OPERACIÓN BARBARROJA
ATAQUE ¿SORPRESA?
En la madrugada del 22 de junio de 1941, Alemania lanzó una ofensiva sorpresa contra la Unión Soviética. A las 3:30 h, la artillería alemana abrió fuego y, poco después, decenas de aeropuertos soviéticos fueron bombardeados. El desconcierto fue total tanto en las líneas del frente como en la cúpula militar soviética. Jefes como Zhukov y Timoshenko intentaron contactar con Stalin, quien inicialmente se negó a aceptar que se tratara de una invasión a gran escala. Creía que podría ser una provocación o un incidente local solucionable por vía diplomática. Por ello ordenó resistir sin cruzar la frontera alemana, confiando todavía en la mediación internacional.
La realidad era que Alemania había concentrado en secreto una fuerza colosal: tres millones y medio de soldados, miles de cañones, carros de combate y más de dos mil setecientos aviones. Moscú había recibido innumerables advertencias de sus agentes, así como de Reino Unido y Estados Unidos, pero Stalin las ignoró por prejuicios y desconfianza. Churchill lamentaría después que ninguna advertencia hubiese logrado traspasar el “bloqueo mental” del líder soviético. Finalmente, al mediodía, fue Molotov quien anunció a la nación que “el fascismo traidor” había iniciado la invasión. Para entonces, las fuerzas alemanas ya habían penetrado hasta 90 kilómetros en territorio soviético.
«Hasta finales de marzo no me convencí de que Hitler estuviera decidido a emprender una guerra mortal contra Rusia, ni de lo cerca que estaba. Nuestros informes del servicio secreto revelaron con gran detalle los amplios movimientos de tropas alemanas hacia los países balcánicos y dentro de ellos, que caracterizaron los tres primeros meses de 1941. Nuestros agentes se movían con bastante libertad en estos países casi neutrales y podían mantenernos al corriente de las numerosas fuerzas alemanas que se dirigían hacia el sureste por ferrocarril y por carretera». Winston Churchill en sus memorias.
Las raíces del conflicto se remontaban a los años treinta. Aunque Hitler deseaba los recursos soviéticos, evitó inicialmente abrir un frente en el este. Así surgió el pacto germano-soviético, que incluía un protocolo secreto para repartirse Polonia y los países bálticos. La URSS suministró materias primas al Reich, pero las negociaciones generaban creciente desconfianza entre ambos dictadores.
PREPARATIVOS
En 1941, los alemanes pensaban que la URSS no estaba preparada para combatir, y en gran parte era cierto: las fortificaciones estaban incompletas y la aviación mal distribuida. Lo que no calculaban era la reacción del pueblo soviético ante la llamada de su líder. Hitler decidió atacar para derrotar a la URSS y forzar a Gran Bretaña a negociar. Sin embargo, las campañas previas en África, Yugoslavia y Grecia retrasaron y desgastaron la ofensiva, un factor que Alemania pagaría caro más adelante.
Seis días después del inicio de la Operación Barbarroja, el ataque alemán contra la Unión Soviética parecía avanzar con una rapidez extraordinaria. Las principales líneas de ataque de la Wehrmacht ya se encontraban a más de 200 kilómetros de sus posiciones iniciales, y al cuartel general de Hitler llegaban informes exageradamente optimistas que magnificaban los éxitos militares. El Führer, sin tareas urgentes más allá de observar los continuos avances reflejados en los mapas, vivía esos primeros días en un estado de euforia. En su mente seguía convencido de que Stalin colapsaría en cualquier momento y solicitaría un armisticio.
En realidad, Hitler y la mayoría de sus generales desconocían la verdadera magnitud del poder soviético, a pesar de ese fulgurante comienzo. Cuando comenzó la invasión, el Ejército Rojo contaba con casi cinco millones de soldados, unos 21.000 vehículos blindados y alrededor de 15.000 aviones. Sobre el papel, estas cifras indicaban una superioridad material abrumadora frente a Alemania. Sin embargo, la sorpresa estratégica, la falta de preparación del mando soviético, la dispersión de sus fuerzas y la superior experiencia alemana en la guerra móvil permitieron a la Wehrmacht neutralizar rápidamente esta ventaja cuantitativa. En pocas semanas, los alemanes lograron superioridad numérica en sectores clave, conquistaron el dominio aéreo y destruyeron miles de blindados soviéticos, imponiendo su método de guerra basado en velocidad, coherencia táctica y eficacia en el uso combinado de fuerzas blindadas y aviación.
