas) y el carlista (defensor del Antiguo Régimen).

Y el sistema estaba caracterizado por la corrupción en la práctica electoral. Ya vimos como solía vencer en las elecciones el partido gobernante que las convocaba. Se trataba de un sistema personalista, los líderes tenían gran influencia. 

Otra característica era el retraimiento o renuncia para participar en elecciones, como pasó en ocasiones por lo viciado del sistema electoral. Estaban muy alejados de la realidad social a la que prácticamente ignoraban. Hay que tener en cuenta que pocos votaban, la gran mayoría de la sociedad tenía problemas mas serios que la política. El porcentaje de votantes osciló entre el 0.1 y el 25% de los españoles entre 1834 y 1868. En esos años hubo nada menos que 22 elecciones generales, en casi todas triunfó el gobierno convocante.

La maquinaria electoral estuvo siempre al servicio del gobierno, gracias a las leyes electorales de 1837 y 1846, que daban mucho poder a los jefes políticos locales (los caciques de los que hablaremos más adelante). Eran quienes negociaban los resultados a cambio de favores mediante la creación de una densa red de clientela.

El 10 de noviembre Isabel juraba como reina constitucional. Comenzaba su reinado efectivo con solo 13 años, a pesar de su nula preparación política.

Narváez presidió cuatro gobiernos hasta 1850.  Como presidente, Narváez modeló un Estado centralizado y uniforme a través de una prolija legislación:

    • Suspendió la venta de bienes desamortizados por decreto de agosto de 1844, y se devolvieron los bienes sin vender a sus propietarios.

    • Puso en marcha un plan de estudios, elaborado por Antonio Gil de Zárate en 1845, con tres niveles: primaria, secundaria y universidad.

    • Elaboró una nueva Constitución (1845) de corte moderado. Basada en el liberalismo  mas conservador, estableciendo la soberanía compartida, es decir Cortes y rey, la unidad católica de España, el sufragio censitario y la supresión de la Milicia Nacional. El monarca elegía libremente a los senadores, con carácter vitalicio, de entre los miembros de la Iglesia, el ejército y la oligarquía.

    • Las leyes de administración local y provincial (1845) modificaron el funcionamiento de los ayuntamientos y diputaciones provinciales. Los ayuntamientos pasaron a ser elegidos por los mayores contribuyentes, y la corona podía designar a los alcaldes de las grandes ciudades. Así, el gobierno controlaba el poder local y las elecciones. Este sistema estuvo vigente hasta 1870.

    • Hubo una nueva Ley de Hacienda (1845) simplificando el sistema tributario e intentando arreglar la deuda mediante la reducción de intereses.

    • Por otro lado se creó la Comisión Nacional de Codificación en 1843, de la que surgieron a lo largo del siglo XIX los códigos fundamentales de la nueva administración del Estado: el de comercio (1829 reformado en 1885), el civil (1851, base del de 1889), el penal (1848), la Ley de Enjuiciamiento Civil (1855), etc.

Estos cambios dieron lugar a una nueva administración y aumentó el número de funcionarios y la burocracia. Muchos de estos cambiaban según el gobierno de turno, lo que introdujo la práctica de las censantías (situación del funcionario que perdía su trabajo, cuando cambiaba de gobierno).

Narváez no lo tuvo fácil ya que tuvo que enfrentarse no solo a los progresistas y demócratas, sus mayores rivales políticos, sino también a rebeliones militares, motines urbanos, y a los carlistas en una segunda guerra. Pero de forma especial tuvo que hacer frente a las intrigas palaciegas de la camarilla de la reina y las de compañeros de su propio partido.

Dentro de su propio partido se distinguían tres tendencias: una de centro dirigida por el mismo Narváez; otra mas conservadora y autoritaria, y una mas cercana al progresismo llamada puritana (por la pureza con que mantenía el espíritu de la Constitución de 1837), a cuyo frente estaba Joaquín Francisco Pacheco, con base social en las clases medias. Tendencia que fue la mas beneficiada por la corona esos años, entre 1846 y 1847.

La inestabilidad era la característica mas relevante, sazonada con la segunda guerra carlista que transcurrió entre 1846 y 1849.

Y en octubre de 1847 en una reunión del Consejo de Ministros, Narváez irrumpió en la sala y echó a todos de allí. Un curioso golpe de Estado. El gobierno y el periodo de predominio puritano se había terminado y la propia Isabel II, su gran defensora, solo le quedo tomar nota.

