LA MISTERIOSA TARTESSOS

Tartessos

Hablar o escribir de Tartessos es debatirse entre el mundo de la leyenda, entre el mito en el que ha estado sumergido durante siglos, y la luz de la realidad que ha llegado de la mano de la arqueología.

Hasta finales del siglo XIX todo lo relativo a Tartessos venía de la historiografía clásica. Alguno de los más importantes textos sobre Tartessos se deben a Heródoto, pero tenemos otros clásicos que hablaron de ella, como Estrabón y Avieno entre otros.

Precisamente en la obra de Avieno, Ora Maritima, se basó el arqueólogo alemán Adolf Schulten, a quien debemos considerar el percusor de los estudios sobre Tartessos si bien años antes ya había trabajado sobre el terreno, y luego colaboraría con el alemán, Jorge Bonsor Saint-Martín. Schulten, espoleado por los descubrimientos de Troya, Micenas o Cnosos, se lanza a la aventura tras realizar una lectura muy particular de las fuentes antiguas, concluyendo en 1926 que la ciudad de Tartesso (porque eso era lo que buscaban, una ciudad) debía hallarse en el actual Coto de Doñana. A pesar de su fracaso, la importancia de su obra fue extraordinaria porque consiguió trazar un relato muy convincente, con los conocimientos y prejuicios del momento.

Pero realmente habría que esperar hasta mediados del siglo XX cuando fueron encontrados los tesoros de El Carambolo en 1958 y ya se puede hablar de la materialidad de Tartessos, cuando la arqueología empieza a poner luz a ese mundo de leyenda y mito del que hablábamos.

Tartessos


Y seria diez años después cuando dentro de los Simposios Internacionales de Prehistoria Peninsular que se organiza en Jerez de la Frontera, en uno que llevaría el título de «Tartessos y sus problemas», se puso en común los análisis arqueológicos que determinaran, desde la cultura material, qué caracterizaba a ese mundo tartésico en el que lo importante no era ya localizar esa ciudad sino identificar aquellos elementos que pudieran servir como diagnóstico de esa cultura, como los bronces o las cerámicas. Quedó claro que el fenómeno tartésico era mucho más complejo de lo que se había pensado y que su proyección territorial era mayor de lo que se había considerado hasta entonces.

¿QUÉ ES TARTESSOS?

Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de Tartessos? Por que solo con las fuentes clásicas se pensaban en una ciudad, una región e incluso un río. Pero los historiadores  actuales lo han identificado como una sociedad, un territorio y una cultura que se extiende en un periodo de tiempo que abarca entre los siglos VIII y V a. C. Seria el resultado entre la simbiosis del mundo fenicio y la población local de aquel momento. Se desarrolla en diferentes regiones del sudoeste peninsular, con elementos comunes y otros diferenciadores, que le dan personalidad. 

Se trata de un territorio que los griegos conocieron de forma directa como demuestra su mención en algunos poetas del tránsito de los siglos VII al VI y del propio siglo VI a. C., así como las referencias a los viajes griegos a la zona y sus relaciones con su rey Argantonio a las que alude Heródoto.

EL TESORO DE EL CARAMBOLO

Como ya hemos dicho, un momento clave para la historia de la cultura tartésica fue el 30 de septiembre de 1958 con el hallazgo casual de un fabuloso tesoro en la colina del Carambolo, a 3 kilómetros al oeste de Sevilla

El tesoro, formado por un total de 21 piezas de oro macizo, apareció dentro de una vasija de barro escondida bajo el suelo de una de las viviendas de un extenso poblado tartésico de los siglos VIII-VI a. C. El conjunto de piezas de oro alcanzaba un peso de unos 3 kg y estaba formado por un collar, dos brazaletes, dos pectorales y 16 placas, todos decorados con una técnica que mezcla elementos de la orfebrería de tradición local o atlántica (los brazaletes) y motivos de clara influencia mediterránea, como los pectorales y el collar. Esta mezcla de influencias en el tesoro de el Carambolo simboliza lo que fue la esencia de Tartessos: una cultura eminentemente atlántica que cristalizó en los siglos VIII y VII a. C. como consecuencia del impacto colonial fenicio y mediterráneo. En cuanto a la fecha de ocultación del tesoro, tanto la técnica decorativa como la forma de las joyas permiten situar el momento alrededor de los años 550-530 a. C., es decir, en vísperas de la crisis que sacudió a Tartessos y que provocó su declive cultura y económico.

