AUGUSTO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: DE LAS CAMPAÑAS MILITARES A LA INTEGRACIÓN ROMANA

Augusto en Hispania

 

Pocas figuras han marcado tan profundamente el destino de Roma como Octavio Augusto, el primer emperador y artífice de una nueva era de estabilidad tras décadas de guerras civiles. Aunque su nombre suele evocarnos el esplendor de la capital imperial, Hispania ocupó un lugar importante en su proyecto político y militar. Fue aquí, en los territorios del noroeste peninsular, donde Augusto dirigió personalmente algunas de las campañas más complejas de su reinado y donde la presencia romana se consolidó de forma irreversible. Este paso por Hispania no solo redefinió la relación de Roma con sus provincias, sino que también dejó huellas duraderas en la organización territorial, la economía y la vida urbana de la península.

LAS GUERRAS CÁNTABRAS

En los primeros momentos de las guerras cántabras Augusto dirigió en persona las operaciones en el año 25 a.e.c. y estando al frente de sus tropas enfermó y hubo de retirarse a Tarraco, a donde llegó a finales del año 27. Dejó al frente de sus ejércitos a sus legados Antistio y Carisio que culminaron las operaciones contra los astures tomando Bergida (en los alrededores de Cacabelos, León), Brigaecium (cerca de Benavente) y Lancia (cerca de Villasabariego, León). Tras su vuelta a Roma Augusto mandó cerrar el templo de Jano dando oficialmente por conquistada Hispania.

Augusto en Hispania
Había planeado conquistar la todavía Hispania no romana y organizarla administrativa y urbanísticamente como el resto del Occidente romano, motivado por razones estratégicas y económicas, como frenar incursiones cántabras contra aliados del Valle del Duero, zonas aliadas de los romanos, según el historiador romano del siglo II Lucio Anneo Floro y controlar los recursos mineros del norte. Las incursiones de cántabros y astures justificaron el inicio del conflicto.

Las guerras cántabras incluyeron campañas en los años 26 y 25 a.e.c. bajo Augusto, y otra en el 19 a.e.c. dirigida por Agripa. En la mayoría de las operaciones junto a Augusto, Agripa diseñó la estrategia y táctica, pero se apartaba cuando había que administrar la victoria. Tras vencer a los cántabros, rechazó celebrar el triunfo, posiblemente por la dureza y crueldad empleada.

LAS REFORMAS DE AUGUSTO EN HISPANIA

Tras el final de las guerras civiles y la victoria de Octaviano sobre Marco Antonio, el Senado lo nombró Augusto en el año 27 a. e. c., momento en el que se llevó a cabo una profunda reorganización del Imperio romano. Esta reforma se basó en la división de las provincias en dos grandes categorías: provincias senatoriales y provincias imperiales. Las primeras eran consideradas pacificadas y oficialmente pertenecían al pueblo romano, administradas por el Senado y no requerían la presencia permanente de tropas, mientras que las segundas, aún inestables, necesitaban el control directo del emperador y la presencia militar.

Las provincias senatoriales solían ser las más ricas y mejor explotadas económicamente. Sus gobernadores, llamados procónsules, eran elegidos por sorteo entre antiguos magistrados del Senado, aunque bajo un cierto control imperial. Estos procónsules contaban con un legado propretor y un cuestor, y su administración reproducía en buena medida las redes de clientela y amistad propias de la aristocracia republicana, aunque subordinadas ahora a la autoridad del emperador. Por su parte, las provincias imperiales eran gobernadas por un legatus augusti pro praetore, nombrado directamente por Augusto y procedente del orden senatorial.

En Hispania, esta reorganización supuso importantes cambios territoriales. La antigua Hispania Ulterior se dividió en dos provincias: Bética, con capital en Corduba, y Lusitania, con capital en Augusta Emérita. La Hispania Citerior fue convertida en la provincia Tarraconense, con capital en Tarraco. Posteriormente, Asturia y Galecia pasaron de Lusitania a Tarraconense, fijándose el río Duero como límite entre ambas. La Bética, única provincia hispana de rango senatorial, fue perdiendo progresivamente zonas mineras estratégicas en favor de la Tarraconense, lo que refleja el interés del emperador por controlar directamente la producción minera.

La Bética destacaba por su alto grado de romanización, mientras que la Lusitania y, sobre todo, la Tarraconense incluían territorios menos integrados, como el noroeste y la franja cantábrica. En esta última se concentraron las legiones encargadas de la vigilancia militar, como la VI Victrix y la X Gemina, que tenían encargado el noroeste, y la IV Macedonica para la región que abarcaba desde Cantabria al Pirineo. Esto la convirtió en la provincia más compleja desde el punto de vista administrativo y defensivo.

Los conventos jurídicos

La división provincial se complementó con una subdivisión interna en conventus jurídicos, documentados por Plinio y comunes en otras partes del Imperio. Estos conventos funcionaban como distritos administrativos y judiciales, con centros a los que acudía la población para tratar asuntos oficiales, lo que permitía descentralizar la gestión provincial.