LA DICTADURA MODERADA DE NARVÁEZ 1847-1851

El 4 de octubre ya había formado un nuevo gobierno.

Creó los gobernadores civiles y perfeccionó el sistema de corrupción electoral, para que no se le escapase nada. Durante esta etapa tuvo que hacer frente al contagio de la revolución parisina de febrero de 1848. Comenzó con un pronunciamiento en Madrid, se extendió a otras ciudades, como Sevilla, pero fracasó por la mala organización y por la dura represión. 

Una de las consecuencias directas de la Revolución en Europa fue la orientación de la política hacia la derecha. Con cierto temor por lo que estaba pasando en Europa, todo el grupo moderado hizo piña alrededor de Narváez y se le dio fortaleza para gobernar dictatorialmente varios meses y con medidas especiales dos años mas.

Y la guerra carlista acentuó el autoritarismo del gobierno presidido por Narváez. Esta guerra se había iniciado en Cataluña y se desarrolló en diversos escenarios: Cataluña, Valencia y Toledo. La razón de esta rebelión carlista estuvo en la oposición al posible matrimonio entre Isabel II y don Carlos Luis, conde de Montemolín, hijo de Carlos María Isidro, algo que nunca se hizo realidad.

LOS GOBIERNOS TECNÓCRATAS

El reinado de Isabel II
Desde enero de 1851 hasta diciembre de 1852, Juan Bravo Murillo presidió el gobierno y fue ministro de Hacienda. Su principal objetivo consistió en sanear la deuda pública. Además, intentó modernizar la administración creando una burocracia moderna.

Con este gobierno se firmó el Concordato de 1851 con la Santa Sede, que restableció las relaciones entre ambos Estados y otorgó toda una serie de privilegios: se reconocía la religión católica como exclusiva, excluyendo a otros cultos; se aceptó la intervención de la Iglesia en el sistema educativo para adecuarlo a la moral católica; se reconoció a la Iglesia el derecho a adquirir y poseer bienes, después de admitir las ventas de la desamortización; se permitió la existencia ilimitada de órdenes religiosas masculinas y se creó la contribución de «culto y clero», lo que suponía que el Estado mantenía la Iglesia con cargo a los presupuestos.

Pero el fracaso de un intento de reforma constitucional y la desconfianza de la reina hizo que Bravo Murillo presentase la dimisión en diciembre de 1852. De ahí hasta julio de 1854 hubo tres gobiernos incapaces  de frenar el desgaste de los moderados, lo que reforzó al partido progresista.

La corrupción fue clave y minó la confianza en el sistema. Especialmente delicados fueron los casos de corrupción en los grandes negocios, sobre todo los relacionados con la construcción del ferrocarril o las contratas del puerto de Barcelona. Tampoco ayudó la existencia de una corriente iberista partidaria de unir las coronas de Portugal y España sobre todo porque el gobierno prohibió que estas noticias se difundieran, lo que aumento su descrédito. A finales de diciembre de1853 y principios de 1854 hubo dos manifiestos de los directores y redactores de siete periódicos de Madrid, a los que se sumaron un buen número de políticos moderados y progresistas, contra el gobierno al que acusaron de secuestrar periódicos, abusar de la censura, impedir la publicación de las actas de las sesiones del Senado, las contratas del puerto de Barcelona y otros temas.

LA VICALVARADA

Con el pretexto de la inestabilidad política un grupo de militares se pronunció el 28 de junio bajo el mando de los generales Dulce y  O’Donnell. Aunque iniciado en Madrid, fue en Vicálvaro, pueblo cercano a la capital, donde tuvo lugar un enfrentamiento militar el día 30. De ahí el nombre de «Vicalvarada» con que se conoce este pronunciamiento.

Tras la batalla, los sublevados se retiraron a Manzanares, donde el general progresista Serrano sugirió que el pronunciamiento tuviera un giro civil. 

Para ese giro civil encargaron al joven Cánovas del Castillo la redacción del Manifiesto de Manzanares, cuya difusión fue rápida por el uso ya del telégrafo. En él se pedía una «regeneración liberal» con un régimen representativo, la supresión de la camarilla palaciega, mejoras en las leyes de imprenta y electoral, reducción de impuestos, nueva Milicia Nacional, descentralización municipal y unas Cortes constituyentes. Un programa propio del partido progresista.