El poblado descubierto en las excavaciones de la colina de el Carambolo está formado por viviendas, calles y almacenes organizados mediante un urbanismo regular y bastante avanzado. Desde el año 700 a. C. sus gentes recibieron importaciones fenicias de la costa en forma de ánforas que contenían vino y aceite de calidad, así como vasijas y jarros de lujo con perfumes y esencias, decorados con barniz rojo y fabricados en talleres fenicios de la zona gaditana. Estas importaciones fenicias tan tempranas reflejan un interés especial por parte de los comerciantes fenicios por establecer contacto y relaciones prioritarias con el Carambolo, un interés que deriva de la situación estratégica de este importante poblado tartésico.

Tartessos


El elevando promontorio donde estaba emplazado el poblado estaba situado en la orilla izquierda del Guadalquivir desde donde se dominaba Sevilla, la vega de Triana, Italica y Valencina, es decir, una de las llanuras agrícolas mas fértiles del suroeste peninsular. Además, el foco de El Carambolo-Sevilla estuvo situado en las proximidades del denominado Lacus Ligustinus, un extenso golfo que existió en la antigüedad y que convertía el territorio en torno a Sevilla capital en una extensa zona portuaria, perfectamente situada para el comercio naval y terrestre con la fenicia Cádiz. El comercio fenicio, pues, se vio atraído por esta posición estratégica que controlaba el acceso hacia el interior de la vega del Guadalquivir, y por sus inmensos recursos agrícolas y ganaderos.

Al igual que otros muchos poblados tartésicos del bajo valle del Guadalquivir, los orígenes de el Carambolo se remontan al siglo IX a. C., época en que se estableció en lo alto del promontorio una modesta aldea. Su cerámica está pintada a mano con motivos geométricos de extraordinaria calidad. Esta cerámica del bronce final, denominada de “tipo Carambolo”, ha sido identificada en otras zonas del valle del Guadalquivir, así como en la región de Huelva y en la Vega de Granada, lo que demuestra la importancia de las relaciones de intercambio que existieron en Tartessos antes de la llegada de los fenicios a la bahía de Cádiz. 

GEOGRAFÍA TARTÉSICA. PRINCIPALES YACIMIENTOS

Seguiremos la distinción de zonas realizada por el profesor Domínguez Monedero,  así veremos áreas nucleares y periféricas. Entre las primeras encontramos la región onubense y el bajo valle del Guadalquivir y por periféricas, las de aguas arriba del Guadalquivir, como zonas alejadas al valle de este río, como el espacio entre éste y el Guadiana, y las regiones más meridionales de la Meseta y el sudeste peninsular.

Las áreas nucleares: el valle del Guadalquivir y área onubense

Campillo. Se ubica a unos doce kilómetros al noroeste del Castillo de Doña Blanca y sería uno de los cada vez mas numerosos poblados indígenas del Bronce Final que se detectan en el área de las antiguas desembocaduras del Guadalete y el Guadalquivir. Las cronologías que se proponen para los materiales encontrados, algunos productos de tipología fenicia, remontan al siglo IX a. C. Representaría el inicio del impacto de Gadir sobre el entorno inmediato.

Necrópolis de Las Cumbres. Situado al norte del Castillo de Doña Blanca parece haber estado compuesta por varias decenas de túmulos pero solo uno ha sido excavado y estudiado. Se trata de un área funeraria  al aire libre, en la que se detectó un ustrinum y entorno a él hasta un total de 62 enterramientos contabilizados que se datan a lo largo del s. VIII a. C. dispuesto según criterios de riqueza y parentesco, con los restos recogidos en urnas o depositados en oquedades de la roca y cubiertos por una capa de arcilla y un pequeño cúmulo de piedras.

