AVANCES DE LA MEDICINA EN LA II GUERRA MUNDIAL
La guerra siempre ha ayudado a que la medicina progrese, aunque sea desde la desgracia. Por ejemplo, una cuestión que hoy nos parece obvia como la higiene, era causa de una gran mortalidad a finales del siglo XIX en los campos de batalla. Pequeñas heridas que a priori no deberían ser causa de muerte lo eran por las infecciones. En la Primera Guerra Mundial cuando aparecieron armas mas mortíferas, como el potente fuego de artillera, el papel de los camilleros se hizo imprescindible por que se demostró que una rápida intervención sanitaria para cortar hemorragias podía salvar vidas. En la Gran Guerra se les capacitó para intervenir heridas in situ y evitar grandes pérdidas de sangre antes de trasladar al herido a un lugar seguro o a un hospital de campaña.
Otro caso sería la férula de Thomas que salvó miles de vidas de soldados, al tratar las heridas en el muslo. Estas sangraban en forma abundante y rápida por efectos de la metralla o por un pequeño hueso roto que se moviera en su interior desgarrado la carne y provocando una hemorragia interna.
EL MÉTODO TRUETA
En la Segunda Guerra Mundial este nuevo método, que ya se había practicado en la guerra civil española de manera experimental, revolucionó la medicina de guerra evitando las gangrenas y salvando decenas de miles de vidas. Las heridas gangrenadas era motivo de un porcentaje de muertes muy elevado. En muchos casos se salvaba la vida pero se tenía que amputar la extremidad.
En los años 20, en Barcelona, el doctor Josep Trueta comenzó a trabajar en el tema a partir de estudios estadounidenses y años después, en 1934, presentó en público su método que fue recibido con cierto escepticismo.
El tratamiento se basaba en 4 sencillos pasos:
- limpiar cuidadosamente la herida con un cepillo estéril y agua jabonosa
- realizar un corte de los bordes de la carne y la piel afectados por la herida extrayendo todos los cuerpos extraños que pudiera haber, dejando la herida perfectamente limpia y con buena circulación sanguínea
- dejar la herida abierta para que drene
- proceder a la inmovilización con un vendaje cerrado de escayola que, de paso, permitía reducir la fractura ósea en caso de que hubiera.
La guerra civil española le proporcionó unos cuantos “voluntarios” para la ciencia. El avance fue espectacular, en 1938 ya había reunido 605 historias clínicas de pacientes tratados con su método, en ninguno se evidenció gangrena, así que no había habido que amputar. Antes de partir al exilio ya tenía en su haber 1073 historias clínicas con un 0,75% de complicaciones de los casos.
Pero había un pequeño problema, y es que al abrir la escayola, la herida desprendía un olor nauseabundo por causa de las secreciones naturales de la herida y los médicos que no estaban familiarizados con la nueva técnica pensaban que era debido a la gangrena y procedían a la amputación. Luego se demostró que ese olor no era debido a aquella y tras limpiar la herida, esta aparecía con buen aspecto de cicatrización y sin noticias de la temida gangrena. Una solución se encontró rellenando la herida con levadura de cerveza, que había dado resultado pues al fermentar absorbía los líquidos segregados por los tejidos, pero como el doctor apostillaba, como en el queso todo lo que huele mal no es malo.
Trueta llegó a Londres en 1939, donde dio conferencias de su método a las autoridades sanitarias británicas y a altos mandos del ejército. Le hicieron asesor del ministro de Salud Pública y fue contratado por la prestigiosa Universidad de Oxford. Ese mismo año publicó su obra Tratamiento de las fracturas y heridas de guerra.
Su método se utilizó en la Segunda Guerra Mundial en el ejército británico. En los enfrentamientos en el norte de África, se empezó a conocer este método como el del «milagroso yeso de Tobruk», pues la sequedad del desierto hacia especialmente útil el empleo del yeso para cubrir la herida.
El resultado era espectacular. Con apenas mejoras médicas en el tratamiento de las heridas desde la Gran Guerra, a excepción del primer y único tratamiento antibiótico que suponían las limitadas sulfamidas, las amputaciones de extremidades debido a gangrenas se redujeron en un 90%.
Como reconocimiento a su gran ayuda médica y el salvamento de miles de vidas en mayo de 1943 se le otorgó a Trueta el título de doctor honoris causa de la universidad de Oxford y poco después fue nombrado catedrático de cirugía ortopédica en dicha universidad, donde seguiría investigando hasta 1966 que volvió a España falleciendo en 1977.
LA SULFAMIDA, UN DESCUBRIMIENTO QUE SALVÓ MILES DE VIDAS
En 1935 se comercializó el producto, bajo el nombre de Protonsil. Y 4 años mas tarde, en 1939 le concedieron el Premio Nobel de Medicina, pero Hitler le prohibió ir a recogerlo. En 1935 al escritor y pacifista alemán Carl von Ossietzy se le había concedido el Premio Nobel de la Paz, y Hitler se lo había tomado como una ofensa, así que decidió que a partir de ese momento si algún alemán era galardonado con un Nobel no le permitiría acudir a la ceremonia de entrega. Así que Domagk tuvo que esperar a 1947 para recogerlo pero había perdido la dotación económica del premio y para su mala fortuna tampoco pudo patentar el producto.