Este pronunciamiento derivado en una revolución, se consideró como la revolución europea de 1848 con seis años de retraso.

Se formó una Junta de Salvación, presidida por Evaristo San Miguel. Las revueltas populares adoptaron lemas e ideas democráticos y republicanos. El día 26 la situación se calmó, se creó la Junta Superior de Madrid, se formó la Milicia Nacional y la ciudad se mantuvo a la espera de la llegada de Espartero.

EL BIENIO PROGRESISTA

Espartero llegó a Madrid triunfante desde el exilio. Esta etapa estuvo dirigida por dos espadones: Espartero, líder de los progresistas puros y O’Donnell de la Unión Liberal, que recordemos se trataba de una agrupación política formada por grupos de moderados y progresistas. De hecho, hubo durante esta etapa una coalición entre ambos partidos, aunque hasta julio de 1856 predominaron los progresistas, y desde ese mes hasta octubre, los unionistas.

En el primer gobierno, presidido por Espartero, con O’Donnell y Pacheco como ministros, ya se tomaron importantes decisiones como el ascenso de los militares que participaron en la revolución; se propusieron cambios en el gobierno de las diputaciones, gobiernos civiles y embajadas; hubo una convocatoria a Cortes Constituyentes; se reforzó la libertad de prensa; se apostó por la tolerancia religiosa, e invitaron a salir de España a la reina madre M.ª Cristina con dirección a Portugal, que conllevó el embargo de sus bienes. Con el descontento de los demócratas que pensaron que en realidad se le había hecho un favor y debería haber sido apresada.

Tampoco lo tuvieron fácil estos gobiernos de la primera etapa del bienio pues tuvieron que hacer frente a un nuevo levantamiento carlista y a la oposición a una nueva desamortización promovida por el ministro de Hacienda, Pascual Madoz

Después de haber sido aprobada en las Cortes la reina se negó a sancionarla hasta que el 29 de abril Espartero y O’Donnell la convencieran y aceptara a regañadientes. La ley de 1 de mayo de 1855, que tomó el nombre de Madoz, fue el segundo gran proceso desamortizador, y afectó a bienes de la Iglesia y municipales, cuya venta dejó sin tierra a muchos campesinos. Esta ley llevó a otra ruptura de relaciones con la Santa Sede. Al mismo tiempo provocó levantamientos carlistas, incitados por el clero. 

La otra gran cuestión era la deuda pública, que impedía al Estado pagar a funcionarios y militares. Al descontento de estos se sumó el de las clases populares por el elevado coste de la vida.

Todos estos problemas forzaron la dimisión de Espartero, que se retiró de la primera línea de la vida pública, y la reina llamó a O’Donnell para formar gobierno.

En septiembre de 1854 del resultado de las elecciones salió un Congreso con mayoría progresista sin disciplina de partido, un grupo de moderados que tampoco tenía cohesión, pequeños grupos de neocatólicos, demócratas muy activos y algunos carlistas. A pesar de ello la tarea legislativa de las Cortes  Constituyentes de 1854 se prolongó durante todo el bienio  y fue intensa, pues llegaron a elaborar 200 leyes.

LA CONSTITUCIÓN DE 1856

La Constitución de 1856 es conocida como non nata (no nacida) porque no entró en vigor. De carácter progresista, en ella se aceptaba la soberanía popular, con restricciones a la autoridad real y la forma electiva del Senado, re recogían las antiguas reivindicaciones progresistas (la libertad de imprenta, la elección directa de alcaldes, la libertad religiosa, etc.). Indudablemente era una Constitución con un mayor grado democrático que las anteriores, si bien, al trasladar a la misma un programa ideológico tan específico no se llegó al consenso. Y la mejor prueba es su falta de vigencia

El reinado de Isabel II
La Unión Liberal que se había formado durante esta etapa, se consolidó con el acceso a la presidencia del gobierno de O’Donnell en julio de 1856. Su perfil perfil político era de centro, entre progresistas y moderados. Por otra parte, la derecha (hablando en términos actuales para entenderlo) estaba representada por neocatólicos y carlistas, y la izquierda, por los demócratas, partido fundado en 1849 como una escisión del partido progresista.

No cesaba la tensión social y se produjeron distintos motines por diferentes causas, como el de Valencia para protestar por las quintas, en abril de 1856 o el motín del pan en Valladolid, Medina de Rioseco y Palencia, en julio de ese mismo año.

