INCURSIONES VIKINGAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA
Las expediciones normandas (hombres del norte, a diferencia de los del ducado de Normandía) o vikingas en la Península Ibérica no son muy populares entre el gran público ni tan frecuentes como lo fueron las que hicieron en los territorios anglosajones y francos. Pero las hubo.
Por otro lado, tenemos una imagen de los vikingos muy estereotipada, y tanto la historia como la arqueología nos dan una imagen bien diferente. El imaginario popular nos lo muestra como un guerrero sangriento, que también lo fue, pero sabemos que era un pueblo explorador y comerciante. Esa primera característica se debe a varios motivos como sobrepoblación, cambio climático, crisis políticas… Está acreditando que eran grupos de experimentados navegantes que emprendían expediciones de colonización, comercio y saqueo lejos de su territorio. La segunda, el comercio, contribuyó con éxito a su establecimiento en las islas británicas y en el territorio franco, así como en los grandes ríos del oriente europeo.
Pero no vamos a analizar aquí esos movimientos expansivos de los normandos sino de su presencia en la Península Ibérica en la Edad Media.
EXPEDICIÓN DEL AÑO 844
La primera expedición que apareció en costas peninsulares fue en el verano del año 844, concretamente frente a las costas de Gijón. Así lo documenta la versión Sebastianense de la Crónica de Alfonso III.
Se interpretó como un episodio en su constante y progresiva expansión. Tras saquear Tolouse (actual Francia), una parte de los normandos se dirigieron al norte peninsular. No hay documentación de qué pasó en Gijón, si pudieron saquearla o no. Es más que probable que las potentes murallas romanas de la ciudad disuadieran a los vikingos de su asalto.
Siguiendo con la Crónica de Alfonso III, sabemos que se dirigieron a las costas gallegas. Allí se enfrentaron a un ejército enviado por el rey Ramiro I que consiguió derrotarles e impedir una invasión.
Tras esta derrota continuaron bajando por el litoral peninsular hasta llegar a Lisboa con más de cincuenta naves, desconocemos si tuvieron éxito en este ataque y hasta que llegaron a la actual Sevilla, territorio musulmán. No parece que la derrota en tierras gallegas fuera muy seria teniendo en cuenta su posterior recorrido.
Todo este periplo hace dudar de si realmente se trataba de una flota compacta o si una armada mayor se fraccionaba en grupos independientes que pudieran atacar lugares distantes entre sí.
Primero atacaron Cádiz y remontaron el Guadalquivir hasta Sevilla. A principios de octubre se encontraban a las puertas de la ciudad a la que atacaron y tomaron, excepto la alcazaba. Estuvieron varias semanas lanzando pequeñas expediciones a pocos kilómetros alrededor. Esto demostraría que no sabían muy bien dónde estaban o despreciaron la capacidad militar de Córdoba. Abderramán II movilizó un ejército que derrotó a los normandos el 11 de noviembre en Tablada.
EXPEDICIÓN DEL AÑO 858
La segunda referencia de las crónicas asturianas es otra victoria, esta vez en el año 858 durante el reinado en Asturias de Ordoño I. En esta ocasión los normandos llegaron liderados por un famoso caudillo, Björn Järnsida o Björn Ironside, que pasó por las costas peninsulares camino de su expedición al Mediterráneo.
Las crónicas medievales no mencionan su nombre, seguramente porque lo desconocían. La Crónica Profética fecha su aparición en el mes de julio y la Crónica Abeldense cuenta: «En su tiempo (Ordoño I) los normandos, que vinieron por segunda vez, fueron exterminados en la costa de Galicia por el conde Pedro». Es todo lo que hay documentado de aquella expedición.
EXPEDICIÓN DEL AÑO 968
En el curso del siglo X las incursiones de normandos en busca de botín se hicieron tan frecuentes en Galicia que los obispos Hermenegildo de Lugo y Sisnando II de Santiago tuvieron que adoptar diversas medidas para proteger sus respectivas sedes.