Mesas de Asta. Situado en la orilla izquierda del antiguo Golfo Tartésico y bien comunicado con el área del estuario del Guadalete, este yacimiento debió de jugar un papel importante en la Antigüedad por su excelente posición al relacionar ambos sistemas marítimo-fluviales. En su necrópolis destacan tumbas anteriores a la presencia fenicia y otras que ya muestran objetos importados en especial a partir de la segunda mitad del siglo VIII a. C., siendo bastantes numerosas la tumbas del siglo VII e inicios del siglo VI a. C.

Onoba. Ubicada en lo que era una antigua península bordeada en sus lados oriental y occidental por las desembocaduras de los ríos Tinto y Odiel y en el sur por el gran estuario conjunto de ambos ríos, que se abría al mar en un amplio golfo. La topografía onubense consistía de una serie de elevaciones conocidas en la zona como cabezos que dominaban todo el entorno y en cuyas cimas y laderas se fue agrupando la población y se establecieron las necrópolis; así el hábitat estuvo en los Cabezos de la Esperanza, San Pedro y los desaparecidos del Molino de Viento, Cementerio Viejo y del Pino, aunque la mayor parte de los datos proceden del Cabezo de San Pedro. En cuanto a la necrópolis se han detectado en la actual ciudad de Huelva varias áreas funerarias, aun cuando la mas conocida por las excavaciones arqueológicas es la que se ubica en el Cabezo de La Joya. No cabe duda de que en esta necrópolis se enterraron personajes importantes de la sociedad indígena de Onoba, que llenan sus tumbas de todo tipo de objetos de lujo importados o fabricados in situ por artesanos fenicios. 

La riqueza que se concentra en Onoba deriva sobre todo del papel que ejerció la ciudad como puerto de embarque de buena parte de la plata producida en sus inmediaciones y en la propia ciudad. En la ciudad baja se han ido excavando toda una serie de solares en los que se han identificado distintos tipos de edificios, almacenes, talleres, hornos  metalúrgicos e  incluso santuarios. Onoba se perfila como uno de los centros tartésicos más importantes. 

Niebla. Situada de forma estratégica sobre un recodo del curso del río Tinto, que pone en comunicación el centro costero de Onoba con al zona minera, pero también un punto clave por conectar la Tierra Llana onubense con el área de la antigua desembocadura del Guadalquivir. Las excavaciones han sacado a la luz restos de una muralla del Bronce Final.

Tejada la Vieja y San Bartolomé de Almonte. En Tejada la Vieja, uno de los recintos tartésicos mejor conocidos, también se ha encontrado restos de una muralla, indicio, como en Niebla, de complejidad social. Su proximidad con el distrito minero de Aznalcollar y el hecho de que no hayan aparecido excesivos restos de hornos o escorias hace pensar que se trataba de un establecimiento relacionado con las tareas extractivas, aunque también podría haber desempeñado tareas de control del territorio.

San Bartolome nos muestra lo que debió ser durante bastante tiempo el hábitat habitual de las poblaciones tartésicas, un poblado de cabañas redondas que estuvo habitando entre fines del siglo IX e inicios del VI, junto a silos para conservar el grano y hornos metalúrgicos.

Spal y El Carambolo. Es probable que el nombre de Hispalis, en latín, podría derivar de un término que en lengua fenicia sería Spal, que significa algo así como la “baja” o la “llana” o la que está en la llanura. De El Carambolo ya hemos hablado un poco más arriba.

Carmona y los Alcores. Carmona se halla en una meseta que desciende hacia el terreno circundante en pendientes abruptas y que caracteriza el entorno en el que se ubica, conocido como los Alcores. Tal vez vinculada a Carmona se encuentra la necrópolis de la Cruz del Negro, con más de un centenar de tumbas que suelen ser de cremación en urna, aunque aparecieron algunas inhumaciones. Agrupadas la tumbasen túmulos muy destruidos. Aunque algunos historiadores han interpretado esta necrópolis no como tartésica sino mas bien de tipo fenicio. Se han hallado en la zona, entorno a Carmona, otras necrópolis como Acebuchal, Bencarrón, Alcantarilla Santa Lucía o Entremalo.