Finalmente el 18 de julio O’Donnell rodeó militarmente el Congreso y disolvió a los parlamentarios.

LA UNIÓN LIBERAL

Finalizaba así el bienio progresista y comenzaba otra etapa protagonizada por la Unión Liberal de O’Donnell. La última etapa del reinado de Isabel II se caracterizó por el retorno del moderantismo al poder de la mano de su sector mas centrista, representado por la Unión Liberal. Fue un periodo de relativa estabilidad hasta 1863.

O’Donnell, en poco tiempo desmanteló la labor política y legislativa del bienio: declaró el estado de sitio, disolvió la Milicia Nacional, clausuró las Cortes antes de que se aprobase la nueva Constitución y restableció la moderada de 1845 con una leve modificación. A pesar de ello, se mantuvieron leyes progresistas, como la de la imprenta, la de desamortización o la de ayuntamientos, lo que motivó su destitución y la reina pasa el testigo del poder a Narváez y nombra un gobierno claramente moderado.

Que se encargó del liquidar lo poco que O’Donnell había dejado del bienio: derogó la modificación de la Constitución de 1845 que la hacía mas «liberal», suspendió la desamortización, restableció la legislación moderada en materia de libertad de imprenta y régimen local, y recuperó el espíritu del Concordato de 1851. 

Convocó elecciones en mayo de 1857 de la que salieron unas cámaras muy fieles al gobierno.

De la labor legislativa de este bienio destaca la ley de Instrucción Pública, del ministro Claudio Moyano, que creaba los institutos de enseñanza media y los cuerpos de catedráticos y reconocía el derecho de la Iglesia a intervenir el sistema educativo.

También se finalizaron grandes obras públicas, como el Canal del Ebro en 1857, y el Canal de Isabel II un años después, se hizo el primer censo oficial de población en 1857, y se desarrollaron las comunicaciones como el ferrocarril o el telégrafo, por ejemplo.

Pero en  1857 hubo  una grave crisis de subsistencias por la escasez de trigo, lo que agudizó los conflictos sociales en el campo andaluz y en Madrid. La respuesta del gobierno fue la represión de las protestas con un balance de un centenar de fusilados y numerosos presos.

El 15 de octubre, sin motivo aparente, Narváez presentaba su dimisión a la reina. Tras algunos titubeos, Isabel II llamó de nuevo a O’Donnell para formar gobierno, lo que daba inicio a la etapa más estable de este periodo.

El llamado «gobierno largo» de O’Donnell fue una etapa poco común en el reinado de Isabel II, ya que hubo una estabilidad de cuatro años y medio, de junio de 1858 a marzo de 1863. O’Donnell concentró una buena parte del poder con dos ministerios y la presidencia, lo que dio gran fortaleza a su gobierno.

Volvió a retomar en parte la labor del bienio progresista, pero se encargó de marcar cierto distanciamiento con ambos extremos políticos. Por ejemplo si bien se restableció la legislación desamortizadora, no se  tocó, en cambio, la Constitución de 1845, ni se recuperó el acta adicional de 1854.

La Unión Liberal consiguió una aplastante mayoría tras las elecciones de octubre de 1858. De ello se ocupó el ministro de la Gobernación. Posada Herrera, conocido como el «Gran Elector», dado el grado de perfección que había logrado en la manipulación de las elecciones. Estas Cortes garantizaban la estabilidad del gobierno.

Una cuestión particular y que al final costaría muy caro fue el giro en la política exterior, buscando mas el prestigio que en las ventajas reales que pudiera obtener el país. De hecho se las conoce como  las «guerras de prestigio». Tuvimos guerra en África entre 1859 y 1860, con gran fervor patriótico y España reforzó sus posiciones en el sultanato marroquí. Otras intervenciones tuvieron lugar en México (1861-1862), Conchinchina (1857-1862), Perú (guerra del Pacífico, 1862-1864) y la reincorporación de Santo Domingo (1861-1865).

Ya en clave interna se aprobaron leyes importantes en la conformación del nuevo sistema administrativo. A esto ayudó también el liberalismo político y económico con una acusada tendencia al intervencionismo en campos como la banca, las concesiones administrativas, empresas públicas, etc. 

La crisis del «gobierno largo» tuvo lugar en marzo de 1863 y se resolvió con el nombramiento de un moderado. Tanto la Unión Liberal como el partido progresista renunciaron a participar en las elecciones, mientras los moderados estaban cada vez más divididos.