AVANCE ARROLLADOR
El 8 de julio, tras 17 días de ofensiva, el jefe del Estado Mayor, Franz Halder, anotaba con entusiasmo en su diario que 89 de las 164 divisiones soviéticas desplegadas en el oeste habían sido aniquiladas. Pero desconocía que la URSS disponía de un centenar de divisiones adicionales en el frente asiático. La aviación soviética parecía haber desaparecido y las fuerzas acorazadas reducidas de 29 a solo 9 divisiones. Sin embargo, pese a estos desastres, no se observaba un hundimiento interno del régimen soviético ni señales de una capitulación inmediata.
A partir de mediados de julio, el ánimo de Hitler empezó a deteriorarse. Su irritación se centraba especialmente en el servicio de espionaje, al que acusaba de haber fallado por completo en la valoración del enemigo: no habían advertido a los mandos de la existencia de blindados soviéticos de gran calidad ni habían calculado correctamente la cantidad real de carros disponibles. En un clima creciente de tensión, Hitler empezó a dudar de algunos aspectos de su ofensiva, aunque aún mantenía confianza en la victoria rápida.
El 4 de agosto, Hitler se desplazó al frente central para felicitar personalmente a las tropas. Para entonces, los alemanes habían penetrado 500 kilómetros dentro del territorio soviético. Las cifras oficiales proclamaban un éxito arrollador: más de 700.000 soviéticos muertos o heridos, 800.000 prisioneros capturados, y la destrucción o captura de unos 12.000 vehículos blindados y 8.400 cañones. Sin embargo, los alemanes ya comenzaban a registrar señales de desgaste serio. Habían perdido el 10% de sus fuerzas iniciales y tenían casi 100.000 muertos. El barro de las lluvias de julio, el calor del verano y el polvo de las pistas habían agotado prematuramente motores y mecanismos de miles de vehículos. La guerra relámpago, aunque espectacular en resultados, estaba castigando duramente la maquinaria alemana.
RESPUESTA SOVIÉTICA
Todo esto ocurría mientras Hitler desconocía información decisiva sobre la respuesta soviética. Desde el 23 de julio, Stalin había decretado la movilización de los varones de 19 a 40 años, lo que incorporaba a 15 millones de hombres. Además, la URSS había puesto en marcha uno de los mayores traslados industriales de la historia: millón y medio de vagones ferroviarios transportaron 1.523 grandes fábricas y cinco millones de trabajadores hacia los Urales y más allá del Volga. Este movimiento titánico redujo un 40% la producción industrial en el segundo semestre de 1941, pero las industrias estratégicas, especialmente las relacionadas con la aviación y los carros de combate, empezaron pronto a recuperar e incluso superar su capacidad previa. En pocos meses, la URSS fabricaba 8.000 aviones, el doble que en el primer trimestre, y más de 3.000 tanques modernos. Hitler se negó a creer estas cifras, que solo podían explicarse por el sacrificio masivo del pueblo soviético y el fervor de la llamada "guerra patriótica".
DEL OPTIMISMO AL PESIMISMO
Aunque no conocía los detalles, Hitler comenzaba a percibir que algo no encajaba. Crecía su nerviosismo y al mismo tiempo aumentaban las demandas de sus generales. Guderian solicitaba 300 motores nuevos para sus carros; otros mandos pedían urgentemente más repuestos y equipos de mantenimiento. Pese a ello, el 21 de agosto nada sugería todavía un posible colapso alemán: la Wehrmacht había avanzado 700 kilómetros en dos meses y Moscú estaba a menos de 300.
