LA BATALLA DE WATERLOO
El 18 de junio de 1815 Napoleón se disponía a
entablar la que sería su última batalla, en Waterloo. A lo largo del día la victoria pudo
caer en el lado de un bando u otro, pequeños detalles resolvieron la duda. En
este caso a favor de los aliados cuando la moral de las tropas napoleónicas se
vino abajo.
Como siempre pasa si miramos la historia con ojos
del presente, desde una panorámica de doscientos años, es fácil criticar las
decisiones tomadas en aquellas jornadas de la primavera de 1815. Decisiones que
tomaron tanto Napoleón como sus oponentes el inglés Wellington y el prusiano Blücher
en un corto espacio de tiempo, movilizando doscientos mil hombres en un terreno
embarrado de difícil movilidad y sometidos a la presión de una batalla.
El escritor Alessandro Barbero en su libro Waterloo. La última batalla de Napoleón (editorial
Pasado&Presente, julio 2015) nos deja esta reflexión: «Tenía razón el duque
de Wellington: si se interrogara a todos los participantes, en teoría sería
posible conocer todos los pequeños eventos cuyo gran resultado es la
batalla ganada o perdida».
Al igual que en otras circunstancias de la vida, en
la guerra no solo influye el número de soldados de que dispongas o del material
bélico para su uso, hay una pequeña parte, pero que puede ser vital, como es la
moral, el espíritu y el ánimo de las tropas que pueden hacer inclinarse la
balanza a tu favor a pesar de tener el resto en contra. Y eso pasó aquel día a pocos kilómetros de Bruselas.
Una batalla que acabó definitivamente con el Imperio de los Cien Días después de Elba y que se llevó por delante al mismísimo
Napoleón Bonaparte. Aquello comenzó con la fuga de Napoleón de su primer
confinamiento en la isla de Elba y su llegada a París el 20 de marzo.
La fuga de la isla de Elba
Las noticias que le llegaban de Francia desesperaban
al emperador. Sus antiguos mariscales mendigaban los favores de los vencedores.
Rodeado de espías de Tayllerand se encontraba con poco margen de maniobra. Las noticias también llegaban del descontento popular con la nueva situación. La
población, veteranos y heridos de guerra pasaban penalidades mientras que el
rey y la nobleza malgastaban el erario público. Incluso le llegó el rumor de
que le iban a alejar mucho mas de su Francia querida por eso puso rápidamente
en marcha la idea de su fuga.
El 26 de febrero Napoleón aprovecha un descuido de
sus guardianes y consiguió huir de la isla para desembarcar en Francia el 1 de
marzo donde fue recibido con algarabía e ilusión por el pueblo francés, mitad
por admiración, mitad por desprecio y desencanto con el rey. Su ejército fue
creciendo hasta convertirse en casi lo que había sido y cada día iba recogiendo
más adeptos. El 20 de marzo entra en París de donde salió huyendo Luis XVIII.
Conocedor de las intenciones del resto de potencias
de invadir Francia, se adelantó e intentó atacar antes de que los aliados
pudieran reorganizarse y reforzarse. Su objetivo fue atacar a las fuerzas
aliadas en Bélgica, empujar a los británicos al mar y expulsar a los prusianos
de la guerra.
Unos meses antes, el 1 de octubre de 1814, con la
idea de restablecer las fronteras de Europa tras el expansionismo napoleónico y
volver al sistema del Antiguo Régimen, fue convocado el Congreso de Viena. Participaron
las principales potencias, representadas por sus respectivos embajadores:
Austria (Metternich), Gran Bretaña (Castlereagh), Rusia (Alejandro I), Prusia
(Humbolt) y Francia (Talleyrand).
Waterloo
Napoleón no se había vuelto a enfrentar a los
británicos desde la batalla de Tolon, veintidós años atrás y no tenía una idea
clara de lo que se encontraría en frente. Sus generales, sin embargo, si lo
sabían y le ponían sobre aviso de la fortaleza enemiga. Pero Napoleón no solo
se mostró confiado respecto al resultado del encuentro, sino que despreció a
Wellington. Claro que éste tampoco iba falto de autoestima y vanidad cuando
dijo: «nuestro amigo no sabe la desconcertante paliza que se va a llevar antes
de que acabe el día». Como diríamos hoy, ambos llegaban “sobrados” a la
batalla.
La lluvia que cayó
durante la tarde y parte de la noche anterior enfangó el terreno y dificultó
tanto el desplazamiento de las tropas como de la artillería, eso hizo que
ninguno de los generales se animara a atacar y pospusieron en varias ocasiones
el avance.
Napoleón en Santa Elena
siempre culpaba a la tormenta como la principal causa de su derrota, pero
veremos que hubo más.