Montemolín. Se encuentra en una posición excepcional al hallarse en la ruta que conduce, por un lado hasta Carmona y el Guadalquivir y, por otro, hacia la depresión de Ronda. Por la arqueología sabemos que el inicio de la ocupación del hábitat se produce en el Bronce Final, continuando la vida en el mismo hasta el siglo V en el que se produce una interrupción para ser reocupado en momentos posteriores.

Setefilla. Necrópolis tumular excavada en 1926 y 1927 y re excavada en los años setenta del mismo siglo. De los quince túmulos detectados solo dos son cámaras funerarias destinadas a individuos sobresalientes con un ritual diferente al resto. Hay claras diferenciaciones  de riqueza entre las tumbas.

Las áreas periféricas.

El Guadalquivir medio: Córdoba-Colina de los Quemados. Son varios los sitios que han sido objeto de intervenciones arqueológicas  y que muestran contactos y relaciones del Bajo Guadalquivir, expresados tanto por la presencia  de las típicas cerámicas a mano de esas áreas como por la existencia de producciones a torno de tipo fenicio. Entre ellos podemos destacar La Saetilla (Palma del Río), Ategua (Córdoba), Torreparedones (Castro del Río-Baena), Llanete de los Moros (Montoro) o Cerro de las Cabezas (Fuente Tójar). Pero el que sobresale, por haber aportado más datos y ser uno de los centro mas importantes de la zona es el que se conoce como Colina de los Quemados, situado en el casco urbano de la ciudad de Córdoba. Aquí se concentro el poblamiento indígena hasta la época de la fundación de la ciudad romana en el año 169/168 a. C.

El área de la Alta Andalucía. Cástulo. Aguas arriba del Guadalquivir encontramos yacimientos como la necrópolis del Cerrillo Blanco (Porcuna) o el Cortijo de las Torres (Mengíbar).  Pero el yacimiento que destaca es el de Cástulo, ubicado a 7 kilómetros de Linares.

Las serranías malagueñas: Acinipo

Tartessos

Cancho Roano. Situado en Zalamea de la Serena (Badajoz), formaría parte de un tipo de poblamiento que algunos autores han definido como arquitectura de prestigio vinculada a aristocracias rurales y que habría surgido ya en las últimas etapas del periodo orientalizante.

Casas del Turuñuelo. Situado en Guareña (Badajoz) y que recientemente ha saltado a la actualidad porque en abril de 2023 investigadores del CSIC han hallado las primeras representaciones humanas de Tartessos. Concretamente dos de los relieves figurados se encuentran casi completos y corresponden a sendas figuras femeninas adornadas con destacados pendientes que representan piezas típicas de la orfebrería tartésica. 

Tartessos


Esta relación no ha pretendido ser exhaustiva, solo relacionar los yacimientos mas importantes de la zona. Por otro lado, algunos de ellos están sumergidos en la polémica al no ponerse los historiadores de acuerdo sobre su naturaleza tartésica, especialmente algunos de los encuadrados en las zonas periféricas.

SOCIEDAD Y ECONOMÍA

El estudio de todos estos hallazgos arqueológicos nos han revelado un paisaje de pequeños poblados fortificados asentados en zonas elevadas de las serranías de las provincias de Huelva, Sevilla y Córdoba principalmente, relacionados con la explotación agrícola y ganadera en las tierras bajas y con la extracción de cobre en sierra Morena. La población estaba instalada en enclaves estratégicos, Carmona, Mesa de Setefilla, Montoro, Colina de los Quemados… y en lugares bien protegidos y controlados por jefes guerreros de los que luego sabríamos gracias a la arqueología y el hallazgo de sus tumbas con su riqueza y gran número de armas.