En el caso de Santiago, y para evitar que el cuerpo del apóstol pudiese caer en manos de los guerreros escandinavos en un ataque repentino, el obispo procedió a fortificar el lugar con muros, torres y profundos fosos llenos de agua. En las obras de defensa se recurrió al concurso de arquitectos y al trabajo del pueblo. Este complejo sistema defensivo protegía un espacio urbano de casi 30 ha de superficie. Debió llevarse a cabo en los últimos años de la primera etapa del obispado de Sisnando que finalizó en el año 964.
La utilidad de esta iniciativa quedó pronto demostrada porque en el segundo año del reinado de Ramiro III (968) se presentó en Galicia una gran flota vikinga compuesta por 100 navíos. Esta información procede de la Crónica de Sampiro, según la cual, esta expedición vendría dirigida por el rey Gunderedo.
Su objetivo general fueron las urbes de Galicia y de modo particular la de Santiago, recién fortificada. Ocasionaron muchas destrucciones en el Giro de Santiago, es decir, la parte del territorio señorial que circundaba la ciudad. Aunque no pudieran asaltarla, si consiguieron dar muerte ese mismo año al obispo Sisnando en la batalla de Fornelos, que había salido a hacerles frente con su milicia. Asolaron toda Galicia hasta el Cebreiro y, tres años después regresaron a su país, no sin antes sufrir una derrota a manos del conde local Gonzalo Sánchez (en otras fuentes se habla de Guillermo Sánchez), que ocasionó la muerte a Gunderedo y la destrucción de numerosas naves.
Dura debió ser la presencia vikinga esos tres años cuando tras la batalla el ejército cristiano no dio tuvo ninguna muestra de clemencia con los vencidos.
En esta tercera acción puede verse con más claridad un intento ambicioso de ocupación y dominación. Se sabe que en esta expedición los normandos penetraron por la ría de Arosa y por el bajo Ulla. El Cronicón Iriense sitúa un desembarco en el puerto de Xunqueira, con el objetivo de asaltar la sede de Santa Eulalia de Iría. El obispo Sisnando le salió al paso desde Santiago y los combatió en el lugar de Fornelos. Allí murió el 29 de marzo del año 968. Todo un conjunto de iglesias rurales, situadas entre Lugo y Santiago, fueron saqueadas e incendiadas. Entre ellas se encontraba el monasterio de Santa Eulalia de Curtis. También fue reducido a la nada el monasterio de Sant Xoan da Cova, que se alzaba en la margen derecha del río Ulla.
OTRAS INCURSIONES NORMANDAS
Pero los normandos no solo penetraron por el río Ulla. Fuentes posteriores presentan al río Miño como un cauce habitual de penetración de normandos y sarracenos. Incluso el territorio del condado portucalense, entonces englobado en Galicia, fue objeto de ataques y toma de rehenes. Consta que al menos en el año 971 habían remontado el río Duero. Organizando uno de sus campamentos en el bajo Ulla, pues desde ahí se controlaba con facilidad el cauce fluvial y la isla de Honesto, donde se asentaba una fortaleza indispensable para la seguridad de Iría, Santiago y toda Galicia, de esta forma controlaban el posible acceso de aquellas naves que quisieran remontar el río.
Estas tres grandes incursiones de los años 842, 858 y 968 son las únicas que registran las crónicas, lo que no debe hacernos pensar que no hubiera más, simplemente son las que hay documentadas. Es más acertado considerar que solo en esas tres ocasiones las fuerzas asturleonesas consiguieron derrotar a los hombres del norte. En las crónicas se destacaba normalmente como nota característica la crueldad del invasor, pero seguramente se trataba de enemigos no más violentos que la propia sociedad que atacaban.
Posteriores incursiones (968-971) quedaron reflejadas en un documento del año 992, que recuerda aquellos años como «los días de los normandos».