Cuando llegó a Bélgica a
primeros de junio contaba con 124.000 hombres y 400 piezas de artillería, aunque
en Waterloo solo dispuso de 72.000, para enfrentarse a las fuerzas
anglo-aliadas del duque de Wellington que contaba con 80.000 hombres más 200
cañones a lo que se sumaban las tropas prusianas comandadas por el mariscal
Blücher.
Wellington no confiaba
mucho en su ejército políglota quejándose del escaso número de soldados
británicos, unos 23.000, y con poca experiencia en combate.
Sobre el papel, había
cierta igualdad, aunque los franceses disponían de mejores tropas y más experimentadas.
Pero una cuestión influiría de manera formidable en el desenlace y es que el
área de Waterloo, con menos de diez kilómetros cuadrados, era un lugar
excesivamente congestionado para los miles de hombres dispuestos para la
batalla. Era el espacio mas reducido de todos en los que Napoleón había
entablado batalla. Pero lo mismo le sucedía a Wellington.
La estrategia de Napoleón
se centró en impedir que ambas fuerzas, británicos y prusianos, se unieran, por
lo que decidió atacarlas de forma independiente. Y vencidas éstas podrían
atacar al resto de fuerzas aliadas, austriacos y rusos.
Quatre-Bras y Lygni
El 15 de junio las tropas
napoleónicas atacaron a las británicas en la zona de Quatre-Bras donde
Wellington perdió unos 5.000 hombres y no pudo unirse a los prusianos. Al día siguiente
Blücher tuvo que enfrentarse solo a Napoleón en Lygni con fuerzas inferiores a
las francesas. Esa fue la última victoria de Napoleón.
Los prusianos tuvieron
que replegarse hacia Bruselas a quienes persiguió el mariscal Grouchy, mientras
Ney se encargaba de Wellington.
Mont Saint-Jean
Los británicos se
establecieron en la pequeña colina de Mont Saint-Jean, en la zona de Waterloo a
15 kilómetros de Bruselas con la idea de esperar a Blücher. Pero este continuó
el repliegue y solo envió al 4º cuerpo de su ejército comandado por von Bülow.
La elección de Wellington
fue, como se demostró después, perfecta. Ocupó diversos montículos, quebradas y
desniveles del terreno dificultosos para caminar sobre ellos pero que no se
recogían de forma fehaciente en ningún mapa. De hecho, no era posible detectar
a las tropas. Mont Saint-Jean era una simple elevación, pero suficiente para
que el inglés pusiera en marcha su maniobra “bajada inversa” protegiéndose del
fuego artillero enemigo.
El día 17 Napoleón
decidió atacar al día siguiente a pesar de la insistencia de Ney de esperar a
los 40.000 hombres de Grouchy. La lluvia hizo retrasar ese ataque, pero el
emperador no hizo llamar a Grouchy.
Hougoumont
El primer enclave donde
se mediarían las fuerzas fue la granja de Hougoumont. Situada peligrosamente
adelantada a las líneas anglo-aliadas, era, por otra parte, una posición
fácilmente defendible y que atrajo la atención francesa. Desviando su atención
del lugar por donde deberían llegar los prusianos. Napoleón también tuvo la
idea de usar Hougoumont como un señuelo para atraer a las fuerzas de reserva de
Wellington.
El ataque a Hougoumont
comenzó a las 11:30 pero la resistencia británica fue tal que no solo no
necesitaron a las fuerzas de reserva, sino que fueron los franceses quien las
necesitaron. «Si comienzas el asedio a Viena, toma Viena», era una de las
máximas de Napoleón que en Waterloo incumplió. Durante ocho horas de lucha
3.500 soldados anglo-aliados aguantaron las embestidas de 8.000 franceses. Hougoumont
fue clave en el resultado final.
A medio día aparecieron
los prusianos que cayeron sobre el desprotegido flanco derecho de los
franceses. Pero Napoleón no cesó en su empeño de tomar el enclave de la granja
y se limitó a enviar refuerzos el ataque con la esperanza de tomarla y poder
dedicarse a los prusianos. Por lo menos cursó órdenes a Grouchy para que se
uniera a sus fuerzas.
La siguiente decisión de
Napoleón fue atacar, a pesar de no haberlo debilitado, el centro anglo-aliado esperando
romper sus líneas, El trabajo se lo encargó al experimentado conde D’Erlon.
16.000 hombres se lanzaron a la colina, pero el barro y la altura de los
cultivos, sin olvidar el fuego enemigo, dificultaron la operación. «Avanzaron
hacia nosotros como siempre y, como siempre, les enviamos de vuelta», diría
Wellington. Pero los franceses estuvieron muy cerca de conseguir su objetivo y
a Wellington le salvó su caballería.
La Haie Sainte
A las 03:30 había
comenzado el ataque a otro enclave, otra granja fortificada, La Haie Sainte. El
mariscal Ney comandaba las operaciones y se había encargado de reunir los
maltrechos hombres de D’Erlon. La caballería francesa hizo hasta quince
infructuosas cargas contra la posición, hasta que quedó extenuada del esfuerzo.