Augusto en Hispania
Según Plinio, la Bética se organizó en cuatro conventos Gaditano, Cordubense, Astigitano e Hispalense con capitales en Gades (Cádiz), Corduba, Astigi (Écija) e Hispalis (Sevilla) respectivamente; la Lusitania, en tres conventos: Emeritense, con capital en Augusta Emerita, Escalabitano con capital en Scallabis y Pacense, con capital  en Pax Iulia (Beja); y la Tarraconense, en siete Cartaginense (capital Carthago Nova), Tarraconense (Tarraco), Caesaraugustano (Caesaraugusta, Zaragoza), Cluniense (Clunia, Coruña del Conde, Burgos), Astur (Asturica Augusta, Astorga), Lucense (Lucus Augusti, Lugo) y Bracarense (Bracara Augusta, Braga). En los conventos del noroeste, Plinio menciona pueblos y comunidades más que ciudades, lo que refleja un poblamiento disperso y una menor urbanización.

Comunicaciones, urbanización y ciudadanía

La red viaria romana, iniciada por razones militares durante la conquista, alcanzó su estructura básica en época de Augusto. Destacaba un sistema en forma de triángulo, con la vía Augusta a lo largo de la costa mediterránea, una vía que seguía el valle del Ebro hasta el noroeste, y la vía de la Plata, que conectaba el norte con Augusta Emérita e Hispalis.

El poder romano se manifestó especialmente a través del impulso a la urbanización, con la creación y consolidación de ciudades que articulaban la administración. Este proceso se apoyó tanto en fundaciones nuevas como en el desarrollo de núcleos indígenas o coloniales anteriores.

Augusto en Hispania

Paralelamente, la municipalización supuso la concesión del estatuto jurídico romano o latino a comunidades locales, integrando a sus habitantes en el sistema romano. Experimentaban una intensa transformación, a veces a partir de una realidad aldeana. Cada vez se conocen más municipios y se pueden datar un número mayor en época de Augusto, aunque los criterios para determinar el estatuto y la fecha de su concesión pueden ser variables. Del noroeste solo se conoce Lucus Augusti. Son más frecuentes en la costa mediterránea, como Emporiae (Ampurias), Gerunda (Gerona), Baetulo (Badalona), Dertosa (Tortosa), Saguntum (Sagunto), Dianio (Denia), Baria; o en una zona interior no muy alejada y siempre bien comunicada, sea en la Bética, Homo Ilíberris (Granada);  en regiones de la cuenca del Ebro, como Ilerda (Lérida) o Bílbilis (en el cerro de Bámbola, cerca de Calatayud); junto a las regiones de Castilla-La Mancha más cercanas a las vías de comunicación, como Oretum, en la provincia de Ciudad Real, o Ercavica, en la de Cuenca.

Colonias augústeas

El proceso de colonización fue más claro y homogéneo: veteranos del ejército recibían tierras en territorios conquistados y fundaban colonias de ciudadanos romanos, organizadas mediante el sistema de reparto agrario del catastro centuriado. Algunas colonias gozaban de ciudadanía romana plena y otras de latinidad. Entre las más importantes destacan Augusta Emérita, Caesaraugusta, Salaria (cerca de Úbeda), Pax Iulia, Tucci (Martos) y Astigi. Mientras solo participaban de la latinidad Acci, Ilici (Elche) y Libisosa (Lezuza, Albacete). Barcino fue una fundación ex novo, probablemente de ciudadanos romanos ya asentados, al margen de las fundaciones militares. Como se ve, la coincidencia con capitales de provincia o de conventos es algo aleatorio.

LA HUELLA DE AUGUSTO EN HISPANIA

La huella de Augusto en Hispania no se mide solo en campañas militares ni en reformas administrativas. También se rastrea en el inicio de una nueva etapa, en la sensación de que la península quedaba definitivamente conectada con la historia del Mediterráneo romano. Tras las Guerras Cántabras, Hispania dejó de ser un territorio fronterizo para convertirse en una parte esencial del Imperio, un espacio donde florecieron ciudades, calzadas, minas y nuevas formas de vida.

El propio Augusto, que rara vez abandonaba Roma sin necesidad, eligió estar aquí cuando el futuro de la conquista estaba en juego. Y esa presencia marcó un antes y un después.

Hoy, más de dos mil años después, todavía podemos recorrer restos de campamentos, calzadas y ciudades que nacieron de aquel esfuerzo por integrar la península en un proyecto político que aspiraba a durar siglos. Entender el paso de Augusto por Hispania es, en el fondo, asomarse al momento en que el paisaje, la cultura y la identidad de buena parte de la península empezaron a transformarse de forma irreversible.

 

Fuentes

La Historia en su lugar. Las guerras cántabras, vol. 1. Juan Santos Yanguas

La Historia en su lugar. Las reformas de Augusto en Hispania, vol. 5 Domingo Plácido Suarez

Historia Antigua Universal III Historia de Roma. Capitulo VII La época de Augusto (31 a.e.c.-14) Pilar Fernández Uriel. UNED

 

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