LA FARSA DE ÁVILA
La aristocracia castellana empezó a posicionarse de cara a la sucesión, en los últimos años del reinado de Enrique IV y especialmente tras su muerte en 1474. Se dividió completamente en dos bandos, unos a favor de la hija de Enrique, Juana (La Beltraneja) frente a los que consideraban ésta como ilegítima y apoyaron a los hermanos de Enrique, primero Alfonso y luego a Isabel, la futura reina católica. Llegándose a la escenificación grotesca del derrocamiento del rey y nombrando a Alfonso sucesor. Es lo que conocemos como la farsa de Ávila.
La cuestión sucesoria acabó en una guerra (1475-1479) cuando le rey de Portugal, Alfonso V, apoyó la candidatura de Juana.
AGUAS REVUELTAS
Nueve años antes de la muerte de Enrique IV, las aguas no bajaban tranquilas en Castilla, y se produjo un hecho cuando menos curioso, que comentábamos al inicio. El rey se granjeó la enemistad de la alta nobleza por sus favores a la baja nobleza. Y se vio traicionado por alguno en los que había confiado plenamente, como Juan Pacheco. El 5 de junio de 1465, un grupo de nobles con el arzobispo de Toledo a la cabeza, Alfonso Carrillo, y el mencionado Juan Pacheco, marqués de Villena, destronaron simbólicamente al rey en un lugar en los alrededores de Ávila. En su lugar entronizaron a su hermanastro, el infante Alfonso, de once años de edad.
ESCENIFICACIÓN DE LA
FARSA DE ÁVILA
Se preparó un gran tablado como escenario situando una estatua de madera representando al rey, con unas facciones que recordaban mucho al monarca. Iba ataviado con su corona, bastón y espada reales. Además de los mencionados Alfonso Carrillo y Juan Pacheco se encontraban allí el conde de Paredes, el conde de Benavente y otros caballeros de menor abolengo. Todo ello con el pueblo llano como espectadores de excepción, llamados por la parafernalia del evento. Por supuesto no podía faltar el que iba a ser “nuevo rey” , el infante Alfonso.
Tras oficiar la pertinente misa, los conjurados leyeron un manifiesto de acusación al rey, a saber, entre otras cuestiones, que era homosexual, que confraternizaba con los musulmanes, su carácter pacífico también fue argumento de acusación y, sobre, todo, que no era el verdadero padre de la princesa Juana a la que por esa razón no consideraban legitima heredera.
A continuación, se le despojó al monigote de la corona real, símbolo regio máximo que lo hizo el arzobispo de Toledo. Álvaro de Estúñiga, conde de Plasencia, le arrebató la espada, símbolo de la administración de justicia y finalmente el bastón o cetro, símbolo del gobierno, fue retirado del monigote por el marqués de Villena. Otros nobles participaron activamente de la farsa como el maestre de la orden de Alcántara, Gómez de Solís, Rodrigo Pimentel, conde de Benavente y Rodrigo Manrique, conde de Paredes. Una vez terminada esta escenificación se derribó la estatua al grito de «¡ A tierra, puto!».
El simbolismo de esta escena nos lleva al siglo XX donde todavía se utiliza esa solemnidad para degradar a algún mando militar.
A REY MUERTO, REY PUESTO
Y cómo dice el dicho, a rey muerto, rey puesto, hicieron subir a Alfonso para coronarle rey de Castilla, como Alfonso XII, Alfonso el Inocente. Quien fue considerado un títere en manos del marqués de Villena y no aceptado por una amplia mayoría. Esta tragicomedia no tuvo consecuencia alguna salvo el efecto propagandístico de la misma, convirtiéndose en una potente arma política. Su objetivo era provocar odio en Enrique y amor o preferencia por Alfonso.
A Alfonso se refirió Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de su padre:
Pues su hermano el Inocente
que en su vida subcesor
se llamó,
qué corte tan excelente
tuvo y quánto gran señor
que le siguió.
ISABEL, A ESCENA
A la muerte prematura de Alfonso, su hermana Isabel fue reconocida heredera de la corona de Enrique IV, mediante el pacto de los Toros de Guisando (1468). Con lo que comenzaba la confrontación con su sobrina Juana y sus posibles derechos sucesorios. A quien parte de la aristocracia castellana consideraba ilegítima, atribuyendo su nacimiento a las relaciones adúlteras de la reina con el favorito del rey, Beltrán de la Cueva. En noviembre de 1464, el rey, por las presiones recibidas, ya la había desheredado.
Pero el matrimonio celebrado casi en clandestinidad en Valladolid en 1469, entre Isabel y Fernando, heredero de la corona de Aragón, sin previa consulta al rey, provocó la reacción de éste y en 1470 restableció los derechos sobre su hija y la nombró de nuevo heredera al trono.
Dos días después de la muerte del rey en 1474, de forma precipitada, Isabel fue proclamada reina. Su destino quedó marcado por la farsa Ávila, aunque ella no había participado de la misma.
Fuentes:
BATLLE GALLART, C. Historia de España de la Edad Media (2011) Cap 34 «Triunfo nobiliario en Castilla y revolución en Cataluña». Editorial Ariel
GARCÍA DE CORTÁZAR Y RUIZ DE AGUIRRE, F. (2002) Nueva Historia de España. La Historia en su lugar. (Cap 3) Editorial Planeta
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