El espaldarazo al nuevo producto vino de forma rocambolesca ya que salvó la vida en 1936 a uno de los hijos del presidente Roosevelt y de ahí al estrellato. La guerra civil española fue un buen campo de pruebas para el nuevo medicamento que trajeron los alemanes y solo se utilizaba en los hospitales del bando nacional.
Fue en la Segunda Guerra Mundial donde su uso fue masivo, tanto alemanes como aliados disponían de ella. Millones de heridos fueron tratados con ella y demostró, por si alguien tenía dudas, que era esencial para impedir las masivas amputaciones de extremidades que había habido en anteriores contiendas bélicas. Los médicos militares y enfermeros llevaban sulfamidas en sus equipos y su aplicación inmediata en el mismo campo de batalla evitó muchas infecciones. Su uso era tópico, mediante polvos o por vía oral.
Pero también tenía contraindicaciones por su uso desmesurado que provocó problemas de resistencia bacteriana con serios efectos secundarios, así como en la cicatrización de las heridas, por lo que comenzó a ser restringido su empleo. Y esto también supuso un acicate para seguir investigando nuevos y tratamientos antibacterianos, lo que llevaría años después, a la producción masiva de penicilina, que había sido descubierta por Alexander Fleming en 1928
Este hallazgo había permanecido prácticamente olvidado ante la dificultad para obtenerla en grandes dosis, la falta de financiación, sus escasas pruebas de laboratorio, su falta de experimentación con seres humanos y por la competencia que le hacia las sulfamidas que acabamos de comentar.
Al inicio de la guerra nuevos científicos afincados en Inglaterra, como el patólogo y farmacólogo australiano Howard Florey y el químico alemán Ernst Boris Chain, al frente de un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford, se interesaron por la sustancia y lograron aislarla y purificarla. En 1939 se demostró su eficacia en ratones y en febrero de 1941 un policía ingles que se había infectado por un corte afeitándose fue el primero en recibirla. Los resultados fueron espectaculares, pero la falta de dosis suficiente impidió su superveniencia.
El problema era la producción masiva y Gran Bretaña no estaba muy boyante en aquellos días. Así que buscaron ayuda en los nuevos ricos, los EE UU y en julio de 1941 científicos británicos se marcharon a este país con unas cuantas dosis de penicilina. Allí los investigadores estadounidenses estaban estudiando el cultivo acelerado de hongos y mohos en procesos de fermentación y comenzaron a producir grandes cantidades de cubas valiéndose de la acción catalizadora de otros agentes, y no en superficies planas como hacían en los laboratorios británicos.
El Departamento de Agricultura estadounidense junto a varias universidades y compañías farmacéuticas pusieron el dinero que hacía falta para la producción en masa. Las nuevas técnicas productivas consiguieron que a finales de ese año, 1941, la productividad se hubiera multiplicado por 10 y al año siguiente por 100 con la consiguiente reducción de costes.
A principios de 1944 su envío masivo a los campos de batalla era un hecho. Su éxito fue inmediato. Cubrían un espectro bacteriológico superior a las sulfamidas y en buena lógica con una eficiencia superior.
En 1945 Fleming, Florey y Chain fueron galardonados con el premio Nobel de Medicina por este descubrimiento.
LOS INSECTICIDAS y LOS AEROSOLES
Pues también es un tema curioso, en realidad estamos hablando de bombas antimosquitos, utilizando términos bélicos.
El DDT, el compuesto principal de los insecticidas, ya se conocía desde 1874, pero fue en 1939 cuando el químico suizo Paul Muller probó que la sustancia era un potente insecticida contra todo tipo de insectos, con muy pocos efectos nocivos sobre las personas. Incluso recibiría el Premio Nobel en 1948 como reconocimiento a su trabajo en la lucha contra las plagas.
Lo estadounidenses lo vieron rápidamente como una solución para combatir la malaria y otras plagas propagadas por insectos, que hacían extremadamente duros los combates en las islas del Pacífico contra las tropas japonesas, con mas muertes y enfermedades que podía causar el enemigo. Así comenzaron a esparcir desde el aire el DDT y si no eliminaron si minimizaron el riesgo de la malaria y mejoraban la capacidad de combate de sus soldados. También fue utilizado en Italia, concretamente en la zona de Nápoles, pero esta vez para luchar contra el piojo que transmitía el tifus exantemático, la enfermedad de las trincheras y que suponía una mortalidad superior a la que provocaba la malaria.
El éxito del insecticida en si no hubiera sido el mismo son la invención de los pulverizadores o aerosoles, que permitían que los soldados lo llevasen en sus equipos y pudieran combatir en cualquier momento contra este otro enemigo, los insectos, que eran portadores de las enfermedades. La continua investigación hizo que evolucionara y se hicieran mas ligeros, baratos y fácil de llevar en una mochila.