Sin embargo, Hitler comprendió finalmente que la guerra no terminaría en diez semanas, como había previsto. En agosto convocó dos conferencias militares diarias de más de seis horas cada una y elaboró un cambio radical en la estrategia. El 21 de agosto emitió una orden tajante: detener la ofensiva hacia Moscú y priorizar el cerco de Leningrado junto con la conquista de Crimea y el Cáucaso. La conmoción en el alto mando fue enorme. Guderian esgrimió argumentos militares sólidos: tomar Moscú destruiría lo que quedaba del Ejército Rojo, evitaría el traslado de blindados a frentes distantes y capturaría industrias no evacuadas. Hitler replicó que los recursos del sur eran más importantes que la capital.
CAMBIO DE ESTRATEGIA
Los siguientes acontecimientos parecieron darle la razón: Guderian enlazó con Kleist, cercaron Ucrania y capturaron 600.000 prisioneros en un solo mes. Para finales de septiembre, tras cien días de campaña, las pérdidas soviéticas superaban los dos millones y medio de hombres. Pero los alemanes empezaron a mostrar agotamiento, a finales de septiembre, tras cien días de combate las perdidas soviéticas alcanzaban los dos millones y medio de hombres, 22.000 cañones y 18.000 carros blindados, pero los alemanes seguían lejos de Moscú, no habían tomado Leningrado y el avance hacia el Cáucaso era lento.
Stalin, a pesar de haber perdido un millón de hombres en pocas semanas, había ganado dos meses vitales. Las industrias continuaban su traslado incluso cuando los alemanes alcanzaban los suburbios de Moscú. Las tropas siberianas fueron enviadas al frente occidental después de que el espía Richard Sorge confirmara que Japón no atacaría. Los nuevos reclutas cubrían las divisiones destruidas y comenzaban a llegar suministros británicos y norteamericanos. En ese momento, la guerra tomó un rumbo completamente distinto al que Hitler había imaginado.
Y LLEGÓ EL INVIERNO
Si bien a comienzos de noviembre el frío no era extremos si ayudó a que se congelara el barro y los vehículos pudieran avanzar. De todas formas, algunos generales eran partidarios de suspender las operaciones, fortificarse y buscar las mejores líneas para el invierno. A lo que Hitler respondió: «Sobre el hielo vamos a marchar mejor que sobre asfalto».
Pero el frío moderado solo duró diez días, a partir de ahí tuvieron que enfrentarse con el «general invierno». El 12 de noviembre las temperaturas eran de 12 bajo cero y el 4 de diciembre de 35 bajo cero. Las tropas alemanas no estaban equipadas para esa meteorología y los nuevos equipamientos tardaron en llegar y cuando llegaron no era los ideales para combatir ese frío.
«En aquellos días, vi a algunos colegas releyendo el triste relato de la expedición napoleónica escrito por Coulaincourt» así o recordaba en sus memorias Guderian.
Tras el ataque nipón a la base naval estadounidense de Pearl Harbor, Hitler cometió el error definitivo, al declarar la guerra a los EE. UU. Pero eso es otra historia.
CONCLUSIÓN
En definitiva, la operación Barbarroja supuso mucho más que una ofensiva militar; fue el detonante de una transformación profunda en la Segunda Guerra Mundial y en la historia contemporánea. Las consecuencias humanas, políticas y estratégicas de la invasión marcaron el destino de millones de personas y redefinieron el equilibrio de poder global. Comprender este episodio es esencial para entender cómo los acontecimientos de 1941 influyeron en el desenlace del conflicto y en la configuración del mundo posterior.
Fuentes
La Aventura de la Historia núm. 94 Hitler ataca la URSS Operación Barbarroja. David Solar
La Aventura de la Historia núm. 98 El general invierno. Los errores de Hitleren el ataque a la URSS. David Solar
Winston Churchill, La II Guerra Mundial Volumen 1. El camino hacia el desastre. «XXII La Némesis Soviética», Planeta De Agostini (1959)
Gran Crónica de la II GM vol 2 Edilibro
Webgrafía
Operación Barbarroja Eurasia1945
La Wehrmacht se queda a las puertas de Moscú David López Cabia
Stalin no se creyó la Operación Barbarroja
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