A las 05:30 de la tarde cesó el ataque.
A esa misma hora entraban
en escena las tropas de Bülow rechazando el ataque francés comandado por el
conde Lobau sobre el flanco derecho de Napoleón, tomando incluso Placenoit que
luego sería recuperado por la Guardia Imperial.
En un momento de la
batalla Napoleón estuvo a tiro de la artillería inglesa, pero fue el propio
Wellington quien se opuso a acabar con el emperador de esa forma. La actividad
en el campo de batalla de uno y otro fue muy distinta. Wellington fue todo
nervio y actividad moviéndose constantemente por los distintos puntos calientes
de la contienda. Sin embargo, el francés fue muy pasivo y cedió todo el control
de las operaciones en el mariscal Ney. Esta cuestión también se ha cuestionado
como clave en el desenlace final.
Ney tomó La Haie Sainte
sobre las 06:30 de la tarde provocando una situación de crisis en el frente que
Napoleón desaprovechó al no enviar tropas de refresco pudiendo haber roto la
línea anglo-aliada. Rechazar a los prusianos presentes del Este seguía siendo
prioritario para el emperador. «En la guerra solo existe un momento favorable y
el genio del comandante consiste en atraparlo», solía decir. Pero en esta
ocasión no lo atrapó y lo pagaría caro.
La Guardia Imperial, el final de la batalla
Sobre las 07:30 de la
tarde se produce el último intento francés a la desesperada cuando la Guardia
Imperial se lanza desbocada hacia las posiciones británicas resultando otra vez
infructuoso el ataque. Fue en ese momento cuando Wellington ordenó un avance
general en todos los frentes.
Sobre las 08:15 Napoleón
había abandonado Waterloo y Wellington se reunió con Blücher en la granja de La
Belle Alliance. «Gracias a dios por enfrentarme a él» ha recogido la historia
como palabras de Wellington al finalizar la batalla.
Causas de la derrota
Si a la ausencia de
Grouchy le sumamos el terreno fangoso y embarrado, la estrategia de Wellington
que pudo ocultar su infantería, que la demora en iniciar el ataque permitió
que llegaran los prusianos y alguna decisión de Napoleón como no apoyar a Ney
cuando tomó La Haie Sainte tenemos una pista de lo que sucedió aquel día de
junio y las causas de la derrota francesa. Y el hecho de que Napoleón,
posiblemente por su, llamémosle autoconfianza y seguridad, no reconociera debidamente
el terreno y no valorara la fortaleza del emplazamiento elegido por su
oponente.
Los constantes ataques realizados
por las tropas napoleónicas y constantemente rechazadas por las aliadas fueron
mermando la confianza y moral de los franceses e incrementándolas de forma proporcionalmente
inversa en sus enemigos.
La jornada terminó con la
aplastante victoria aliada, británicos y prusianos sufrieron 23.000 bajas,
Napoleón 25.000 y 9.000 prisioneros más toda su artillería. Tuvo que regresar a
Paris dejando en el campo de batalla a su hermano Jérome.
Consecuencias
Las consecuencias de la
derrota francesa se hicieron notar en la Europa que se configuró después.
Comenzando con el exilio de Napoleón en Santa Elena que sería su tumba. Francia volvió a las fronteras de 1789 y la dinastía
borbónica fue restablecida en el trono. El sueño de Napoleón de la unificación
de Europa bajo el Imperio francés quedó frustrada y olvidada en el baúl de los
recuerdos. El Congreso de Viena triunfó y, con él, la restauración del Antiguo
Régimen defendida por la Santa Alianza.
Además, el "sistema de equilibrio"
británico se impuso en Europa. Prusia ganó gran prestigio a nivel europeo y se
consolidó como potencia hegemónica en Centroeuropa. La balanza de poderes varió
de forma sustancial pero el siglo XIX continuó de forma convulsa.
Bibliografía
Napoleón y Wellington, Andrew Roberts
Historia Contemporánea Universal, Angeles Lario (coord)
Alianza Editorial
Revista Aventura de la
Historia num. 52 Waterloo, Wellington vence a Napoleón
|
La Batalla de Waterloo de William Sadler (portada)
Batalla de Waterloo por
Charles Auguste Steuben
Napoleón a caballo por Jacques-Louis
David
"La batalla de Waterloo", por Henri Félix Emmanuel
Philippoteaux (1874)
Wellington, cuadro de Goya en National Gallery, Londres
Wellington en Waterloo por Robert Alexander Hillingford
Batalla Waterloo por Clement
Auguste Andrieux
"Cerrando las puertas de Hougoumont, por Robert Gibb (1903)
"Scotland for Ever", por Lady Elizabeth Butler (1881)
"La Guardia muere y no se rinde jamás", por Nicolás
Toussaint-Charlet (1830)
Comentarios
Publicar un comentario