En 1943 los investigadores estadounidenses Lyle Goodhue y Willian Sullivan, comenzaron a fabricar envases masivamente para los soldados que combatían en el Pacífico y llegaron a producir 50 millones de envases que fueron conocidos como “bombas antimosquito”.
LA QUININA PARA COMBATIR LA MALARIA
Ya hemos visto antes la lucha incansable contra epidemias y plagas provocadas por insectos y una de las enfermedades mas mortales era la malaria que se transmite a través de la picadura de la hembra de un mosquito del género Anopheles. Las islas del Pacífico era uno de sus habitats.
Ya se conocía de su existencia a finales del siglo XIX cuando se empezó a estudiar su tratamiento y prevención. El primer tratamiento eficaz fue la quinina, originalmente extraída de un árbol que crece en los Andes. Fue utilizada hasta finales del siglo XX cuando comenzó a ser sustituida por fármacos mas potentes y eficaces. El árbol del que se extraía, cinchona, comenzó a ser cultivado en Asía, especialmente en Indonesia que se convirtió en el mayor suministrador mundial de quinina. Pero ya sabemos que el ejército japonés se extendió por el sudeste asiático y bloqueó este suministro por lo que provocó un grave problema para los aliados que se quedaron sin acceso a la principal fuente de quinina.
Pues no les quedaba otro remedio que sintetizarla en el laboratorio para producirla a escala industrial. Porque las plantaciones de Sudamérica, su origen, no darían a basto para las necesidades de una guerra. Sin ella la derrota estaría muy cerca, era una cuestión estratégica. Como alternativa al cultivo intensivo comenzaron los estudios sobre su síntesis industrial. No partieron de cero por que ya se disponía de información gracias a un científico alemán, Rabe, que había desarrollado unos primeros estudios antes de la Primera Guerra Mundial. Y en 1944 dos jóvenes científicos estadounidenses, Woodward y Doering, publicaron un artículo en el que explicaban la síntesis industrial de la quinina, basándose en los estudios del científico alemán, y utilizando un procedimiento industrialmente muy complejo. Con el final de la guerra esa urgencia desapareció y se pudo investigar en esta línea y encontrar fármacos mas efectivos, como la vacuna contra la malaria.
¿Sabías que la quinina, usada como remedio contra la malaria que también se conoce como paludismo, es amarga? Así que para hacer de aquel ingrediente algo bebible, los británicos en la India del siglo XIX la mezclaron con azúcar y agua. Había que suavizar mas el sabor amargo de la quinina, no bastaba el azúcar de caña así que pensaron, teniendo en cuenta que el primer destinatario seria el soldado colonial, que el alcohol barato sería un ingrediente más eficaz para mitigar la amargura e infundir valor. ¿Por qué no mezclarlo con ginebra? Estamos ante el origen del gin tonic
LAS TRANSFUSIONES SANGUÍNEAS
Y se lo debemos al doctor estadounidense Charles Drew que a finales de los años 30 se
Cuando comenzó la guerra, Drew recibió la petición de ayuda urgente de un antiguo profesor para que se enviasen miles de dosis de plasma al ejercito británico, en el marco del programa de la ayuda estadounidense a Gran Bretaña. Bajo su dirección, casi 15.000 unidades de plasma fueron enviadas a los británicos, unos 8.000 litros de sangre.
Además, ya se había descubierto que era mucho más cómodo y útil, si las hemorragias de los soldados no eran masivas o en quemaduras, transferir solo plasma sin necesidad de recurrir a la sangre. Ello permitía una mas rápida atención al herido y con un material fácil de almacenar y conservar.
En febrero de 1941 y en previsión de que EE UU acabaría entrando en la contienda, Drew fue nombrado director del banco de sangre de la Cruz Roja de EE UU, el primero de la historia, y asistente del gobierno y del ejercito para supervisar la recogida y almacenamiento de sangre y plasma.
Sin duda, su descubrimiento fue determinante para reducir el numero de bajas aliadas en la guerra, contribuyendo decisivamente en la victoria final, como reconoció públicamente el general Eisenhower.
Hay que decir que estamos hablando de un doctor negro en los EE UU de los años 30 y 40, para poner aun mas en valor su trabajo. De hecho por la discriminación racial que sufría tuvo que estudiar medicina en Montreal, Canadá. Allí comenzó sus estudios sobre la sangre bajo la dirección de un doctor británico, John Beattle, que fue quien luego le pediría aquella ayuda de la que hemos hablado. Mas tarde recibiría una de las becas Rockefeller para proseguir sus estudios en la Universidad de Columbia de Nueva York. Afortunadamente el racismo imperante en la época no pudo con él y cuántos soldados le deben la vida. Y civiles, porque hoy en día las transfusiones de sangre son vitales para salvar vidas.
Pero desgraciadamente esa sombra del racismo no desapareció de su vida y al poco de comenzar su actividad como director del banco de sangre del que era director recibió la instrucción del ejército de separarla en función del origen racial del donante lo que indignó al doctor Drew y dimitió para volver a sus labores en la universidad.
Fuentes:
Segunda Guerra Mundial 1939-1945 Las claves de la mayor contienda de la Historia, volúmenes 2, 3, 8, 12 y 13
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