Entorno a 900 a. C. se produjo en el bajo Guadalquivir una profunda reestructuración del poblamiento, que se tradujo en dos fenómenos relacionados entre sí: por un lado un importante aumento demográfico y su expansión a zonas más bajas y abiertas del valle del Guadalquivir, y, por otro lado, la aparición de poblados de nueva planta, como el de el Carambolo, que desempeñaron un papel significativo en la eclosión de Tartessos en el siglo VIII a. C. A lo que habría que añadir una evidente tendencia hacia la especialización regional. De esta forma, mientras en centros de Huelva se especializaron en la actividad metalúrgica, los poblados del valle del Guadalquivir intensificaron su producción agrícola y ganadera. Numerosos poblados formados por agrupaciones de cabañas surgieron entonces en el valle del Guadalquivir (El Carambolo, Montemolín, Carmona, Mesa de Setefilla, Colina de los Quemados, Sevilla, Mesas de Asta, Castillo de Doña Blanca…) y en la región de Huelva (San Bartolomé de Almonte, Cabezo de San pedro, Peñalosa…), todos los cuales mantuvieron relaciones regulares de intercambio con el sur de Portugal, Extremadura y la Vega de Granada. Como característica común todos los centros tartésicos se situaron a lo largo de las principales rutas y vías de trashumancia que conducían a los recursos mineros y agropecuarios del interior y se consolidaron en el siglo IX a. C., revelando una cultura material relativamente homogénea (las mismas cerámicas tartésicas con decoración bruñida, espadas y fíbulas aparecen en todo el suroeste peninsular) lo que reflejaba cierta unidad cultural y acaso política.

No podemos olvidar que en este periodo de transición de los siglos IX-VIII a. C. surgieron determinadas manifestaciones artísticas e ideológicas que nos hacen pensar en la existencia en Tartessos de una sociedad jerarquizada, cuya organización social giraba entorno a unos jefes locales que manifestaban su riqueza y poder a través de representaciones simbólicas en sus estelas funerarias. Dichas estelas, en las que se representa el jefe con todas sus armas, constituyen un testimonio importante de lo que ocurría en el Bajo Guadalquivir a principios del I milenio a. C.: la individualización del poder político y lo que conlleva a un proceso de territorialización del poder, que se estructura en torno a sedes principescas situadas en puntos neurálgicos del territorio. Fue un proceso, en definitiva, que preparó lo que sería el periodo “orientalizante” de los siglos VIII a VI a.C., es decir, la época del apogeo del mundo tartésico.

Este apogeo y crecimiento económico, registrado en toda la región del Bajo Guadalquivir, guarda relación con la llegada a la bahía de Cádiz de los primeros colonos fenicios, que pactaban con las élites locales y que ayudaron a conseguir la intensificación de la producción agrícola y ganadera y la introducción  de nuevas tecnologías dirigidas a rentabilizar la explotación de las minas de cobre y plata de la sierra de Huelva. La llegada a partir de 700 a. C. de las primeras importaciones fenicias a los poblados  del interior y la intensa circulación de productos agrícolas entre el valle del Guadalquivir y la costa (tal y como testimonia la gran cantidad de ánforas fenicias halladas en la región) indican la existencia de una agricultura y una ganadería en plena expansión, así como la introducción de nuevos cultivos en el valle, como la vid y el olivo, resultado de una intervención colonial de cierta envergadura, gracias a la colaboración de las élites locales.

Este crecimiento económico se reflejó en el trazado urbano de los poblados y sus viviendas. De las cabañas de la edad de bronce se pasa a lujosas viviendas de planta rectangular construidas con zócalos de piedra y paredes de adobe (de clara influencia fenicia), delimitando calles y espacios abiertos o plazas. Los poblados crecieron en extensión, gracias al nuevo auge demográfico. A este periodo corresponden los primeros indicios de institucionalización de los cultos religiosos locales, según se infiere de la aparición de santuarios en Carmona y Coria del Río.