Se sucedieron una serie de gobiernos inestables e ineficaces, muestra evidente de la gran crisis del sistema que sufría el país. Y de esta forma la reina volvió a confiar en Narváez para enderezar el rumbo y el 16 de septiembre de 1864 le encargaba, por sexta vez, la formación de gobierno.

Los moderados y unionistas eran prácticamente las mismas personas que en el periodo anterior, pero mas ancianos, con menos ilusiones y menos dispuestos a poner en practica un liberalismo por el que alguna vez lucharon. Ni se pudo integrar a los progresistas en la escena política, por lo que estos se acercaron a los demócratas, prácticamente un partido anti sistema en ese momento.

Esa crisis pervivió y desde 1865 el sistema era incapaz de afrontar los problemas. Además se tomaron decisiones que no sumaban si no restaban. Por ejemplo durante la unificación italiana surgió la «cuestión romana», por que el papa se negó a integrar Roma en el nuevo reino. Y a Isabel no se le ocurre otra cosa que apoyar al papa, eso sí influenciada por su camarilla. 

La verdad es que la reina iba perdiendo credibilidad y prestigio a pasos agigantados. Su vida privada y  amorosa era motivo de bromas y chascarrillos ya no solo en la corte sino en toda España.

LA NOCHE DE SAN DANIEL

En 1865 el ministro de Hacienda propuso una desamortización de propiedades del Estado, mediante subasta pública, para conseguir financiación. La reina, en lo que se consideró como un «rasgo» entendiéndose como una acción noble y digna de alabanza, cedió aproximadamente una cuarta parte del patrimonio de la corona con la misma finalidad. Pero le salió el tiro por la culata. Un artículo de Castelar en el periódico La Democracia encendió la mecha. La acusó de ceder lo que no era suyo, de confundir sus propiedades con las de la Corona, el Estado. Este artículo titulado El Rasgo, se convirtió en una bomba. El ambiente ayudó claro está. El gobierno de Narváez provocó la denominada «primera cuestión universitaria» ya que pidió la expulsión de Castelar de su cátedra de Historia de la Universidad. Los hechos provocaron el enfrentamiento armado en la noche de San Daniel, el 10 de abril de 1865, en el que murieron nueve personas y hubo 200 detenidos.

En 1866 se repitieron los pronunciamientos, comenzando muy pronto el 2 de enero, cuando el general Prim se levanta contra el gobierno. Ante su fracaso se exilia pero continuaría conspirando contra Isabel II desde el extranjero con la ayuda de progresistas y demócratas.

LEVANTAMIENTO DEL CUARTEL DE SAN GIL

Y en junio se levantó el cuartel de San Gil de Madrid, al que se sumaron civiles. Y otra vez se  reprimió con dureza: 66 implicados fueron fusilados, la mayoría militares de baja graduación.

En agosto se firmaba un pacto entre progresistas y demócratas para echar a Isabel II y se hacia lejos de nuestras fronteras en Ostende, en Bélgica. A este pacto se uniría posteriormente la Unión Liberal.

La crisis económica de 1866 golpeó a todos los sectores productivos y a las finanzas. La industria textil, la siderurgia, la escasa rentabilidad de las líneas ferroviarias, la crisis bancaria y bursátil fueron las caras de una profunda crisis que afectó a las clases trabajadoras en una España que estrenaba un capitalismo poco maduro aún y de cuyo desarrollo se había beneficiado buena parte de la clase política. La «Gloriosa» estaba al llegar. 


Esta serie de artículos sobre la Historia de España están basados en el temario de 2º de Bachillerato. Historia de España, serie Descubre, editorial Santillana. Curso 2020-2021. Forma parte de una serie del mismo nombre publicada como podcast en ivoox por Historia Sin Pretensiones.

Fuentes:

Historia contemporánea de España 1808-1923 Blanca Buldain (coordindora). La España de Isabel II, 1833-1868, Germán Rueda Hernanz

Nueva Historia de España. La Historia en su lugar (diferentes volúmenes)

Comentarios

SUSCRIBIRSE

Escribe tu correo electrónico:

Delivered by FeedBurner

Entradas populares de este blog

AVANCES DE LA MEDICINA EN LA II GUERRA MUNDIAL

EL PAPEL DE LA MUJER EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

10 PERSONAJES DE LA I PRIMERA GUERRA MUNDIAL