Desde el cambio de centuria y hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XII, las incursiones normandas fueron una realidad permanente. Por ejemplo, en 1055 estas incursiones provocaron que el Concilio de Coyanza eximiera de observar el descanso dominical. Incluso durante el largo periodo de crisis interna del reino leonés, las facciones enfrentadas no dudaban en buscar el apoyo vikingo o el musulmán. Las intervenciones debieron ser mucho más frecuentes de lo que sugieren las escasas noticias que fehacientes de episodios concretos.
Mas ejemplos, en octubre de 1008 el conde Menendo no pudo vencerlos y cayó muerto en combate. En julio del año 1015 se presentó en el Duero un grupo de normandos que durante nueve meses saqueó y capturó rehenes para venderlos o exigir rescate. La novedad estriba en que los documentos precisan que los atacantes son «hijos y nietos de normandos».
En septiembre de 1016, los normandos llegaron ante el castillo Vermudii, situado en la provincia bracarense, en la que era conde Aloito Núñez. Atacaron la ciudad de Tuy y capturaron al obispo Alfonso y a todos los suyos. A unos los mataron y a otros los vendieron. Arrasaron la ciudad y la sede quedó vacante hasta que años después, en 1024, Alfonso V la unió a la iglesia de Santiago. Hasta 1068 no se volvería a ordenar obispo en la sede tudense.
Parte de esta actividad se relaciona, con cierto fundamento, con un frustrado viaje a Jerusalén, emprendido desde el sur de Inglaterra por Olaf Haraldson antes de que, hacia 1018, se erigiesen en rey de Noruega. Segura, en cambio, es la participación de Ulf, conde de Dinamarca, apodado «el gallego». La Saga de los Canútidas explica su conocido apodo cómo consecuencia de haber dirigido una expedición vikinga hacia Occidente y haber conquistado «Galicia, a la que arrasó y saqueó, consiguiendo un gran botín».
Otro caso documentado de presencia vikinga fue el ocurrido en Lugo en 1028.
Sabemos, como se dijo al principio, que el carácter de los vikingos no era solamente de saqueo, sino que el comercio y el asentamiento territorial eran otros de los pilares de su expansión desde tierras tan lejanas. Sin embargo, también es cierto, que su presencia en la península Ibérica está marcada por un claro perfil saqueador para acumular botín, muy distinto al mostrado en suelo franco. A diferencia de lo que se encontraron contra anglosajones y francos, en la península encontraron unas sociedades, norte y sur, acostumbradas a guerrear entre sí, preparadas para la guerra y habituadas a ella.
Es evidente que tanto los cristianos del norte como los musulmanes del sur temían estas incursiones y las consideraban grandes amenazas. Por ejemplo, los andalusíes potenciaron su marina para rechazar los ataques en el mar antes de que los vikingos pudieran tomar tierra, en tiempos de Muhammad I. Por otro lado, en el norte, se reforzaron las fortificaciones costeras en tiempo de Alfonso III, como los castillos de Gozón y San Martín en Asturias, o las torres del Oeste en Pontevedra. En la capilla del Rey Casto de la catedral de Oviedo se conserva una inscripción de tiempos de Alfonso III que se refiere a la construcción de una fortificación para defender el aula del tesoro de la seo ovetense, «precaviendo que nada perezca, pues los gentiles suelen apresurarse con su ejército pirata naval».
Fuentes
Las incursiones vikingas en la Península Ibérica. Guillermo Santidrián Martín. Fundamentos sociales, económicos y culturales del Patrimonio Medieval
Incursiones normandas en la Península (ss. IX y XI). La Historia en su lugar volumen 2. Edit. Planeta.
Los ataques normandos a las costas de šarq Al-Andalus en el siglo IX. Consecuencias militares y sociales. Francisco Franco-Sánchez, Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos. Universidad de Alicante
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