En este periodo de apogeo de Tartessos (700-550 a. C.) se incrementan las relaciones con el exterior y por una considerable expansión de la influencia cultural tartésica hacía la Meseta, el estuario del Tajo, el sureste y el Levante. Es también un periodo de auge de las manifestaciones artísticas locales, que es lo que conocemos como el periodo  “orientalizante”, por la fuerte influencia oriental. Al rígido y esquemático repertorio figurativo de las cerámicas geométricas del Carambolo y de las estelas del bronce final sucedió un arte más libre y fantasioso, en el que predominaban temas vegetales, animales, figuras humanas y escenas narrativas, todo lo cual se asemejaba al arte de otras regiones mediterráneas de la época. Las joyas del Carambolo y Aliseda, los marfiles decorados de Huelva y Carmona y los jarros de bronce y vidrio de Huelva,  Torres Vedras y Niebla son un importante testimonio de este arte de estilo oriental, fruto de las influencias fenicias y mediterráneas, cuya eclosión se produjo en el siglo VII a. C., cuando los centros tartésicos del Bajo Guadalquivir dejaron de ser meros receptores  de mercancías e importaciones, para convertirse en importantes focos de producción artesanal, cuyas sofisticadas manufacturas se exportaron a todo el ámbito del mediodía peninsular.

CRISIS Y FINAL DE TARTESSOS

Hacia 600-550 a. C. la luz de Tartessos comienza a decaer. Por esas fechas el nombre de Tartessos desaparece del registro histórico escrito y las fuentes clásicas enmudecen poco después de 550 a. C. Al mismo tiempo la arqueología muestra una cierta regresión económica y cultural; los productos griegos sustituyen gradualmente a las importaciones fenicias y ciertas manifestaciones artísticas y artesanales anuncian lo que seria el mundo turdetano o ibérico posterior.

La erudición tradicional ha atribuido, desde principios del siglo XX, el declive de Tartessos,  a los cartagineses en su llegada a la Península. Aunque nada de ello está comprobado en el registro arqueológico. Otros historiadores han insistido en otras causas basándolo en su transformación en una cultura nueva. Evidentemente no está todo estudiado y las investigaciones van poco a poco desvelando datos. Por ejemplo la presencia griega en Tartessos, que provoca la concurrencia o competencia de ámbitos económicos diferenciados, que coincide, además, con el periodo de reestructuración del mundo fenicio peninsular.

Pocas luces hay sobre el estancamiento de la minería, pero no es improbables que la sobreexplotación  hubiera acabado por agotar, para las condiciones tecnológicas del momento, buena parte de la plata  accesible del distrito minero. Y qué decir de la agricultura y la ganadería, sobre las que los acreditados procesos de deforestación y de colmatación en las desembocaduras de buena parte de los ríos que atravesaban tierras tartésicas, empezando por el propio Guadalquivir, que ya recogió el propio Estrabón, pudieron provocar un colapso del sistema de generación de alimentos, posible causante de hambrunas, conflictos violentos y en consecuencia despoblamiento.

No deben descartarse tampoco factores sociales internos en la génesis de esta crisis, ya que las necrópolis tartésicas también reflejan cambios significativos durante este periodo, que sugieren cambios sociales en Tartessos a principio del siglo VI aC.

El final de mundo tartésico dio paso al mundo turdetano



Fuentes: 

Protohistoria y Antigüedad de la Península Ibérica, vol II. Las fuentes y la iberia colonial (Pags 227 a 311) . Silex 

Aventura de la Historia número 17 (marzo 2000). Dossier: La legendaria Tartessos, Manuel Bendala Galán, Sebastián Celestino Pérez, Fernando Quesada y Jorge Maier Allende

Los griegos en la Península Ibérica, Adolfo J. Domínguez Monedero. Cuadernos de Historia, Arco Libros

La civilización tartésica. Historia Digital, XVI, 27, (2016). ISSN 1695-6214  Benedicto Cuervo Álvarez, 2016 

Tartessos Mito e Historia. Carlos González Wagner, 2014 CEFYP-UCM

PODCASTS

La Escóbula de la Brújula. El reino perdido de Tartessos

Historiae. Tartesso, la misteriosa civilización prerromana. Entrevista a la arqueóloga Esther Rodríguez González. Descubrimientos arqueológicos en Casas del Turuñuelo (Badajoz) (abril 2023) 

Webgrafía

La misteriosa civilización de Tartessos Historia National Geographic

Tartessos y la colonizaciones Cervantes virtual

Turuñuelo, testimonio final de Tartessos Historia National Geographic

Investigación del CSIC Casas del Turuñuelo

Cancho Roano, palacio de Edad Hierro Historia National Geographic

Cancho Roano Construyendo Tartessos



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